miércoles, 27 de julio de 2016

ENEMIGOS ÍNTIMOS: IRÁN-ARABIA SAUDÍ

40 ANIVERSARIO EL PAÍS
ÁNGELES ESPINOSA
Corresponsal en el golfo Pérsico

Febrero 1979. A su regreso a Irán, el ayatolá Jomeini saluda a la multitud en la Universidad de Teherán tras su exilio en Francia. Se establece la República Islámica. / ALAIN DEJEAN (SYGMA-CORBIS-CORDON PRESS)

La hostilidad entre Irán y Arabia Saudí dificulta hasta el límite la resolución de los encarnizados conflictos en Siria, Irak, Yemen y Bahréin. La ruptura de relaciones a principios de año entre ambos países culmina cuatro décadas de recelo mutuo. Son muchas las diferencias entre Irán y Arabia Saudí, pero también guardan parecidos significativos. Por ejemplo, el control ideológico a través de la religión y el desprecio por los derechos humanos. Desde que la revolución iraní de 1979 derribó al sah, la monarquía saudí ha temido que el ejemplo pudiera contagiarse a su orilla del golfo pérsico. Y el histórico acuerdo nuclear de Irán con EE UU, el penúltimo motivo para el recelo.
Uno es una República Islámica convertida en adalid del islam chií; el otro, una monarquía absoluta que se proclama líder del islam suní. En muchos aspectos, no obstante, los regímenes de Irán y Arabia Saudí se parecen. Ambos buscan legitimarse en la religión, que usan como instrumento de control social, limitan las libertades personales y tienen un código penal que pone los pelos de punta a los activistas de derechos humanos. Ambos cuentan también con minorías que siguen la confesión del rival, a las que ven como una quinta columna. Su enemistad lleva años envenenando los conflictos de Oriente Próximo, de Siria a Yemen y de Irak a Bahréin.

EN MUCHOS ASPECTOS,
NO OBSTANTE, LOS REGÍMENES
DE IRÁN Y ARABIA SAUDÍ
SE PARECEN

La ruptura de relaciones diplomáticas a principios de este año ha sido solo la culminación de cuatro décadas de recelo mutuo. Desde que la revolución iraní de 1979 derribó al sah, la monarquía saudí ha temido que el ejemplo pudiera contagiarse a su orilla del golfo Pérsico. Riad, seguido por la mayoría de los árabes, respaldó la aventura bélica del iraquí Sadam Husein en Irán, para contener a este. Tampoco Teherán perdió el tiempo buscando aliados a través de las comunidades chiíes en la región, con especial éxito en la creación del Hezbolá libanés, y reforzando lazos con el régimen de Damasco, el único árabe que le apoyó frente Bagdad.
La intervención de EE UU en Irak, con el derribo de Sadam y el establecimiento de un sistema representativo que inevitablemente dio el poder a la mayoría chií, acabó con los tímidos intentos de acercamiento entre los rivales.Teherán se convirtió en actor imprescindible en Bagdad y, por ende, en responsable de las políticas de venganza contra la comunidad suní adoptadas por sus socios locales. Arabia Saudí puso el grito en el cielo y sus petrodólares sobre la mesa para ayudar a una insurgencia que pronto iba a fundirse con Al Qaeda.

LA INTERVENCIÓN DE EE UU
EN IRAK ACABÓ CON LOS TÍMIDOS
INTENTOS DE ACERCAMIENTO
ENTRE LOS RIVALES

Las primaveras árabes de 2011 solo exacerbaron el miedo patológico de la familia real saudí al cambio (alentado además por las bombásticas declaraciones de los dirigentes iraníes que, contra toda evidencia, las veían como una reedición de su revolución islámica y no de las protestas populares que dos años antes habían puesto a ellos contra las cuerdas). Su apoyo a la contrarrevolución (especialmente en Bahréin y Egipto), solo tuvo una excepción en Siria, el gran aliado árabe de Teherán. Las consecuencias del enfrentamiento por intermediación en ese país están a la vista: 300.000 muertos y el monstruo del ISIS, del que cada uno responsabiliza al otro.
Finalmente, el acuerdo nuclear que EE UU ha alentado con Irán ha terminado de convencer a Arabia Saudí de que el mundo se ha puesto en su contra y que, liberado de las sanciones, su vecino va a disponer de fondos para exportar la revolución. Así que ha decidido hacerle la guerra en Yemen, donde el apoyo iraní a los rebeldes Huthies puede terminar reforzándose como consecuencia.
No está claro si la decisión saudí de iniciar 2016 ejecutando a un clérigo disidente chií, origen de las protestas iraníes que llevaron a la ruptura de relaciones, fue un intento de provocar a Teherán o un mensaje a los opositores internos. En cualquier caso la condena de los responsables iraníes suena cínica cuando ellos actúan de forma parecida con sus propios opositores, incluyendo los de su minoría suní.

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