miércoles, 15 de febrero de 2017

Félix de Azúa: «Los Gobiernos están construyendo sociedades muy informadas y analfabetas»

ABC CULTURA
Elena Cué


En el lúcido análisis que el filósofo y académico hace de nuestra sociedad, ésta no sale muy bien parada. «Está enferma», dice.
Félix de Azúa, en la Real Academia Española, donde ingresó el año pasado - IGNACIO GIL


l catedrático y académico Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es de esas voces críticas reacias al conformismo del pensamiento único. Su forma de interpretar el mundo que nos rodea pasa a través de las artes y la filosofía, único refugio. En un ambiente distendido empezamos a hablar.
—Empezó siendo poeta. ¿Por qué la poesía «pasó de juego a condena» para usted con la madurez?
—Ni fui poeta, ni lo seré jamás. Los poetas han sido una gente muy especial, y ha habido muy pocos. Un poeta es el que crea una lengua entera, una totalidad. Poetas de verdad son cuatro gatos: Homero, Sófocles, Shakespeare. Luego están los que crean versos pero no poesía: Antonio Machado, Rimbaud... Yo escribía versos, como tantísimas otras personas, y lo dejé en cuanto me di cuenta de que para dedicarte a la poesía en serio no puede haber otra cosa en tu vida. Y como yo quería dedicarme a otras cosas, pues lo dejé. De mi generación, el único poeta que he conocido de ese tipo fue Leopoldo María Panero, que efectivamente se dedicó a ello de una manera severa y acabó en un manicomio. Luego hay muy buenos escritores de versos. Hay uno vivo que me divierte muchísimo, que es Francisco Ferrer Lerín.
—¡Me hace pensar cuántos grandes poetas y filósofos se han vuelto locos al final de sus vidas!
—¡Yo por eso, para evitarlo, no quise ser poeta!
—Hablando sobre su abandono de la poesía en favor del ensayo o el periodismo, escribió que «el entendimiento va tomando la delantera a la viva emoción». ¿Con los años ha perdido emoción en la creación artística?
—¡Sí, sin duda! Es mejor no engañarse. Al final la emoción desciende: descender significa que, cuando te agarra, te agarra demasiado fuerte. Y entonces vas con mucho cuidado, porque una irrupción muy fuerte te puede matar. En cambio, va creciendo en ti, de manera exponencial, la racionalidad. Más que la racionalidad, la lucidez. De repente, vas viendo las cosas más claras. Y no es un espectáculo muy agradable… Es durísimo. Lo ves todo con gran claridad, pero ya no te reconfortan las cosas que deberían reconfortarte: la amistad, los amores, las aventuras, los viajes... Te das cuenta de que todo eso es trivialidad, una pérdida de tiempo ante lo que verdaderamente se avecina. Es una mirada de acero puro, una mirada cortante tremenda.
—Tanto la poesía como la filosofía aspiran a conocer. ¿Cuál de las dos le ha enseñado más?
—Te enseñan cosas distintas. Son dos actividades que, para mí, resultan esenciales. Nadie que no quiera morirse idiota puede renunciar a la poesía o a la filosofía. Por eso me resulta muy conmovedor en las nuevas generaciones que cada vez más se pueda prescindir de ellas, por ejemplo en la actualidad con la filosofía. Sobre todo aquella a partir del siglo XIX, cuando Nietzsche habla de la muerte de Dios. A partir de ese momento, sin la filosofía o la poesía es muy difícil darle, no tanto un sentido a la vida –la vida no tiene sentido, dejémonos de historias–, sino una orientación, una dirección. Sobre este tema, hay un momento maravilloso en Samuel Beckett, que le escribe en una carta a un amigo: «Estoy escribiendo una obra donde la gente se puede mover, pero no puede ir a ningún sitio». ¡Qué lucidez! Claro, es así. Yo ya no pido sentido, pero por lo menos una orientación: a la derecha, a la izquierda o al frente.
—Se han ido debilitado los recursos para dar sentido y significación a la vida, la pérdida de valores...
—¡Imagínate todo lo que se ha perdido! Fíjate, todo está tan engranado. Justamente, la desaparición de valores serios significa también la desaparición de cosas tan severas como la muerte. Pero, claro, la muerte está prohibida. Otro de los grandes poetas del siglo XX, Rilke, decía que nuestra propiedad más preciosa es la muerte, es decir, tener una muerte propia. Saber lo que vas a hacer con tu muerte, no con tu vida. Nosotros todavía pensamos que la muerte no sólo no sirve para nada, sino que lo arrasa todo. Y no es verdad. La comprensión de la muerte es justamente lo que permite construir la vida. Si no construyes la vida con la muerte, tienes mucha luz pero nada de sombra y, por tanto, no ves nada.
—¿Qué opina sobre la reducción drástica de la filosofía en la educación?
—No se entiende cómo están destruyendo lo único de valor que aún queda. A partir de los años setenta del siglo pasado, todos los cambios han ido a peor.
