La mano de hierro de los yihadistas impidió la educación de las niñas en el que, hasta hace dos semanas, era su feudo en Irak.
En el verano de 2014, el clérigo musulmán Abu Bakr al-Baghdadi, el líder del Estado Islámico (ISIS, EI, Daesh) proclamó desde una mezquita de Mosul (Irak) el nacimiento del califato, un protoestadonacido del islamismo con ambiciones territoriales en Siria e Irak, con estructuras de gobierno, fuentes propias de financiación y, también, cierto apoyo popular.
Ahora, en julio de 2017, Mosul ha dejado de ser el bastión iraquí del Daesh, porque sus miembros han muerto en el asedio de la ciudad o han escapado. La ciudad ha sido liberada y eso supone que la sharia o ley islámica ya no es más la que impera en la zona. Esta norma extrema aplicada por el ISIS es la que ha hecho que, en estos años ya pasados de poderío yihadista, las mujeres hayan estado absolutamente controladas, hasta el punto de que se les ha impedido formarse, educarse, como hacían hasta hace tres años.
En estos días de reconstrucción y de intento de vuelta a la normalidad, cuando aún son miles los refugiados, cuando se ven fotografías de personas desnutridas por el cerco o por haber estado en manos de los terroristas, usadas como escudos humanos, reconforta la imagen de las niñas volviendo a clase, con sus mochilas azules, como símbolo de normalidad, rota apenas por los desperfectos en su centro o por la visita de Patrick Simonnet, embajador de la Unión Europea en Irak.
Así lo ha captado Ari Jalal para la Agencia Reuters.
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