sábado, 23 de febrero de 2019

Palos, piedras y cócteles molotov: así acabó la Revolución Islámica de Irán con 2.500 años de imperio. 4º ESO

ABC HISTORIA
I. Viana

El 11 de febrero de 1979 el Sha huía del país, en el terremoto político más importante de la historia contemporánea del país.


Ejecuciones en Sanadaj, Iran , poco después de triunfar la Revolución Islámica de 1979 - AP


Teherán, 11 de febrero de 1979. «Las fuerzas revolucionarias, han tomado el palacio del Sha, los principales edificios públicos, la radio y la televisión. Han muerto unas 500 personas, entre ellas el jete del Ejército de Tierra y el comandante de la Guardia Imperial. De Bakhtiar no se sabe nada, corriendo rumores de que (e han matado y de que se ha suicidado, aunque la versión más probable es que se encuentre escondido en algún lugar del país. En cualquier caso, su Gobierno ha dejado de existir», decía la crónica de ABC.
Acababa de triunfar la Revolución Islámica en Irán, el terremoto político más importante de la historia contemporánea del país, del que este lunes se cumplen 40 años. El historiador Eric Hobsbawn la calificó como la primera revolución contemporánea que no tuvo sus raíces en la ilustración europea, lo que introdujo toda una novedad en la historia del siglo XX. Pero cuatro décadas con un régimen republicano que no ha encontrado su sitio en el mundo, en gran medida por sus enfrentamientos con Estados Unidos, Israel o otros países del entorno de la Unión Europea. De hecho, pocos días después de que triunfara la Revolución y se hiciera con el poder del país, el ayatolá Jomeini declaraba públicamente que el «régimen corrompido de Israel debe ser aniquilado». De la misma forma que Ahmadineyad, nada más llegar a la presidencia en 2005, aseguró que «Israel debe ser borrado del mapa. Todo el que reconozca al régimen sionista arderá en el fuego de la furia de la nación islámica».
Un mensaje de odio y amenaza que ha continuado hasta hoy, a pesar de la presión internacional contra el régimen iraní, contra su desproporcionado desarrollo armamentístico. El actual presidente, Hasan Rohaní, ha asegurado este lunes, ante la multitud congregada en la plaza Azadi de Teherán para festejar el 40 aniversario del triunfo de la Revolución Islámica, que Irán continuará desarrollando sus sistemas de misiles. «No hemos pedido ni pediremos permiso para fabricar misiles. Continuaremos nuestro camino militar y defensivo [...]. La potencia militar de Irán es sorprendente para todo el mundo», comentó entre los vítores de los asistentes, poco antes de que los Guardianes de la Revolución expusieran en las calles los misiles Qadr, con un alcance de 2.000 kilómetros; Ghiam, de 700 kilómetros, y Zolfeghar, de 800. De ahí la actual y continua preocupación de no solo Estados Unidos, sino también a Europa y otros países de Oriente Medio como Arabia Saudí e Israel.