—Sin embargo, gracias a internet, hay un acceso inmenso a la cultura. ¿Piensa que esto ha ayudado a aumentar el nivel cultural de la sociedad?
—Mira, Enzensberger tiene un artículo que se llama «Erasmo y la peluquera berlinesa». Es una comparación entre Erasmo, el gran sabio del Renacimiento, y una peluquera de Berlín. Lo que sabía Erasmo eran pocas cosas, pero todas muy bien ordenadas y coordinadas: sabía un poco de filosofía (Platón, Aristóteles), un poco de astronomía, etc. Todo muy bien ordenado. En cambio, la peluquera berlinesa sabe muchísimas más cosas que Erasmo: sabe el nombre de todas las novias de los futbolistas del equipo de Berlín, sabe cuántas actrices de Hollywood se han divorciado este año, etc. Si en un recipiente pusiéramos lo que sabe Erasmo, y en otro lo que sabe la peluquera, veríamos que la peluquera sabe cien veces más cosas que el primero. Pero no le sirve de nada. Erasmo, un sabio, lo sabía todo, y la peluquera no sabe nada. Claro, la diferencia es que uno tiene formación, y la otra tiene información. Todos estos aparatos sirven para informarse, pero no para formarse.
—¿No cree que depende también del uso que se haga de ello?
—Los saberes que puedes adquirir a través de la técnica son efímeros: no duran, no quedan. El trabajo de los codos con un libro, de tomar notas, de subrayar, eso queda. Y los chavales ya no saben multiplicar de memoria, dividir de memoria, etc. Luego van perdiendo la capacidad memorística y están viviendo en la pura actualidad, en el puro presente, chateando como locos para ver si le sacan algún jugo a la vida. Pero lo propiamente formativo requiere tiempo, esfuerzo, paciencia, y eso es algo que ahora nadie está dispuesto a hacer. Y eso lo han destruido en veinte años, y no creo que sea algo recuperable. Supongo que será como en la pintura. La transformación que se produce a partir de las últimas vanguardias lleva consigo la pérdida de las técnicas, lo que significa la muerte de esa manera de concebir el arte. Aparecen otras cosas: tíos que cuelgan sardinas en el techo y cosas por el estilo. En este momento podemos decir con toda tranquilidad: los Gobiernos, los Estados, las clases dirigentes están construyendo sociedades muy informadas y analfabetas, sin capacidad de defensa, sin herramientas críticas. Así como no se pueden enfrentar a la muerte porque no existe y está prohibida, tampoco se pueden enfrentar a los problemas diarios, a las cuestiones que te surgen inmediatamente: ¿Hay que decir la verdad o no? ¿Está bien matar o no? ¿Se puede robar o no? Claro, el caos es absoluto.
—Considerando las artes como la sintomatología de nuestro mundo actual, ¿cree que estamos muy enfermos?
—Por abreviar, sí. La nuestra es una sociedad enferma. La sociedad que produce esas artes está enormemente enferma, sobre todo porque no lo sabe y estamos produciendo ese arte enfermo. Están convencidos de que están sanísimos, pero en realidad es un horror de sociedad.
—¿Piensa que es necesario, para experimentar el arte actual, tener previamente conocimientos sobre la obra y el artista?
—En este momento puedes tomar las producciones actuales de un modo inmediato, como breves y pequeños espectáculos que duran un tiempo y luego desaparecen. Yo, en este sentido, me quedo con Beyoncé. Me gusta más ella que, pongamos, Koons haciendo sus muñecos, etc. Creo que tiene mucho más mérito, trabajo y buena técnica. Ella es una gran artesana. Y luego hay otra manera, que es por el lado intelectual. Si quieres entender lo que se hace, lo que pasa y lo que hay en algunos artistas que tienen más fuerza, no tienes más remedio que estudiar teoría, y hacerlo durante años. Hay que estudiar seriamente, y entonces puedes entender algunas de las trampas que están circulando. Tengo muchos amigos que trabajan en el arte contemporáneo, y casi todos vienen del ámbito de la filosofía.
—La gran mayoría de artistas tienen un discurso filosófico propio que sostiene su obra...
—Eso es lo que hace que el mundo del arte contemporáneo sea tan desagradable. Por ejemplo, pasemos por un momento de las artes plásticas a la arquitectura. En la arquitectura, cuando dejaron de creer en su propio discurso, empezaron a agarrarse a discursos externos. De repente, apareció una arquitectura estructuralista, luego una arquitectura post-estructuralista, luego una arquitectura deconstructiva, porque los pobres arquitectos se tenían que aferrar a algo. Y yo les decía a mis colegas de la Escuela de Arquitectura en Barcelona: ¿Pero qué hay de deconstructivo en Frank Gehry? Nadie te lo sabía decir, ni siquiera el propio Gehry.
