Todo pasa hoy por el reciclaje. La sostenibilidad del planeta no puede esperar. Las más diversas industrias se alían para promover estilos de vida saludables y un consumo más acorde con el medio ambiente. Desde los colegios hasta las firmas de moda, abundan cada vez más héroes de lo reutilizable.
Alumnos del colegio Los Robles, integrante de la red de ecoescuelas de la Comunidad de Madrid, reciclando plástico. (Foto: Lupe de la Vallina)
LA “PLAYA de descarga” de la planta de selección de envases ligeros de Picassent, a 18 kilómetros de Valencia, no evoca placidez ni descanso. Allí se depositan, en intimidantes bloques prensados, todo aquello que cae en los contenedores amarillos destinados al reciclado. En teoría, latas, briks y envases de plástico. Pero la realidad no se atiene a esas reglas. “El primer paso de nuestro trabajo es retirar todo lo que no debería estar aquí: sombrillas, cartón, sábanas, chatarra o cajas de plástico”, explica Begoña Vivancos, jefa de planta. Estamos en el segundo paso de una cadena que comienza cualquier día, cada vez que desechamos un envase. También en una fase reveladora de la importancia de un proceso abstracto para la mayoría de los ciudadanos, pero fundamental para nuestro futuro: el del reciclaje.
España genera 111 millones de toneladas de residuos anuales, que ascienden a 2.500 millones a escala europea
En España se generaron unos 111 millones de toneladas de residuos en 2017, que ascienden a 2.500 millones a escala europea, según datos de Ecoembes. Las cifras, tan impresionantes como difíciles de poner en contexto, se pueden traducir en previsiones un poco más tangibles: en el año 2050 necesitaríamos tres planetas como el nuestro para mantener el ritmo de consumo actual. La necesidad de convertir todo aquello que tiramos en material reutilizable se vuelve entonces más apremiante. Vivancos lo ejemplifica con su trabajo diario: “Muchos de los residuos que podríamos recuperar acaban en un vertedero”. Y allí se para el ciclo.
El que tenemos delante, sin embargo, acaba de empezar. Vivancos nos guía por unas instalaciones por las que pasan entre 21.000 y 23.000 toneladas de residuos al año, a un ritmo de 90 por día. Aquí buscan todo aquello que se puede clasificar, y para ello se sirven tanto de tecnología como de ojos humanos. Los materiales se separan en tres flujos: el rechazado, los llamados “planares” (plásticos finos como el film transparente) y lo que realmente buscan: envases ligeros como botellas de agua, de detergente, champús, briks o latas de aluminio y de hierro.
Tras detectarse qué material se debe seleccionar en cada caso, el resultado son residuos clasificados y prensados, dispuestos para vivir una segunda vida. Aproximadamente, entre el 71% y el 73% de lo que llega a la planta sale para volver a ser utilizado. Bastante, pero quizá no suficiente. “El problema es que mucha gente no clasifica bien sus residuos”, apunta Vivancos. “Si todos supiésemos qué hay que poner en cada contenedor, el trabajo se facilitaría enormemente”.
Parte de lo que se recupera en Picassent acaba unos kilómetros más allá, en la empresa Clear Pet. Allí comienza otro proceso, uno que busca una meta transparente y azulada. “Lo que hacemos aquí es muy básico”, relata Borja Martínez-Vares, gerente de la compañía. “Compramos botellas de PET en subastas públicas; les quitamos las etiquetas, tapones y restos, y las clasificamos por color y tipo de material”. Sus cerca de 60 trabajadores se afanan mientras por las guías aparece el resultado de su trabajo: pequeños trozos de plástico de un brillo inesperado. “Pasas de un producto rudo, botellas apiladas, a algo que parece un cristal”, resume Martínez-Vares.
Esa escama, el nombre con el que se refieren a ella, se convertirá más tarde en “blísteres de jamón y de queso, bandejas de pizzas o frutas, o preformas para hacer nuevas botellas”. El PET, ese material tan utilizado en la industria alimentaria, se demanda cada vez más. “Tiene la capacidad de ser reciclado tantas veces que en España ya se recogen 220.000 toneladas al año”, cuenta Martínez-Vares. Solo en esa planta, cada mes entran unas 4.000 toneladas de PET sin procesar y salen unas 2.200 de esas escamas que buscan nuevas formas. A veces, insospechadas. “Hace poco recibimos la llamada de un equipo de fútbol de Primera División que quiere confeccionar camisetas con nuestro producto”.
“Si todos supiésemos lo que hay que depositar en cada conrtenedor, nuestro trabajo se facilitaría enormemente”
No sería el primero en vestir a sus jugadores con un material que antes ha pertenecido a una botella o a una bandeja. Tampoco el pionero en utilizar materiales reciclados dentro de la industria textil. “Ecoalf nace en 2009, cuando nos damos cuenta de que la industria de la moda estaba explotando los recursos naturales de una manera brutal”, explica Carolina Blázquez, responsable de innovación y sostenibilidad de esta firma. “Vimos que el mundo del reciclado era la mejor solución para dejar de consumir esos recursos: al final, todos los tejidos sintéticos son polímeros, que proceden del petróleo”.
