César Cervera
Como el procurador burgalés Zumel explicó a Carlos V sobre por qué aquí no se coronan reyes: «En verdad nuestro mercenario es (el rey), y por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos y ganancias suyas y le sirven con sus personas todas las veces que son llamados…».
Retrato de Fernando VII, de 1814
Una corona real, al estilo imperial de Carlomagno, timbra el escudo de España y otros símbolos regios del país. Sus características exactas vienen definidas por tres normas legales registradas entre 1981 y 1982, que blasonaron, dibujaron y definieron los tradicionales rasgos de las armas de España. Dice así el texto de una de ellas, el Real Decreto 2267/1982, del 3 de septiembre:
«Al timbre, corona real, cerrada, que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto, visibles cinco, interpoladas de perlas, y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur o azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro. La corona, forrada de gules o rojo».
Esta corona real cerrada se estableció durante el reinado de Felipe II en sustitución del modelo medieval abierto usado hasta la época de los Reyes Católicos. Su origen está en la corona imperial del escudo de su padre, el Emperador Carlos V, de clara referencia al Sacro Imperio germánico. De hecho, España se optó por modificar la disposición de las diademas para no ser confundida con la propia de Carlomagno. Hasta hoy, todos los monarcas españoles han hecho uso de este símbolo en su heráldica con leves variaciones.
La cuestión de fondo es que, más allá del emblema, la Corona Real no existe estrictamente como objeto tangible. La corona física que preside, junto al cetro de Carlos II y un crucifijo de plata, las ceremonias de proclamación de los Reyes no se denomina Corona de España, sino que es la llamada corona tumular, de bajo valor económico y pocos alardes, que no está pensada para ceñir la cabeza del monarca en cuestión.
La falta de corona se debe, para empezar, porque la actual Constitución española habla de proclamación de Reyes, no de coronación, siguiendo una tradición en el país que recuerda que la legitimación de los monarcas no es divina, sino que se conforma en torno a un pacto tácito entre pueblo y rey. Como el procurador burgalés Zumel explicó a Carlos V a su llegada a España: «En verdad nuestro mercenario es (el rey), y por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos y ganancias suyas y le sirven con sus personas todas las veces que son llamados…».
El último Rey en ser coronado frente a los principales estamentos del territorio que hoy integran España fue en el siglo XIV Juan I de Castilla, el segundo Rey de la dinastía de Trastámara. Desde entonces, los monarcas castellanos, aragoneses y del resto de reinos peninsulares ascendieron al trono a través de diferentes ceremonias de proclamación o jura. Algunas tan peculiares como la de algunos territorios vascos y del Reino de Navarra, donde el soberano era alzado sobre un escudo por los ricoshombres.
La corona tumular
La ausencia de coronaciones o entronizaciones hicieron que en estos reinos no se necesitaran joyas ni objetos ceremoniales. Algunos como Sancho IV de Castilla se enterraron con su corona o, como Martín «El Humano», donaron sus joyas a la Iglesia o las vendieron, puesto que los consideraban bienes privados y no, como en otras monarquías, un símbolo físico para legitimar al siguiente Rey.
Con la llegada de la austera y sombría dinastía de los Habsburgo, quienes hicieron del negro un símbolo de poder y elegancia, se recuperó la tradición medieval de colocar el cetro y la corona sobre el túmulo real y a veces sobre el sepulcro de forma permanente. De Carlos V en adelante, las representaciones de los monarcas de España siempre suelen ser sin corona sobre la cabeza, pero con ésta situada en un soporte al lado del Rey.
La actual corona tumular, de carácter decorativo, que hoy pertenece a las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional fue realizada entre 1775 y 1788 por Fernando Velasco, platero de cámara de la Real Casa. La pieza responde a un estilo puramente neoclásico. Carece de elementos que la corona heráldica sí tiene, como las perlas o la pedrería. Sus medidas son 390 mm de alto, un diámetro máximo de 400 mm y un aro de 185 mm de diámetro
Se desconoce el motivo exacto de este encargo que tuvo lugar durante el reinado de Carlos III. Se ha especulado con que pudiera ser para el funeral de su madre, Isabel de Farnesio, lo que no coincide exactamente con su fecha de creación. No obstante, lo que está claro es que siempre ha tenido fines ceremoniales y simbólicos, reforzado en el cestillo por las armas de los reinos de Castilla, León, Granada, Parma, Tirol y las flores de lis de los Borbones.
Desde el siglo XVIII, este objeto ha sido usado en numerosos actos reales, desde la apertura de las Cortes Generales, hasta el reinado de Alfonso XIII, y posteriormente para la proclamación de los Reyes Don Juan Carlos I y Don Felipe VI. La corona tumular luce en estos actos sobre un cojín.
El cetro de Carlos II
Durante la Navidad de 1734, un número indeterminado de joyas reales de España fueron destruidas en el incendio del Alcázar de Madrid, aunque la parte más importante se salvó. Durante la Guerra de la Independencia, las escasas joyas y objetos ceremoniales propiamente de la Corona fueron trasladados fuera del país. De ahí que las joyas que hoy poseen los Reyes sean exclusivamente bienes privados, a excepción de la corona tumular y un llamado cetro. Este, que hoy también guarda Patrimonio Nacional, es en verdad un bastón formado por tres cañones de plata dorada, recubiertos con una fina labor de filigrana y celdillas que aún conservan restos de esmalte azul, verde y turquesa.
En 1701 apareció el cetro registrado en el inventario realizado a la muerte de Carlos II, pero se desconoce su origen y las circunstancias de su elaboración:
«Un Bastton Rebesttido de platta dorada blanca y esmaltada de Colores Con quattro ñudettes guarneçidos de granattes y Una bola de Christal Jaquelada por remate de tres quarttas de largo tasado en Veintte y Cinco ducados de platta que hazen quatroçienttos y doze reales y medio de Vellon».
Ha sido considerado tradicionalmente como un trabajo centroeuropeo de autor desconocido por carecer de marcas. No en vano, a pesar de su carácter simbólico, no aparece en ninguno de los retratos oficiales de los monarcas hasta el siglo XIX, cuando la Reina Isabel II lo sostuvo en su mano, con valor de cetro, en varios retratos oficiales conservados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario