EL PAÍS Internacional
Carlos Yárnoz
Putin avisa a la OTAN con maniobras militares de que defenderá su zona de influencia.
Un soldado bielorruso este jueves, durante las maniobras militares en las que participa Rusia. AP
Aún conmocionado por la anexión de Crimea hace tres años, Occidente considera una provocación las maniobras militares rusas en la frontera con la UE. Tiene motivos. Sin embargo, es Rusia la que tiene más razones para sentirse amenazada a la vista de la historia reciente: los confines de la OTAN, la alianza creada para hacer frente a los rusos, se desplazaron mil kilómetros hacia Moscú en solo dos décadas tras la caída del muro de Berlín hasta llegar a la misma frontera con Rusia.
La corriente expansiva superó lo imaginable al llegar a Ucrania, la cuna de los rusos, empujada a la disyuntiva de elegir entre Bruselas y Moscú, entre Rusia y la OTAN en último término. La violenta reacción de Vladímir Putin puso fin a la entelequia y, desde entonces, el líder ruso repite que no habrá un solo paso más atrás. Ahora vuelve a explicarlo con las maniobras Zapad 17.
Para el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, los ejercicios de Rusia y Bielorrusia son los preparativos “de una ofensiva a escala continental”. No es así ni para la OTAN ni para los expertos. Uno de ellos es el profesor Giancarlo Elia Valori, quien en un extenso artículo en Modern Diplomacy llega a la lógica conclusión de que, con Zapad 17, Rusia no quiere tensar sus relaciones con Europa o Estados Unidos, sino solo reafirmar su control sobre su área de influencia.
Porque las importantes maniobras —al menos 70.000 militares— se hacen junto a las fronteras europeas de Lituania o Polonia, pero no hay más que mirar el mapa para percatarse del valor estratégico de la zona para los intereses rusos. En Kaliningrado, el enclave ruso fronterizo con Lituania y Polonia, tiene Moscú desplegados sus misiles balísticos Iskander (SS-26 Stone, en terminología de la OTAN) y todo un arsenal que cubre el arco que va desde el Ártico al Mar de Barents, y desde el Báltico al Mar Negro.
Ese despliegue en la frontera europea, como las maniobras, ha sido la respuesta a similares ejercicios periódicos de los aliados y al estacionamiento desde hace dos años de cuatro batallones de la OTAN en Polonia y los países bálticos. Y al despliegue de bases del escudo antimisiles en Deveselu (Rumania) y pronto en Redzikowo (Polonia), a cuya “amenaza” prometió en 2015 responder Putin. Todo ello, sin olvidar los 70.000 soldados estadounidenses aún desplegados en Europa.
Lo preocupante, por tanto, es la acumulación de potencia de fuego a ambos lados de una frontera antes amortiguada por un cinturón de países de interposición (desde los bálticos a Rumania y Bulgaria pasando por Polonia, Hungría o República Checa), mientras que ahora los dos bloques solo están separados por una alambrada.
El principio militar de seguridad se guía por una doble premisa: la presencia de fuerza y la voluntad de utilizarla. La primera va in crescendo desde hace años. La segunda, por ahora, no existe. O eso nos aseguran.
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