EL PAÍS Ideas
Andrea Rizzi
El apoyo popular ha fortalecido a moderados y reformistas en su pulso por modernizar la República Islámica. ¿Lograrán vencer las resistencias de los poderes más conservadores del régimen?
Imagen oficial de Jamenei (izquierda) y Rohani el 3 de agosto durante la ceremonia de confirmación del segundo mandato del presidente. EFE
Irán ha entrado en una nueva fase en el gran pulso entre radicales y moderados, una tensión que ha marcado el camino de la Revolución Islámica desde su génesis en 1979. En esta constante dialéctica entre teocracia y democracia, la soberanía popular acaba de dar un fuerte mandato a la coalición de moderados y reformistas que encabeza el presidente Hasan Rohani. Tras el triunfo en las elecciones presidenciales de mayo —después del buen resultado alcanzado en las legislativas de 2016—, estos persiguen con renovado brío sus objetivos políticos. “Nos sentimos más fuertes ahora”, señalaba hace dos semanas en Teherán Massoumeh Ebtekar, vicepresidenta en el Ejecutivo de Rohani. El día anterior, en los Majles (Parlamento), el diputado reformista Heidarali Abedi había utilizado la misma expresión, palabra por palabra. Pero el conglomerado de centros de poder —líder supremo, Consejo de los Guardianes y Guardia Revolucionaria— cuya legitimidad sostiene el pilar teocrático del sistema iraní sigue plantando una firme resistencia al cambio.
Este renovado pulso, bajo un nuevo equilibrio de fuerzas, está produciendo evidentes fricciones. Ha habido advertencias verbales explícitas al presidente, la detención de su hermano en un presunto caso de corrupción, repetidos incidentes navales con EE UU en el Golfo y ensayos de misiles que parecen pensados para poner a Rohani en dificultades.
El presidente ha empezado este viernes su segundo mandato. Del resultado del reajuste de la Revolución que defiende su programa depende no solo el futuro de la sociedad iraní, sino, en buena medida, también el equilibrio geopolítico de la región. La avanzada edad del líder supremo —Ali Jamenei, 78 años— aumenta la presión de un proceso con profundas incógnitas.
La ciudadanía no tiene acceso a Twitter (tampoco a la BBC y otras webs), pero todos los dirigentes principales tienen una cuenta
La biografía de la vicepresidenta Ebtekar ilustra los giros y paradojas de la historia de la República Islámica. Ella fue el rostro de la vertiente más radical en las protestas que desembocaron en el derrocamiento de la dinastía del sah Reza Pahlevi y que tuvo importantes consecuencias internacionales, como la ruptura de relaciones con EE UU. En 1979, con apenas 19 años, Ebtekar fue la beligerante portavoz de los estudiantes que secuestraron la Embajada de EE UU en Teherán. Varias décadas después, en 1997, se convirtió en la primera iraní en alcanzar la vicepresidencia, bajo el estandarte reformista del Ejecutivo de Mohamad Jatami. En aquellos años experimentó en primera persona la formidable fortaleza de los centros de poder ultraconservadores de la Revolución, que hicieron naufragar el proyecto de cambio que esa presidencia representaba.
Apartada después durante los ocho años de mandato del conservador radical Mahmud Ahmadineyad, ha regresado a la vicepresidencia en 2013 de la mano de Rohani. Hoy, sentada en la sede del Departamento de Medio Ambiente, que dirige, defiende con convicción en su pulcro inglés este nuevo intento de impulso a la moderación, “una interpretación progresista” de los derechos civiles establecidos en la Constitución y “una mejora de las relaciones internacionales”. “Nos tomamos esto muy en serio”, asegura. Pese a la habitual circunspección de los interlocutores que hablan en Irán con la prensa, admite que “hay grupos con poder que son críticos con el Gobierno”; que “hay un debate interno y a veces la cosa se pone difícil”. Se intuye en la conversación su esperanza de que, con el apoyo del 57% logrado por Rohani en mayo (cinco millones más de votos que en 2013), esta vez se puede conseguir más, y de forma más duradera.
Los grupos de poder a los que se refiere Ebtekar se aglutinan en torno al líder supremo. Él establece las líneas políticas fundamentales, controla las Fuerzas Armadas y nombra al jefe del sistema judicial. Jamenei, que en teoría debería funcionar como árbitro en la búsqueda de consensos entre distintas facciones, tiene instintos eminentemente conservadores. En junio lanzó un ataque a la yugular de Rohani advirtiéndole de que corre el riesgo de acabar como Abolhassan Banisadr, primer presidente de la República, que sufrió un impeachment tras 17 meses en el Gobierno. “En 1980-1981 el entonces presidente dividió al país entre partidarios y opositores; esto no debe repetirse”, avisó Jamenei, en un gesto que muchos interpretan como una vía libre a actividades de contengan a Rohani. El presidente respondió con un sibilino discurso en el que apuntaba que la legitimidad política del líder supremo depende de la voluntad del pueblo.
