César Cervera
Una de las causas que llevaron al duque de Lerma a trasladar la Corte a Valladolid fue, precisamente, alejar al Rey de la influencia de su tía, que también era su abuela.
La emperatriz María.
Hija de un Emperador, Carlos V; esposa de otro, Maximiliano II; y madre de otros dos, Rodolfo II y Matías; el Sacro Imperio Germánico envolvió todos los aspectos familiares de María de Habsburgo (1528-1603). Tras pasarse media vida en tierras extranjeras, la Emperatriz decidió retirarse a su ciudad natal, Madrid, al convento de las Descalzas Reales, desde donde trató de evitar que el Duque de Lerma sometiera la voluntad de su sobrino, el Rey Felipe III. Una de las causas que llevaron al valido a trasladar la Corte a Valladolid fue precisamente esa: alejar al Rey de la influencia de su tía, que, por caprichos endogámicos, también era su abuela.
Nacida en el Real Alcázar de Madrid, la hija mayor del Emperador Carlos V (I de España) e Isabel de Portugal se crió entre Toledo y Valladolid junto a sus hermanos, entre las largas ausencias de su padre y la orfandad de madre, que murió cuando ella tenía 11 años. Carlos no conoció a su hija hasta que casi tenía cinco años, pero fue informado sobre su crecimiento, su educación y salud de forma puntual por el ayo del Príncipe, Pedro González de Mendoza. El futuro Felipe II, María y Juana crecieron juntos, si bien el puritanismo de Carlos hizo que, llegados a la adolescencia, el Príncipe fuera apartado de la compañía de sus hermanas para evitar cualquier comportamiento inadecuado. Ninguna de sus hermanas pudo asistir así a la boda de Felipe con su prima María Manuela en 1543.
Tras el enlace de Felipe II, María fue el siguiente hijo de Carlos V en casarse y en cumplir con la política matrimonial de los Habsburgo españoles, caracterizada por dos directrices: estrechar la relación con la dinastía portuguesa de los Avis, de la que procedía la primera esposa de Felipe II; y mantener los vínculos con la otra rama Habsburgo, la que representaba el hermano de Carlos V, el también madrileño Fernando. No obstante, se pensó en un principio en casarla con el Duque de Orleans, que era el segundo hijo de Francisco I de Francia, para reforzar la paz entre ambos países. Una vez desechada esta opción, Carlos dispuso que fuera el hijo de Fernando, el futuro Emperador Maximiliano II, el que se casara con la joven.
Los quince hijos de María
A este efecto, el Archiduque de Austria Maximiliano viajó a España a conocer a su prometida y a asumir la regencia de Castilla, mientras Felipe realizaba un viaje con Europa a conocer sus futuras posesiones italianas y flamencas. María quedó prendida de su primo, una persona de amplia cultura que hablaba español y otras cinco lenguas, entre ellas el latín, e igualmente era un apasionado en el arte de la orfebrería. Llegados a Castilla, se celebraron los esponsales en Valladolid el 15 de septiembre. María tuvo a su primer hijo durante estas fechas. El primero de los nueve varones y seis hembras que engendraría el matrimonio.
Felipe regresó a España en 1551, mientras María y Maximiliano partieron hacia Centroeuropa y se instalaron en Praga, para después mudarse a Viena. A pesar de que Carlos V trató de que fuera nombrado su hijo Felipe con ese cargo, cuando Fernando asumió la dignidad imperial el título de Rey de los Romanos, que servía para distinguir al heredero del imperio, pasó a manos de Maximiliano. A la muerte de Fernando en 1564, Maximiliano accedió al trono imperial con la denominación de Maximiliano II.
Criado en un ambiente protestante, Maximiliano se reveló una vez en el trono como alguien favorable a dar mayor tolerancia religiosa a los príncipes alemanes del imperio. María vivió con tristeza la actitud de su marido, del que se decía que practicaba el luteranismo en secreto, y vertebró la facción católica de la Corte. Desde esta posición criticó veladamente que su marido permitiera a los rebeldes holandeses, calvinistas y luteranos en la mayoría de casos, que levantasen sus ejércitos y se abastecieran en territorio del imperio para desestabilizar así los Países Bajos, bajo la soberanía de Felipe II.
