domingo, 27 de enero de 2019

"Lenin inventó a Stalin" 4º ESO

EL MUNDO SECCIONES
Xavier Colás


Lenin y Stalin, en Gorky (hoy, Nizni Nóvgorod), en 1922.


Victor Sebestyen ha reescrito la vida del padre de la URSS en un libro que desmiente su buena fama en contraste con la brutalidad de Stalin. Lenin no fue un sádico, pero tampoco un inocente.

Buena parte de la seducción que sigue atesorando Rusia es gracias a sus anacronismos. Al entrar en la Plaza Roja el visitante encuentra a la izquierda los almacenes GUM, uno de los centros comerciales más caros del mundo. Y a la derecha, un mausoleo donde puede saludarse a Vladimir Lenin, que tiene hoy
-gracias a los baños en glicerina y acetato de potasio- mejor aspecto que cuando murió tal día como hoy hace 95 años. «Un capitalista devora a muchos otros», dejó dicho sobre el carácter voraz del sistema. Rusia ha cambiado mucho desde entonces, pero su sociedad todavía sigue dividida sobre si ha llegado la hora de enterrar al padre de la revolución bolchevique.
Para el mundo entero también ha sido pesada la digestión de su figura. La feroz dictadura de Stalin que siguió a la muerte de Lenin en 1924 convirtió a ambos en el anverso y el reverso de un régimen que dejó su impronta en toda la izquierda europea. Lo cierto es que su mayor ambición no era la justicia social ni la igualdad, sino el poder absoluto. Pero las preguntas que Lenin se hizo a principios del siglo XX parecen haber cobrado una urgente actualidad desde la crisis financiera de 2007-2008. Victor Sebestyen (Budapest, 1956), es autor de la última gran biografía del líder comunista: Lenin, el dictador será publicado en español por la editorial Ático de los Libros a la vuelta del verano. En sus 590 páginas ofrece un retrato íntimo de aquel loco arranque del siglo XX, en el que un revolucionario calvo y bajito, sostenido por la paga de su madre, logró ponerse al frente de la inmensa Rusia y prometió todo a todos. A obreros y campesinos, colectivizar. A los soldados, paz. Al auditorio extranjero, un mundo nuevo sin clases. Si algo refuta la idea marxista de que no son los individuos los que hacen historia sino las grandes fuerzas sociales y económicas es la improbable revolución de Lenin.
Bajo el brillo sangriento de Stalin, el líder bolchevique ha vestido el uniforme de poli bueno en el relato histórico. «Pero Lenin creó a Stalin, fue él quien construyó el sistema que Stalin utilizó, aunque con mayor crueldad», explica a EL MUNDO Sebestyen. Ordenó emplear «el terror contra los opositores políticos desde el primer día de la Revolución Rusa, creó la Cheka -que se convertiría después en la NKVD y luego en la KGB- y fue Lenin quien ideó el Gulag». Años después, sería el exiliado Lev Trotsky y, después, toda una generación de líderes soviéticos quien culparía a Stalin de todos los males de la URSS. Mucha gente los creyó».
Victor Sebestyen percibe hoy una pérdida de confianza en Occidente hacia el proceso democrático: «Probablemente Lenin habría considerado que el mundo actual está en el umbral de un momento revolucionario». De nuevo cabalga un relato político
-a derecha e izquierda- que habla de un lobo feroz que responde al nombre de «élites». Por eso lo ve como «el padrino de la post-verdad», un oportunista que «ofreció soluciones simples a problemas complejos, que mintió sin sonrojarse y se justificó diciendo que ganar es lo único importante». Dentro de Rusia su vigencia tiene otra vertiente: «Los nacionalistas que rodean a Putin sienten nostalgia por un tiempo en que tuvieron un gran imperio, y eso fue con Lenin y especialmente con Stalin, a quien consideran un gran líder nacional».
El libro se adentra en la vida personal de Lenin después de décadas en las que un bando y otro de la Guerra Fría han evitado humanizarlo, retratándolo como un tirano o un genio. Todo empieza con su odio hacia el sistema tras el ahorcamiento de su hermano por tramar un atentado contra Alexander III. De fondo, el misterioso trío con su esposa, Nadezhda Krupskaya, y su amante, Inessa Armand: él lloró en público por primera vez en el entierro de la segunda, y Krupskaya siempre guardó una foto de ésta en su dormitorio, junto a la del propio Lenin. Las unía una amistad unida por la complicidad personal y el feminismo.
Lenin dio un golpe de Estado, pero no gobernó sólo a través del terror. En la fase final de su vida, contemplaba la destitución de Stalin de la secretaría del partido, y sólo el deterioro de su salud en 1923 impidió que le cortasen el paso a tiempo. No era un sádico: al contrario que Stalin, no preguntó por los detalles de las muertes de sus víctimas. Pero construyó un sistema basado en la idea de que el terror político contra los oponentes estaba justificado por un fin superior. Ya pensaba así antes de tomar el poder. Cuando las fuerzas zaristas dispararon a cientos de trabajadores y a sus familias en 1905, Lenin prácticamente lo celebró: «El que ha sido azotado vale por dos que no lo han sido».

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