EL PAÍS INTERNACIONAL
Francisco Peregil
La ley prohibe el matrimonio con menores, pero la tradición aún se impone en algunas zonas rurales.
Varios miembros de la fundación Ytto trabajan junto a niñas en una aldea de la región de Imilchir, la semana pasada. EL PAÍS
La niña mira la ropa que le ofrecen como intimidada, sin atreverse a escoger. Najat Ikhich y sus acompañantes le siguen mostrando prendas hasta que ella y sus amigas se animan y piden abiertamente ese pantalón, aquella camisa, este jersey. Son todas menores, algunas con hijos, unas divorciadas y otras a punto de casarse. Ikhich viene organizando caravanas de ayuda y concienciación sobre casamientos de menores desde 2006 como presidenta de la fundación Ytto. Al llegar a la aldea un joven le dice que por más que se esfuerce no va a conseguir cambiar la mentalidad de la gente. Y ella le responde que necesita también la ayuda de gente como él.
Estamos en la casa de Fátima, en un pueblo remoto de la provincia de Midelt, región de Imilchil. Para llegar hasta ahí ha habido que conducir más de 10 horas en coche. Una vez en las montañas del Atlas, el paisaje humano es siempre el mismo: hombres tomando el sol y mujeres trabajando a menudo con sacos de hierba y madera a las espaldas. Najat ha subido con la furgoneta repleta con cajas de ropa de segunda mano y pañales para regalar. Pero todo el mundo en ese rincón sabe que la ropa es un reclamo. Que lo que Najat Ikhich ofrece en realidad implica un cambio mucho más profundo en la vida de estas familias.
En estas aldeas la economía es de subsistencia. Cada niño o niña tiene que ir a la escuela con un trozo de madera para alimentar la chimenea. Y a los 13 años se termina la educación primaria. Los niños empiezan a trabajar y las niñas suelen ser casadas. Fátima acaba de cumplir 13 años. Ikhich ofrece pagarle los estudios a la niña en Casablanca. La niña expresa claramente su deseo de partir. Pero la madre aclara que hay que esperar a que venga el padre, que en estos momentos no está en casa, y que él decida.
“Y si el padre no quiere”, comenta Ikhich, “dentro de dos meses la habrán casado”. Ikhich explica que Marruecos ha avanzado mucho en materia de derechos para las mujeres con el Código de Familia que se implantó en 2004. Pero asume que aún queda mucho por recorrer. El Código establece en su artículo 19 que hay que tener 18 años para casarse. Pero los artículos 20 y 21 permiten a los jueces autorizar el matrimonio de menores, siempre que haya un examen médico y una investigación social. El problema, según Ikhich, es que esta medida, que debería aplicarse de forma excepcional, se ha convertido en el origen de miles de casamientos de menores. “La corrupción hace que algunos jueces autoricen las uniones sin ver a las niñas. Además, los exámenes médicos son muy parciales. Se limitan a decir que la niña es grande y fuerte y que puede asumir el matrimonio. Y los informes psicológicos y sociales elaborados con profundidad son inexistentes”.
La casaron con nueve años. En la práctica eso es una violación. La noche de bodas ella huyó de la casa del marido y regresó con los padresNAJAT IKHICH, PRESIDENTA DE LA FUNDACIÓN YTTO
La costumbre de casar a las menores, según Ikhich, también se ha trasladado a Europa. En 2011 su fundación emprendió una campaña de concienciación entre la población marroquí del centro de Barcelona y de Tarrasa e identificaron unos 14 matrimonios de menores. Entre los cientos de casos que Ikhich ha conocido se le quedó grabado el de Zainaba, una niña que ahora tiene 17 años y a la que pretendía visitar en su último viaje por el Atlas, hace dos semanas.
Zainaba nació en la aldea de Tamaloute, en la región de Imilchil, entre el Mediano y el Alto Atlas. “La casaron con nueve años. Como sucede con todas las niñas de esa edad, eso en la práctica es una violación. La misma noche de bodas Zainaba dejó la casa del marido y regresó con sus padres. Ella decía que el marido era un chico guapo, sonriente. Pero desde esa noche, para ella se convirtió en un monstruo. Fue casada después otra vez y volvió a escapar. Ahora, con 17 años, nadie la quiere como esposa. Y se pasa los días en la montaña cuidando el ganado y recogiendo madera y hierbas”.