La suya fue una apuesta novedosa en España que tuvo que buscar su propio camino. “Empezamos a trabajar con botellas de agua, con las que hacemos el tejido de poliéster, o tejidos de nailon que a veces provienen de redes de pesca y otras de residuos de fábrica”, dice Blázquez. “Hay gente que lo ve de primeras y otros que no lo ven nunca”. Hoy venden chanclas cuyas suelas antes fueron neumáticos o utilizan posos de café “para dar propiedades técnicas a los tejidos”.
También se enfrentaron a reticencias del público, en un momento en el que poca gente pensaba en poder vestirse con lo que había tirado a un contenedor meses antes. “La gente nos preguntaba si las prendas olían mal”, recuerda Blázquez. Casi 10 años después, uno de sus últimos proyectos tiene como aliados a pescadores que recogen plástico en el Mediterráneo para convertirlo en hilo.
Aquella escama que inició un viaje hasta convertirse en una prenda también tiene otras opciones para seguir siendo útil. Otra de las principales es volver al punto anterior, adoptar de nuevo la forma de una botella o una bandeja. Concha Bosch, experta en tecnologías del envase en AINIA, se encarga de investigar materiales y diseños para que estos recipientes sean, además de seguros para la salud, menos dañinos para el medio ambiente. En su centro del Parque Tecnológico de Valencia hay laboratorios y salas en las que se desarrollan simulaciones por ordenador, pero también otras en las que se cortan plásticos con láser o se someten a presión los recipientes que más tarde encontraremos en el supermercado.
“Pensamos en cómo se puede generar un material más fácilmente reciclable o que tenga un menor impacto ambiental”, relata Bosch. Para ello hay distintas vías: “Se puede trabajar con el material o con combinaciones de materiales, o diseñar un envase que, estructuralmente, necesite la menor cantidad de material posible para su fabricación”. Es lo que se conoce como ecodiseño, un concepto cada vez más extendido y sobre el que también, según Bosch, hay falsos mitos. “Existe una preocupación general por el plástico, y a mí me gusta puntualizar que no es un material tan malo como se quiere hacer ver. Pero sí que es cierto que se tiene que trabajar para que la mayoría de los envases sean biodegradables”.
Entre las virtudes de ese material que solemos asociar a vertederos y mares degradados está su capacidad casi infinita de ser reutilizado. “Aunque los materiales, a medida que los reciclas, van perdiendo propiedades, existen mecanismos para recuperarlas. Por otra parte, también se pueden utilizar para fabricar otro tipo de utensilios que requieran de una menor calidad”, prosigue Bosch. Para llegar a ese punto de eterno retorno, sin embargo, debemos volver al principio.
Los alumnos del colegio Los Robles, en Aravaca (Madrid), llevan los restos de la comida del día al huerto del que disponen, donde los depositan en un recipiente pensado para generar compost que será usado como abono. El suyo es uno de los centros que pertenecen a la red de ecoescuelas de la Comunidad de Madrid, en la que todo sigue un orden pensado para no desperdiciar nada: a los contenedores habituales añaden otros para tóneres de impresoras o aceite usado que los padres y madres llevan de sus casas.
“Queríamos darle mucha importancia a la educación ambiental de los niños”, recuerda María Teresa Pardo, profesora del centro, “y lo hicimos basándonos en dos principios: que fuese transversal a todas las materias y que incluyese a toda la comunidad educativa: profesores, alumnos, padres y personal no docente. Aquí cavan, riegan, saben lo que es un pluviómetro… Un niño que vuelve sucio del huerto es un niño feliz”.
Óscar Hernández ha vivido de cerca esa concienciación. “El verano en el que cumplí 18 años empecé a trabajar como operario de basuras”, explica. Compaginó esa ocupación con sus estudios de ingeniería agrónoma, primero, y un máster en gestión de residuos, poco más tarde. El hecho de trabajar en la recogida le proporcionó una visión más completa de todo el proceso del reciclaje, así como su importancia. Ahora trabaja desde una oficina y en horario diurno, pero su cometido es el mismo como especialista de oficina técnica de Ecoembes: gestionar de la forma más eficiente la recogida de los residuos sólidos urbanos.
Su perspectiva le convierte en una voz autorizada. “Cada vez que reciclamos estamos evitando que se produzca nuevo material. No necesitas utilizar más recursos”, resume Hernández. “Si no reciclamos, esos residuos se acaban acumulando en los vertederos, que en casos como el de Madrid están a punto de saturarse. Se suele decir mucho, pero es cierto: no hay plan B; solo tenemos este mundo”. Su futuro pasa por manos como las suyas, o las de Begoña, Borja, Concha, Carolina o María Teresa, pero también por las de todos nosotros.
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