—El arte actual está al servicio del poder económico. Pero, a fin de cuentas, siempre ha estado al servicio de distintos poderes: monárquico, político, religioso... ¿Ve alguna diferencia?
—No veo ninguna diferencia. En la actualidad hay un discurso de una izquierda tonta, que ataca las cuestiones artísticas por estar al servicio de los ricos, diciendo que todo se vende, que todo es un mercado y que qué vergüenza. Pero, ¿quién cree que pagó la Capilla Sixtina? El arte siempre ha estado en el mercado. Uno de los mitos que circulaban era que este se hacía por razones puramente espirituales. No eran materialistas los artistas, decían. Basta con ver la vida de esta pobre gente. Si hubiesen podido vender, hubieran vendido hasta a su madre. No hay que creérselo, en absoluto. Por tanto, no es el funcionamiento del mercado el que ha destruido el arte. Para empezar, el arte no se ha destruido, sino que ha cambiado una vez más. Se ha acabado el Arte en mayúscula, pero sigue habiendo espectáculo artístico. Y el mercado, a su vez, está encantado con eso, como debe ser.
—Se fomenta la creatividad. ¡Cuántos artistas!
—Y no sólo eso, sino que además distrae mucho. Mientras la gente esté distraída con el arte, no le pegarán un tiro al vecino, y cosas por el estilo. Mira, dedicarse a las artes o a ganar dinero son dos de los oficios más benéficos; son cosas que debiéramos agradecer a la gente, en lugar de matar o hacer cosas espantosas.
—Acudes a los museos y están abarrotados. Pero dificulta la experiencia estética…
—Es difícil. Esta mañana, mientras estaba viendo las cuatro estatuas gigantescas del Maestro Mateo en el Museo del Prado, había miles de chiquillos. Pero claro, es una contradicción. Por un lado piensas: «Ya me han fastidiado». Por otro lado, en lugar de estar en el patio del colegio pegándose, dando patadas a los otros, están allí. Además, el espectáculo es grandioso: ver a todos esos críos con los ojos abiertos. Me encanta.
—Se ha dedicado a la docencia. ¿Cree que el arte tiene un poder educativo?
—Nuestra cultura occidental se explicó con tres herramientas: religión, arte y filosofía. La filosofía, a su vez, fue de la mano de las ciencias prácticamente hasta el siglo XIX, cuando ambas se separan. Estas eran las tres maneras de entender el mundo. El arte era la representación de cómo nosotros nos veíamos a nosotros mismos, al mundo en que vivíamos y a las cosas que en él podíamos hacer. Por eso el arte ha ido evolucionando según el concepto que nosotros teníamos de nosotros mismos. El arte, por tanto, ha sido una herramienta básica de educación.
—Estaría el arte más cerca de la verdad...
—Yo no diría la verdad. El arte explica. La única explicación que tenemos del mundo es el arte. La filosofía, la religión y la ciencia también, claro, pero yo creo que la única que nos consuela de verdad, que nos tranquiliza cuando queremos saber algo, es el arte. Te enseña a mirar el mundo. Y la música te enseña lo mismo, pero en vez de hacerlo en términos espaciales, lo hace en términos temporales. Si las artes plásticas son artes del espacio, la música es el arte del tiempo. Cada una de las artes te descubre una parte del mundo.
—Usted que siempre ha estado al margen de las modas, con un pensamiento crítico, comprometido con la sociedad y la política, ¿cree que será posible preservar ese pensamiento en un mundo cada vez más global?
—Mi primer movimiento sería de pesimismo absoluto. Esto se ha acabado, Occidente se ha terminado y nosotros no tenemos nada que decir. Pero luego, pienso. Occidente tiene una capacidad de reacción tremenda. Mil años de religión cristiana, pero, de repente, llegan los italianos en el siglo XV y cambia todo. Se descubre el mundo: aparece el paisaje, la construcción abierta, la luz entra…
—¿Puede suceder algo así?
—Bueno, yo creo que no. Pero puede suceder que, de pronto, esta sociedad se canse y diga que haya que volver a empezar. Y así como los italianos construyeron un nuevo espacio, pero a base de resucitar a Platón, a Sófocles, a través de un renacer, también eso nos podría suceder.
—Si tenemos que volver atrás, ¿entonces es que vamos a peor?
—Hay un error de comprensión entre el atrás y el delante. Como estamos empapados de pensamiento progresista –que es el más reaccionario que existe–, pensamos siempre que el futuro es mejor que el pasado. Eso no es verdad. Mira, toda la sabiduría está en los muertos. Cuando lees, cuando estudias, cuando vas al pasado y miras hacia atrás, no es que vayas a ningún pasado, pues estás en el presente. No es que te guste más cualquier tiempo pasado, pues es mentira, no existe el tiempo pasado. Lo que haces es desenterrar a los muertos y hablar con ellos, porque toda la sabiduría está ahí, bajo tierra.

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