Palos, piedras y cócteles molotov

Sorprende que Irán haya llegado hasta este nivel de amenaza, si tenemos en cuenta, aquel 11 de febrero de 1979, supuso la desaparición del que era el quinto ejército más importantes del mundo, tras la llegada al poder de ayatolá Jomeini. Ocurrió después de meses de continuas manifestaciones en Teherán y otras grandes ciudades, que fueron masacradas por los inmortales de la Guardia Imperial. Pero nunca acabaron con la esperanza de los musulmanes iraníes, que consiguieron derribar el trono del sha Reza Pahlevi y acabar con nada menos que 2.500 años de imperio. El único armamento de los mostazafin (desheredados) fueron palos, piedras y algún cóctel molotov.
Las reformas modernizadoras que había emprendo el Sha Reza Pahlevi en el marco de una dictadura corrupta y bajo una fuerte influencia de Estados Unidos, generaron un importante descontento social, que fue aprovechando y canalizado por el clero chiíta. La brutal represión protagonizada por las fuerzas policiales iraníes nada pudo hacer contra los largos meses de protestas. De hecho, diez días antes de que Jomeini aterrizara en Teherán tras un año en el exilio por sus críticas al régimen anterior, ABC publicaba: «Mientras tanto, la represión alcanza en Irán extremos esquizofrénicos. El Sha habla de los mullah como “cerdos que se revuelcan en sus propios excrementos”. Las casetes con las prédicas del ayatolá circulan por todo el país, pese a que es delito simplemente pronunciar el nombre de Jomeini. En agosto de 1974, uno de sus colaboradores directos, el ayatolá Azarchahri, de 65 años, fue detenido por la Savak. Murió durante la tortura. Le in trodujeron, una tras otra, las cuatro extremidades en una caldera de aceite hirviendo. En 1977, un hijo de Jomeini, Sayyed Mustafá, de 49 años, es asesinado en Najaf».
Aquel aterrizaje de Jomeini el 11 de febrero de 1979, a las 9.33 horas –un instante que aún hoy se conmemora haciendo sonar las sirenas de las escuelas, fábricas, trenes y embarcaciones al unísono– desencadenó la huida del Sha y el fracaso del intento de mantener un régimen pro-occidental bajo el primer ministro Bajtiar. Dos meses después, un referéndum ganado con una amplia mayoría le dio a Jomeini la potestad para proclamar la actual República Islámica. Según los datos oficiales, fue respaldada por el 99,9% de la población, para dotarla después con una constitución marcada por los ideales de un gobierno islámico.

Represión (también) de Jomeini

A continuación, Jomeini comenzó a imponer las medidas fundamentalistas que aún hoy rigen el país, con comités revolucionarios que patrullaban las calles para obligar a cumplir los códigos de comportamiento y vestido. Todo fue un intento de borrar cualquier vestigio de la influencia occidental, aderezado con un sentimiento antiamericano que tuvo su momento más peligroso el 4 de noviembre de 1979, cuando un grupo de estudiantes musulmanes asaltaron la embajada de Estados Unidos y secuestró a 52 de sus trabajadores extranjeros durante dos meses y medio. Al nuevo Irán islámico no le temblaba el pulso por enfrentarse directamente con las superpotencias extranjeras. Como tampoco le importó echar mano también de una brutal represión, con la que eliminó a toda la oposición política en pocos años.
«En Irán la represión campa a sus anchas, mientras crecen los interrogantes sobre los sucesores del airado imán Jomeini, de 81 años. Un hombre viejo y enfermo que ha jurado odio eterno a los valores de Occidente. El futuro de la República Islámica, sacudida por el terrorismo y la represión, es una de las grandes incógnitas en el área»,explicaba este periódico el 18 de octubre de 1981, casi tres años del cambio. Poco antes, el junio, también dábamos cuenta de «los Estudiantes Islámicos, organización hoy perseguida que hay perdido, en la última semana, a unos trescientos miembros víctimas de la represión que azota al país».
La vida de los iraníes sufrió muchos cambios en los primeros años. Para los mostazafin, la revolución supuso duplicar el sueldo que tenían con el Sha y el reencuentro con la pautas culturales impuestas por el Gobierno, muy cercanas a su preferencias, pero también una seguridad social ineficaz, una economía maltrecha, una brusca pérdida de valor de su moneda al verse marginada de las cotizaciones internacionales y el aumento del paro hasta el 30% de la población activa. A estos hay que sumar el más de medio millón de técnicos occidentales y mano de obra paquistaní, afgana, india, filipina o coreana que se vieron obligados a abandonar el país en los meses inmediatos a la revolución.
Desde entonces, Irán ha experimentado una transformación enorme. Dejó de ser una sociedad rural y se convirtió en una sociedad urbana, cubriendo todas las necesidades de infraestructuras que necesitaba. Su población ha pasado de 37,5 millones de habitantes a más de 82. Eso significa que 45 millones de habitantes han nacido con la República Islámica ya implantada y no tienen un recuerdo directo de los violentos sucesos de comienzos de 1979. Sin embargo, padecen las promesas inclumplidas por la mayoría de los gobiernos posteriores, con episodios intermedios tan traumáticos como la guerra frente a Irak (1980-1988), primero, y la mala gestión de los recursos nacionales, después, así como la incapacidad del nuevo régimen para librarse de la dependencia del petróleo, que representaba ya en la década de los 80 el 70% de la economía nacional.

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