En el núcleo conservador, destaca la Guardia Revolucionaria (Pasdarán), tanto por su dimensión militar/policial como por su papel de gran conglomerado económico. La tensión entre Rohani y el general Mohamad Ali Jafari, jefe de la Guardia, ha sido explícita en las últimas semanas. Durante la campaña, los Pasdarán apoyaron a Ebrahim Raisi, el ultraconservador adversario de Rohani, considerado como el favorito del líder. Rohani acusó a los ultras de haber “ejecutado y encarcelado, cortado lenguas y cosido bocas”.
Junto con los Pasdarán, el Consejo de los Guardianes —puede vetar leyes y candidatos a cargos electivos—, los servicios de inteligencia y la judicatura son los otros bastiones conservadores que garantizan un control férreo.
Rohani compensa la desventaja institucional con un apoyo popular mayoritario, que confluye en la actual coalición entre las facciones calificadas en Occidente de moderados (centristas pragmáticos) y reformistas. Estos, tras la dura represión de las protestas de 2009 por la discutida reelección de Ahmadineyad (con 4.000 detenidos en un mes), han optado en gran medida por apoyar el proyecto de Rohani, aunque sea más prudente de lo que desearían.
La confrontación en este momento coincide en gran medida con la dicotomía democracia/teocracia. Las instituciones que emanan de la soberanía popular abogan por adaptar la Revolución al sentimiento mayoritario de la sociedad, más acorde con la modernidad. Mientras, las instituciones sustentadas en el principio teocrático frenan el cambio. El historiador británico Michael Axworthy señala que los dos principios son consustanciales a la Revolución impulsada por Jomeini. Pero señala que la soberanía popular ha estado siempre subordinada a la teocracia.
Para completar el cuadro, hay que tener en cuenta factores externos que desempeñan un papel significativo. El reforzado Rohani cuenta con la benevolencia de los países europeos —la petrolera francesa Total acaba de firmar con Irán un contrato por valor de 5.000 millones en el sector del gas—. Al mismo tiempo, sufre la renovada hostilidad de EE UU en la actual era Trump, tras una época de diálogo durante la Administración de Obama. Además, el Estado Islámico (ISIS) golpeó por primera vez Teherán en junio, y esa agresión tuvo un tempo inequívoco: ocurrió poco después de la segunda victoria de Rohani. Tanto la actual actitud de EE UU como los atentados del ISIS debilitan la posición del Ejecutivo iraní. Además, ofrecen argumentos a los partidarios de la línea dura, aquellos que critican la presunta debilidad del presidente.
La conversación con Ebtekar —una de la quincena de entrevistas a cargos gubernamentales, diputados reformistas y conservadores, periodistas y representantes del mundo de la cultura realizadas hace dos semanas en un viaje a Teherán por invitación del Gobierno— permite vislumbrar que los terrenos prioritarios en los que se disputa este pulso son la economía y el área de derechos políticos y civiles.
El conflicto en materia económica tiene que ver con el control del mercado, su grado de apertura a nuevos actores, y la merma del enorme peso que tienen los grupos beneficiados por las privatizaciones en la era del Gobierno de Ahmadineyad. La Guardia Revolucionaria, en particular, controla un gigantesco conglomerado económico. Por ejemplo, en 2009 adquirió la mayor parte de la compañía estatal de telecomunicaciones por 7.800 millones de dólares. Rohani quiere reducir su peso en la economía, liberalizar esta empresa y atraer inversión extranjera.
“Una parte de la economía fue controlada por un Gobierno sin pistolas, pero luego pasó a manos de un gobierno con pistolas”, dijo el presidente el 23 de junio, en referencia a ese discutido proceso de privatizaciones. Cuatro días después, el jefe de los Pasdarán contestó: “Pueden describirnos como pistoleros. Pero, además de pistolas, tenemos los misiles que destruyen a nuestros enemigos. Creemos que, sin armas, el Gobierno sería humillado por sus rivales. [El presidente] quiere que hagamos el trabajo más duro sin ningún beneficio. Habla de manera injusta sobre la Guardia”.
Se percibe en Teherán la sensación de que le clima social es más sereno que en la época de Ahmadineyad, pero que los avances son modestos
Por otro lado, Rohani ha logrado un éxito gracias al contrato con Total. Los conservadores pragmáticos no se oponen a la entrada de compañías occidentales en el sector energético. Hedayatollah Khademi, diputado conservador y vicepresidente de la Comisión de Energía, lo afirma así al margen de un pleno del Parlamento: “Esto es business. Las compañías americanas también son bienvenidas. Lo importante es que se trabaje bien, la eficiencia”.
