César Cervera
María Luisa tenía fama de mantener aventuras con los más viriles cortesanos, con especial predilección por los miembros de la Guardia de Corps, la unidad donde Manuel Godoy empezó su ascenso al poder.
La familia de Carlos IV, de Francisco de Goya
Solo un día. Debbie Reynolds sobrevivió solo un día a la muerte de su hija Carrie Fisher. Mientras preparaba el entierro sufrió un derrame cerebral y tomó el mismo camino que la actriz que interpreta a la Princesa Leia. Y no es el único caso. La historia está repleta de personajes que apenas sobrevivieron unos días a la muerte de sus seres queridos. En España uno de los casos más conocidos es el de Carlos IV y su esposa. 17 días vivió únicamente el Rey sin su mujer, dejando a Manuel de Godoy, el valido, viudo en Roma sin sus preciados monarcas.
Los Reyes y Godoy sellan su destino
Vacaciones en Roma, de William Wyler, es un película romántica sobre la aventura italiana de una joven princesa que se deja perder en la ciudad. Exilio en Roma, 1814, es, sin embargo, la tragedia de unos Reyes de España que jamás regresaron a la Península ibérica tras la abrupta abdicación en Bayona. Carlos IV y María Luisa de Parma se refugiaron en la Ciudad Eterna a finales de la Guerra de Independencia acompañados, como no podía ser de otro modo, de Manuel de Godoy.
Godoy fue un personaje controvertido, siempre pegado a estos dos reyes y criticado a consecuencia de su fulgurante ascensión desde guardia de corps hasta acumular una interminable ristra de títulos y cargos. En 1788, el joven guardia llamó por primera la atención de los entonces Príncipes de Asturias, al rehacerse con bravura de una aparatosa caída montando a caballo. Los príncipes le invitaron a Palacio para interesarse por su estado tras el accidente y se prendieron con el carácter abierto de Godoy. En pocos años pasó de cadete a ser nombrado primer secretario de Estado.
Los rumores maliciosos acompañaron toda su carrera política. Hasta el punto de insinuar que el ministro y los Reyes mantuvieron relaciones más allá de lo afectivo con Godoy, lo cual resulta poco probable incluso para una Reina tan licenciosa como María Luisa. A pesar de no ser muy agraciada (y haber perdido todos los dientes desde joven), María Luisa de Parma tenía fama de mantener aventuras con los más viriles cortesanos, con especial predilección por los miembros de la Guardia de Corps. El canónigo Escoiquiz describía en gruesos términos a la Reina: «Una constitución ardiente y voluptuosa. Y una sagacidad poco común para ganar los corazones que le había de dar un imperio decisivo sobre su joven esposo de carácter de Carlos, lleno de inocencia y aún de total ignorancia en materia de amor».
Carlos estaba dominado por su mujer, que a su vez lo estaba por el valido. La Reina hizo partícipe a su esposa del aprecio y dependencia por Godoy. Y sin duda el vínculo que éstos desarrollaron hacia él no tenía nada de sano.
El «Generalísimo» (título usado por primera vez en España con él) también quedó atado a sus dos protectores cuando las cosas vinieron mal dadas. El valido cayó tras los sucesos del Motín de Aranjuez, donde los Reyes no pudieron salvarle de una revuelta popular que tenía su origen en los partidarios del futuro Fernando VII. De hecho solo la intervención del Príncipe de Asturias evitó que Godoy terminara linchado por la multitud aquel día.
El Gran Corso olió la sangre (y la debilidad de los soberanos) tras los sucesos de Aranjuez y atacó en el seno de la Corona. Si bien creía contar con el apoyo de Napoleón, la llegada de las tropas francesas forzó a Fernando a devolver a su padre la Corona, obtenida tras el motín, a espera de lo que dictara el corso.
Roma distancia a los monarcas
Carlos IV tenía un carácter dulce y bondadoso, pero carecía de la afilada inteligencia de su padre o de la ambición de su hijo. Dedicaba la mayor parte de su tiempo a la caza y el ocio, mientras eran otros los que llevaban los asuntos del Estado. Y así ocurrió en vísperas de la Guerra de Independencia. Napoleón obtuvo en las Abdicaciones de Bayona, donde Carlos IV reclamó que estuviera presente Godoy, las renuncias de los Borbones al trono a favor de José Bonaparte. A cambio, los monarcas recibieron asilo en Francia y, supuestamente, bienestar económico.
