Manuel P. Villatoro
El pintor de batallas ha presentado, junto a Arturo Pérez-Reverte, su último lienzo en la Embajada de Rusia en España.
Francisco Álvarez, Pérez-Reverte, Ferrer-Dalmau y el embajador ruso - Isabel Permuy
A la vera de dos enseñas con un pasado forjado gracias al sacrificio de decenas de héroes y cuyos colores se han teñido a lo largo de los siglos con el rojo cobrizo de la sangre. Así fue presentada este miércoles la última obra del pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau (llamada «La despedida») durante un acto celebrado en la Embajada de Rusia en España. Un evento que contó con la participación del escritor y académico Arturo Pérez-Reverte y la presencia del director de ABC, Bieito Rubido.
El cuadro, que capta un enternecedor momento sucedido en los años de la Revolución de Octubre, fue mostrado en exclusiva a un privilegiado grupo de asistentes al calor, precisamente, de estas dos banderas. La primera de ellas -la española- enarbolada a lo largo de la historia por personajes tan reseñables como Cayetano Valdés (quien tuvo el honor de sufrir por ella más de un centenar de heridas en Trafalgar). Y la segunda -la rusa- la misma por la que se alzaron miles de almas durante el siglo XIX para expulsar a la «Grande Armée» de Napoleón de sus fronteras.
La «otra guerra»
En la embajada -un pedacito de Rusia ubicado sobre tierras españolas- y bien acompañado (como el resto de los presentes) por el tradicional chupito de vodka, el embajador Yuri Korchagin presentó la obra de Ferrer-Dalmau. Un «maestro», como él mismo señaló con orgullo, que ha sabido captar en este cuadro el dolor que sufrió su pueblo durante los primeros años del siglo XX. La época en la que la Rusia Blanca (aquella partidaria del régimen tradicional) trató de reprimir la revolución que prometía destronar a los zares.
No le faltó razón al embajador, pues el pintor de batallas ha plasmado la visión más emotiva del enfrentamiento al mostrar en su lienzo a un valeroso jinete cosaco (los partidarios a ultranza del soberano Nicolás II) despidiéndose de su hija adolescente. La escena, según desvela el autor a este diario, enseña al espectador la «otra cara» de cualquier batalla. Esos momentos olvidados, pero igual de duros, en los que familiares que se quieren son obligados a separarse miles de kilómetros.
Después de disfrutar de una canción que -según dijeron los duchos en el idioma de los zares- hablaba de la alegría de uno de estos valerosos jinetes cosacos, Korchagin recalcó la importancia de presentar un cuadro de estas características en un año (2017) en el que su país está celebrando el centenario de la Revolución Rusa. Uno de los enfrentamientos entre hermanos más crueles que ha sufrido el pueblo ruso. «A España y a Rusia nos une el entendimiento. ¿Quién puede comprender mejor que los españoles lo que es vivir la tragedia de una Guerra Civil», explicó.
Dos pueblos unidos
Esta misma idea fue recalcada a ABC por Pérez-Reverte, quien hizo hincapié en las similitudes de estos dos países: «España y Rusia son dos pueblos que han sufrido muchísimo y han sido manipulados de igual forma». El escritor (cuya colaboración ha sido determinante, según Ferrer-Dalmau, para elaborar este lienzo) alabó también durante la presentanción el trabajo de este catalán afincado en Madrid. Un maestro de los pinceles que «no pinta ideología», sino que es capacez de plasmar historia limpia en sus obras. «Cuando uno pinta ideas puede equivocarse, pero cuando pinta personas no. Por eso él no se equivoca nunca», destacó. En este sentido, señaló que Ferrer-Dalmau sabe captar a la perfección el rostro de «la gente que sufre, que ama y que pelea». Los auténticos héroes de los enfrentamientos. «Augusto no pinta ideas, sino que pinta seres humanos».
El académico también señaló durante su intervención la importancia de la revolución acaecida en 1917 en el devenir de la historia y señaló que las batallas las luchan siempre personas, sin importar la bandera que enarbolen y el bando por el que luchen.
Vista de cerca, la obra del pintor de batallas parece tener vida propia. En primer plano se puede observar la escena principal: un cosaco del Don abrazando a su hija. La clave del lienzo, según Ferrer-Dalmau, pues «todo está centrado en ellos». Sin embargo, hay varios elementos que (a pesar de parecer secundarios) dan movimiento al conjunto. Entre los mismos destacan las maletas apoyadas en la nieve, unos objetos mediante los que el autor desvela de forma sucinta al espectador que uno de los protagonistas va a marcharse. Al fondo, para terminar, puede verse un tren blindado, un medio de transporte característico de la época.
Los jinetes que cautivaron a Napoleón
Los cosacos representados por Ferrer-Dalmau son un icono para el pueblo ruso. Hacer referencia a ellos implica hablar de su incuestionable valentía y de su destreza como jinetes. La leyenda, no obstante, es cierta solo en parte. Su origen se remonta oficialmente al siglo XIV, época en la que (según explica el estudioso de la cuestión Joaquín Barceló en sus dossieres sobre el tema) su pueblo ya se ofrecía para batallar por algunos gobiernos de Europa del Este. Así comenzaron a curtirse e iniciaron una tradición que les llevó a ser considerados por Napoleón Bonaparte (quien les sufrió en batalla) como una de las mejores unidades de caballería del mundo. Ya como parte del ejército, los cosacos se vieron beneficiados por los zares. A comienzos del siglo XX fueron destinados a sofocar las revueltas de la Revolución Rusa. En 1917 decidieron mantenerse leales a Nicolás II, lo que les llevó a la derrota. No obstante, fueron perdonados posteriormente por ello.
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