Pero la persistencia de sanciones de EE UU en las finanzas y la resistencia de varios sectores dentro del aparato del Estado iraní han ralentizado la llegada de inversiones occidentales más de lo que se esperaba tras el histórico acuerdo de 2015. Según este trato firmado entre Irán y seis potencias internacionales, el programa nuclear iraní quedaba detenido a cambio de un levantamiento de las sanciones.
Hay otros datos positivos: China está muy presente en el mercado iraní, y las exportaciones de petróleo han aumentado. Además, la inflación ha bajado del 40% de la era Ahmadineyad a menos del 10%. Pero a falta de inversiones y de una dinamización real de la economía, y con el precio del crudo en horas bajas, el crecimiento del PIB y la reducción del paro han sido insuficientes. La vicepresidenta reconoce que, frente a las grandes expectativas tras el fin de las sanciones, la escasa mejora real “generó frustración”.
La libertad de expresión y la situación de la mujer son otros dos aspectos clave en el pulso actual. En general, Rohani trata de que se apliquen con más tolerancia y flexibilidad la plétora de normas restrictivas de la República Islámica. El presidente ha señalado —repetidamente y sin éxito— su deseo de que los líderes reformistas que se encuentran bajo arresto domiciliario desde 2009 (Mir Husein Musavi y Mehdi Karrubi) sean liberados. La Guardia los define como subversivos.
Se percibe en Teherán que el clima social es más sereno que en la época de Ahmadineyad, pero que los avances son modestos. En términos de libertad de prensa, Hossein Entezami, viceministro de Información en el Ministerio de Cultura, sostiene que su Ejecutivo “ha promovido una apertura”. Apunta que en el marco del rígido esquema de censura de la República, en la nueva etapa de Rohani “solo ha habido una recomendación de sanción” por parte del órgano correspondiente. “En la etapa de Ahmadineyad hubo muchas”. Uno de los periodistas entrevistados aclara hasta dónde llega la libertad: “Se puede criticar al Gobierno”. ¿Y al líder supremo? “No”.
Entezami también resalta que su Ejecutivo intenta que haya mayor libertad de acceso a Internet, algo que no ha estado exento de problemas —“imagínese, el ministro ha sido condenado por no controlar lo suficiente la Red…”—. Durante una visita a la agencia oficial de noticias IRNA, su director, Mohamad Khodadi, defiende con ahínco su estrategia en las redes sociales. Menciona Twitter, servicio al que no tiene acceso la ciudadanía (como tampoco a la BBC y a muchas otras webs), pero sí los máximos dirigentes del país. Todos ellos tienen una cuenta, incluido el líder supremo.
En cuanto a la situación de la mujer, Seyedeh Fatemeh Zolghadr, diputada reformista, sostiene que hay avances. Enumera las iniciativas legislativas que tratan de contribuir a la mejora, apunta que las mujeres están más representadas en las instituciones y que, en general, “hay un cambio en la percepción de la posición que ostentan en la sociedad”. Es evidente que queda un camino largo por recorrer en las instituciones (hay solo 18 diputadas en los 298 escaños), pero más aún en la sociedad.
El progreso en esta área está repleto de obstáculos y resistencias. Incluso quienes tienen visiones más progresistas abogan por reformas prudentes. “Hay que hacerlo paso a paso. La gente podría perderse si accede a demasiada libertad de repente”, dice Kourosh Gharbi, diseñador de moda, mientras enseña sus modelos en una exposición en la antigua residencia veraniega del sah. Ese parece el espíritu político de Rohani. Un hombre del sistema, moderado, pragmático, que no plantea ninguna revolución, sino una flexibilización, una prudente reforma, una adecuación paso a paso al sentimiento que parece ser mayoritario.
La historia reciente de Irán tiene pasajes oscuros: las restricciones a la libertad, la relación con Hamás y Hezbolá, una de las tasas de ejecuciones más elevadas del mundo, la brutal represión de las protestas de 2009, el turbio programa nuclear. El país también ha sido víctima de maniobras oscuras: el golpe de Estado orquestado por británicos y estadounidenses en 1953, la agresión iraquí de los ochenta, el derribo por parte de EE UU de un avión con 290 civiles en 1988.
Ese pasado pesa como una roca sobre un país que, en cambio, es joven y dinámico, con un notable nivel de formación. Pero como recomienda un verso atribuido al gran pensador persa del siglo XI Omar Jayam, el pasado es un cadáver que debe ser sepultado.
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