Napoleón dispuso el traslado de Carlos al palacio de Compiègne, a 80 km al norte de París, pero el Rey solicitó establecerse en Niza, pues el clima de la Picardía acentuaba los sufrimientos causados por la gota que le aquejaba desde hacía años. Los pagos acordados con Napoleón permitieron a Carlos IV mantener una verdadera Corte en el exilio (en torno a 200 personas en servicio), hasta que se cerró el grifo imperial junto con la paciencia del Emperador francés. De ahora en adelante, «la corte de Carlos IV ha quedado a su suerte, sin la ayuda imperial prometida, y si recibe alguna atención de los franceses, será únicamente a cambio de dinero», aseguró la correspondencia de Napoleón. Godoy tuvo que encargarse de vender alhajas y caballos, así como de reducir el servicio, lo que fue menoscabando el tren de vida de la Corte.
Tras saltar por varias ciudades francesas, los Monarca no encontraron acomodo en el país y ampliaron sus miras. Lograron que Napoleón los trasladas al palacio Borghese de Roma, en donde se instalaron en el verano de 1812. Porque, de hecho, Italia les resultaba familiar. El Rey había pasado su infancia en Nápoles, cuando su padre Carlos III era el soberano, por lo que se sintió dichoso de volver allí. María Luisa, no en vano, era italiana e hija de Felipe I, duque de Parma.
La caída de Napoleón en 1814 no modificó la situación de Carlos y María Luisa. Ambos se mudaron al palacio Barberini, también en Roma, donde permanecerán casi cuatro años viviendo de la pensión que les enviaba su hijo Fernando, quien ya repuesto en el trono de España, negó a sus padres el retorno.
Fernando VII no terminaba de perdonar a sus padres; ni mucho menos a Godoy. En su periodo de exilio, los Reyes estuvieron acompañados de su hombre predilecto, al que el Monarca le entregó toda su documentación y le encargó que escribiera sus memorias, materializadas en el libro «Memorias del príncipe de la Paz». No obstante, el Papa Pío VII se plegó en septiembre de 1814 a las presiones del nuevo Rey de España y ordenó la salida de Godoy de Roma. Esta separación fue dolorosa y humillante para los reyes padres.
Según la correspondencia disponible, Carlos IV y su hijo restablecieron el contacto a partir de esas fechas y empezaron a cartearse a espaldas de la Reina, a la que se le acusó de llevarse las joyas de la Corona. El 25 de febrero de 1815 se firmó el Convenio ajustado entre «el Rey Nuestro Señor y su Augusto Padre», mediante el que Carlos renunció a sus reivindicaciones al Trono a cambio de una pensión con la que mantenerse dignamente hasta el fin de sus días. Ese mismo año se permitió a Godoy volver a Roma. Pero Fernando no renunció a minar la relación de Carlos con Godoy. Así informó a su padre de los amoríos del valido con la reina y planteó que Godoy pudiera ser el padre de los infantes Francisco de Paula e Isabel.
Y es que quedarse embarazada nunca fue un problema para María Luisa. En toda su vida la Reina tuvo 24 embarazos y 14 hijos, de los cuales ocho murieron antes de 1800. Haciendo caso a su hijo, Carlos IV habría sopesado la anulación eclesiástica de su matrimonio al sospechar de las infidelidades de su esposa, lo cual finalmente decartó.
La Reina falleció el 2 de enero de 1819 en compañía de Godoy. Se encontraba desde hace días postrada en la cama con las dos piernas rotas y afectada por varias dolencias, entre ellas pulmonía. Y 17 días después falleció Carlos IV, que, estando su esposa gravemente enferma, viajó a Nápoles para visitar a su hermano Fernando I de las Dos Sicilias y encontrar alivio a la gota que le atormentaba.
Se disponía a volver a Roma el 13 de enero cuando se vio acometido por un ataque de gota con fiebre del que no se recuperaría, muriendo el 19 de enero de 1819. Los dos viajes de Carlos a Nápoles en 1818, coincidiendo con el empeoramiento de la salud de su mujer, invitan a pensar en un distanciamiento del Rey padre de su esposa y de Godoy en aquellos últimos días del extraño trío.
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