Preocupado por la mala influencia que podía ejercer Maximiliano II en sus hijos, María envió a los dos mayores, Rodolfo y Ernesto, a criarse a Madrid junto a su tío. Felipe II sentía gran aprecio hacia sus sobrinos e incluso pensó en ellos para sucederle en caso de que la salud de su hijo Carlos, « El Príncipe Maldito», siguiera empeorando. La posibilidad de que alguno heredase a Felipe II, así como la presencia constante de su mujer, forzó a Maximiliano a llevar a cabo una política más filoespañola, por lo que dejó a un lado de manera definitiva toda posible tendencia que fuera favorable al protestantismo. El éxito en la educación de los niños y su acercamiento a Felipe II empujaron a María a repetir la fórmula con otros dos de sus hijos varones, los archiduques Wenceslao y Alberto, que también estudiaron en Madrid. Los cuatro hijos se hispanizaron durante los años que permanecieron en España.
Lágrimas por su marido luterano
Al fallecer su padre, el 12 de octubre de 1576, Rodolfo fue nombrado Emperador. Siguiendo la estela de su admirado tío, Felipe II de España, el extravagante Rodolfo quiso imitar su catolicismo extremo y su gusto por coleccionar cosas raras, pero el resultado rozó la herejía en muchos casos. En su colección estaba presente un supuesto cuerno de unicornio, animales mutantes disecados, el esqueleto de un gigante y... su pieza más inquietante: « la Biblia del Diablo». Su reinado se convirtió en un foco de extravagancias.
Por su parte, la muerte de su esposo dejó destrozada a la Emperatriz. En su lecho de muerte Maximiliano reveló su condición de luterano, lo cual no importó, ni sorprendió, a la católica María. Viéndose aislada y atrapada en la Corte de su hijo más extraño, la Emperatriz viuda se planteó la vuelta a España. Pero no fue hasta 1581 cuando regresó con la intención de reunirse con su hija Anna, cuarta esposa de Felipe II. Sin embargo, camino a España se le notificó la muerte de su hija, ocurrida el 26 de octubre de 1580 a causa de un catarro (estudios modernos plantean que pudo sufrir algún tipo de gripe aviar o porcina).
Felipe y ella estuvieron media vida sin verse, si bien mantuvieron una intensa correspondencia y continuos intercambios de regalos. Los lazos eran firmes, así como su compromiso con la Monarquía hispánica. Aparte de presionar a su marido para apoyar la causa católica, María incluso espió a su marido para luego informar a su hermano de sus planes. El recibimiento que le dispensó Felipe II en Madrid fue generoso y agradecido por todos esos años de lealtad.
El retiro en un convento madrileño
Ya establecida aquí, María sugirió la opción de que su otra hija, Margarita, que la acompañó en el viaje, fuera la quinta mujer de Felipe II, pero lo cierto es que ni el Rey español tenía muchas ganas de volver a casarse, ni ella estaba por la labor. Viéndose presionada, Margarita ingresó finalmente en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, donde también acabaría sus días María. Lo eligió porque se trataba de un convento fundado por su hermana Juana, cuando enviudó en 1553 de Juan de Portugal. Mientras ella se iba al corazón del Imperio, su hermano se había trasladado a la Corte portuguesa. Ingresar en el convento que ella fundó y del que formó parte supuso una especie de reencuentro entre las dos hermanas.
La Emperatriz desarrolló una importante labor cultural y asumió funciones de regencia en Castilla cuando su hermano partió a Zaragoza, en enero de 1585, para la boda de la hija de Felipe II, Catalina Micaela, con el Duque de Saboya. A la muerte de su hermano en 1598, María jugó un papel protagonista en la oposición al Duque de Lerma, cuya influencia sobre Felipe III hubiera escandalizado al padre. La esposa de Felipe III, Margarita (no la hija de María, sino su nieta), María y el embajador imperial, Hans Khevenhüller, vertebraron un grupo de oposición contra los abusos del noble castellano.
Desde su retiro madrileño, María de Austria trató de advertir a su sobrino de lo perjudicial de dejar el reino en manos de un hombre que pretendía amasar una fortuna a costa del erario público. Lo intentó hasta su muerte, en 1603, cuando la Corte había sido ya trasladada de Madrid a Valladolid para, entre otras razones, alejar al Rey de la influencia de su tía.
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