Cada vez que Ikhich organiza una caravana suele llegar a las zonas rurales más alejadas con un par de autobuses cargados de médicos, juristas, sociólogos y artistas. “Al principio muchos padres nos mentían sobre la edad a la que casaban a sus hijas. Nos decían que en realidad no las casaban, sino que hacían una promesa de matrimonio. Pero hablábamos con las niñas y nos confesaban que el matrimonio se consumaba. Es decir, las violaban la primera noche y muchas de ellas volvían a sus casa tras la primera o segunda noche”.
Con las niñas de 12 ó 13 años que se quedaban con sus maridos surgió otro problema. Desde 2004, con el nuevo código de familia, el casamiento dejó de ser legal. Así que los hijos de esos matrimonios no tenían derecho a inscribirse en el registro civil ni estaban autorizados a matricularse en el colegio. Iban solo como oyentes durante los años de primaria y después se quedaban sin título.
En 2010 la primera cadena de televisión marroquí emitió un documental de 45 minutos producido por la fundación de Ikhich titulado “El otro Marruecos”. La sociedad tomó consciencia del problema. Los ministerios de Justicia, del Interior y los ayuntamientos de las regiones afectadas (Imilchil, Imaaghrane, Azilal) comenzaron a colaborar con la fundación. Cerca de 60.000 niños fueron inscritos en el registro civil. “Pero queda mucho por hacer”, se lamenta Ikhich. “Porque el Estado no vela por la aplicación de la ley ni detiene a los padres y representantes de las autoridades que infringen las leyes”.
En 2014 se registraron 45.000 mujeres menores casadas, según el Ministerio de Justicia. Pero esa cifra, según Ikhich, solo refleja un tercio de la realidad. “Entre esas 45.000 solo aparecen las que se registran en los tribunales. No constan los matrimonios rechazados por los jueces y que después se casan solo con el permiso del imán en las mezquitas de aldeas que se han convertido en feudos del oscurantismo”.
“En esa cifra de 45.000 menores casadas no constan tampoco”, aclara Ikhich, “las niñas entre 7 y 16 años. Porque para la Administración es vergonzoso asumir que hay matrimonios con esas edades y porque Marruecos ha ratificado la Convención de los Derechos de la Infancia. Pero las niñas son víctimas de la violencia sexual. Para mí, todo legislador que permite matrimonios de niñas y adolescentes, ya sea concejal, diputado regional, parlamentario o ministro, es un pedófilo”.
Otra historia que se grabó en la memoria de Najat Ikhich fue la de Moulay Said, un hombre que vive en una aldea cercana a la localidad de Zagora. “Es uno de los pocos hombres a los que he admirado por su conciencia, el apoyo hacia sus hijos y su valor”, señala.
En la aldea, cuando termina la educación primaria la gente suele casar a las niñas, nadie las envía a estudiar a Zagora, a diez kilómetros del pueblo. Pero la hija de Moulay sacaba unas notas de 18 puntos sobre 20. Y el padre se empeñó en enviar a su hija a Zagora. Durante un año casi nadie en la aldea le dirigió la palabra, ni en la mezquita ni en el zoco. Al caminar por la calle oía murmurar: “Por ahí va el que ha mandado a su hija a prostituirse a Zagora”.
Al cabo de un año en Zagora la hija sacó notas de 15,16 y 18 sobre 20. Él hizo una fotocopia del boletín y la colgó en la puerta de la mezquita. Al año siguiente ya eran muchos los que quisieron enviar a sus hijas a la ciudad.
Por fin, el padre de Fátima, la niña que escogía la camisa, llegó a casa. Ikhich le ofreció la opción de pagarle los estudios a su hija, pero el hombre alegó que su hijo de 27 años se opone a que la hermana de 13 fuera a Casablanca. En cualquier caso, aceptó tomar la tarjeta de visita de Ikhich por si cambiaba de opinión. La niña se quedó llorando. Tres días después, en otro pueblo del Atlas, Ikhich conseguía convencer a los padres de Zainaba, la que se casó y separó dos veces, para iniciar en Casablanca los estudios de una formación profesional.
Algunos padres justifican su rechazo a enviar a sus hijas fuera porque dicen que en la ciudad sufrirán muchas frustraciones, ya que el nivel de los colegios en las zonas rurales es tan ínfimo, que se verán sobrepasadas por el resto de sus nuevas compañeras. Pero esa sería ya otra historia. De momento, algunas niñas han logrado salir de sus aldeas. Pero está claro que solo la intervención del Estado podrá rescatar a muchas de ellas de una tradición tan brutal como arraigada.
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