Daniel Verdú
El partido CasaPound, con opciones para entrar en el Parlamento, renueva el discurso de ultraderecha y se asienta en un clima de crisis económica y migratoria.
Simone Di Stefano, con traje y corbata, encabeza una manifestación de CasaPound antiinmigración. ANTONELLO NUSCA
El edificio, ocupado desde 2003, tiene ocho plantas y el nombre del movimiento en la fachada. En el primer piso siempre hay alguien de guardia que controla la cámara que enfoca la calle del Esquilino, uno de los barrios con más inmigrantes de Roma. Una veintena de familias sin recursos vive acogida en sus apartamentos. Hay cajas de comida almacenadas para quien pase necesidad. Solo italianos, así funciona. En el interior hay pósteres del filósofo Julius Evola o de Benito Mussolini. Pegatinas de las JONS, Amanacer Dorado y Hogar Social. Crisis económica, gatillazo demográfico y llegada masiva de inmigrantes. La cerilla del fascismo del tercer milenio prende y CasaPound crece cada vez que Italia saca las urnas. A pocos meses de las elecciones, la formación aprieta para llegar al 3% necesario para entrar en el Parlamento e influir en las políticas de centroderecha.
El movimiento, constituido en partido político desde 2009 y autoproclamado revolucionario, basa su programa en el derecho a la vivienda (de ahí la tortuga de su logotipo y la ocupación sistemática de espacios vacíos), trabajo para todos los ciudadanos y el rechazo a la inmigración y sus derivadas. CasaPound, con 99 sedes y 11 concejales en los ayuntamientos, edifica su actualización del fascismo sobre las ruinas de una clase media-baja empobrecida: el mercado electoral más rentable hoy en día. A diferencia de otros artefactos de ultraderecha, como Forza Nuova o Roma ai Romani, evitan la moral católica o la homofobia. Una flexibilidad que contribuye a la seducción juvenil que ha permitido triplicar militantes (20.000) en 2017 y tener un media de edad baja. El movimiento europeo de este tipo que más crece.
El miércoles por la tarde Simone Di Stefano —41 años, padre de dos hijos, diseñador gráfico, vicepresidente del movimiento y candidato a primer ministro— llega al cuartel general procedente de una manifestación contra un centro de acogida en Tiburtina. La protesta ha terminado a golpes con un grupo de antifascistas. Ninguna novedad. Roma, cuya alcaldesa no ha contribuido a templar los ánimos con los desalojos de este verano, asiste a estos sucesos desde hace meses. Los vínculos de la ultraderecha con el mundo del fútbol, en cuyos fondos se ha mezclado la política y la violencia durante años, han sido evidentes durante años. Pero en CasaPound ya no, sostiene Di Stefano mientras intelectualiza al máximo su discurso. “¿Cuántos votantes podemos obtener en el fondo de un estadio? Queremos que nos apoyen los padres de familia, hablar a las señoras mayores. Nuestro principio es la justicia social, que el Estado ayude primero a sus ciudadanos. Y si sobra, puede hacerlo con el resto. Pero no es el caso”, señala en una de las salas, llena de retratos de persojajes revolucionarios, donde realizan charlas e invitan a militantes de otras corrientes para debatir abiertamente sobre todo tipo de temas.
La última victoria fue en Lucca (90.000 habitantes), una preciosa ciudad toscana, gobernada por el PD, donde obtuvieron 8% de votos en las últimas Administrativas y son tercera fuerza política por delante del Movimiento 5 Estrellas -un partido al que aspiran arrebatar votantes-. La clave, sostiene su candidato, Fabio Barsanti, es mantener el contacto con la sociedad civil abandonada. "Escuchar a la gente", señala. Militante de la derecha radical desde los 16 años, se ha visto uno a uno con vecinos y trata de sacudir el miedo de la gente al fascismo. “Hay más gente que ama a Mussolini de lo que parece. Pero hay una cultura dominante que ha llevado adelante la retórica de la resistencia. De todos modos, cuando hablamos de fascismo lo hacemos sin nostalgia. Tomamos algunas ideas como la propiedad de la casa, la justicia social o la identidad nacional y las actualizamos”, señala por teléfono.
Roma y Milán, donde la campaña de presión al alcalde Beppe Sala ha terminado con un aumento de su seguridad, son feudos de referencia. La formación ofrece un discurso menos liberal que los xenófobos Fratelli di Italia y Liga Norte y critican su tibieza. Pero estos partidos, que aspiran a gobernar Italia formando una coalición con Forza Italia y ya han anunciado que intentarán derogar la reciente ley que prohíbe la propaganda fascista (ley Fiano), viven condicionados por sus propuestas más radicales. ¿Han olvidado los italianos el fascismo?
El historiador Filippo Focardi, autor del libro Il cattivo tedesco, bravo italiano (el alemán malo y el italiano bueno), cree que ha existido desde los años 90 un proceso de vaciado de contenido de aquel recuerdo. “Lo preocupante ahora es que su presencia en el Parlamento señalaría un retroceso después de que el Movimiento Social Italiano (MSI) se transformase en los 90 asumiendo el nombre de Alianza Nacional [el partido posfascista formado por Gianfranco Finni] para dar cabida a todas esas formaciones”.
Este renacer fascista, de momento, forma solo parte del ruido de fondo político. Pero acompaña con éxito iniciativas de la derecha como el veto al IUS Soli, la ley que otorgaría la ciudadanía a los hijos de inmigrantes nacidos en el país. Sobreviven junto a CasaPound —con relaciones tensas entre ellos— otras formaciones radicales y algunos rescoldos de Alianza Nacional, como el exministro de Sanidad de Berlusconi, Francesco Storace con su Movimiento Nacional por la Soberanía.
El politólogo y profesor de la LUISS Giovanni Orsina sostiene que el fascismo nunca se marchó de Italia, pero el caldo de cultivo actual ha fomentado su auge. “La identidad nacional y racial vuelven a ser importantes. Hay una crisis demográfica europea que en Italia es particularmente grave. Tenemos una patronal que dice que los italianos se van porque aquí no hay trabajo. Los inmigrantes llegan durante meses a ritmos de 200.000 al año. Se publican todo tipo de crónicas sobre violaciones, inseguridad... Y lo más importante: no hay que olvidar que nosotros inventamos el fascismo”. Ahora, también, su reformulación.
NUEVA LEY CONTRA LA APOLOGÍA DEL FASCISMO
El Parlamento italiano aprobó hace una semana la ley Fiano —por el diputado que la ha promovido— que amplía los límites de la prohibición de la propaganda de este tipo más allá de si quien lo comete está planteándose reconstruir el partido fascista, como establece la Constitución. La Liga Norte ya ha anunciado que la derogará si llega al Gobierno. El Movmiento 5 Estrellas, por su parte, se abstuvo en la votación de la cámara de diputados.
Para su impulsor, Emanuele Fiano (PD), el contexto social actual la hace imprescindible. “Después de 9 años de crisis económica y social, tenemos un contexto empobrecido. Se ha unido a todo ello la crisis de la inmigración que ha creado un cuadro social frágil y muy enfadado con la clase política. Y ese contexto es el mejor en toda Europa para las fuerzas extremistas. Debemos impedir que vuelvan las antiguas recetas”, señala. La ley deberá pasar todavía el trámite del Senado.
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