lunes, 11 de septiembre de 2017

Bruselas impulsa su propio Fondo Monetario para apuntalar el euro. 4º ESO-Economía

EL PAÍS ECONOMÍA
Claudi Pérez

La Comisión quiere aprovechar la cohesión europea por el Brexit y Trump para avanzar en la integración.


El euro va emergiendo de la Gran Recesión con todas las plumas, pero Europa es consciente de que volverá a sufrir tan pronto como asome la próxima crisis. Bruselas, Berlín y París pugnan por imponer sus ideas sobre las reformas que necesita la eurozona para reforzarse. La Comisión y las capitales coinciden en la necesidad de impulsar un Fondo Monetario Europeo (FME). Pero el diseño definitivo es una incógnita: ese FME será la gran batalla política de los próximos tiempos. Alemania pretende dar un golpe de mano y quitarle a Bruselas la supervisión de la política fiscal para dársela a esa nueva institución.

El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.  REUTERS


El euro cumplió la mayoría de edad en 2016, pero aún es una moneda adolescente: Bruselas y los Estados miembros son conscientes de la necesidad de crear una institución equivalente al BCE en el plano de la política fiscal para darle solidez. Un euro sin unión política, sin política fiscal, es "un castillo en el aire", decía Helmut Kohl. Durante la última década, una moneda que estaba diseñada para fomentar la estabilidad llegó a convertirse en uno de los grandes riesgos económicos del mundo, y alumbró una fractura Norte-Sur, una guerra de baja intensidad acreedores-deudores tanto por sus defectos de fábrica como por las incompatibilidades entre las culturas de política económica de los países que la usan. La eurozona está incompleta, y aun así consiguió salvar la Gran Recesión apenas retocando el edificio. Pero Bruselas, París y Berlín son conscientes de que necesita cambios profundos.
La Comisión ya presentó en primavera varias opciones. El empuje reformista de Emmanuel Macron en Francia —si realmente se sustancia— ha obrado una especie de milagro: Alemania ha pasado del nein general —no a la mutualización, no al fondo de garantía de depósitos, no al respaldo fiscal del fondo de resolución de bancos, no a un seguro de paro común— a buscar la manera de revivir el motor francoalemán. Berlín se aviene a convertir el Mecanismo Europeo de Estabilización (Mede, que sirvió para rescatar países en crisis) en un Fondo Monetario. Pero hay que ponerle el cascabel al gato: el FME que quiere Alemania no es exactamente el que desea Francia, y está lejos del que pretende la Comisión.
Esa será una de las grandes batallas políticas de los próximos tiempos. Y Bruselas dispara primero: el jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, esbozará su idea de FME este miércoles, en el discurso sobre el Estado de la Unión. Según documentos en poder de este diario, Juncker cree que la Unión "tiene ahora, económica y políticamente, mucho más viento en sus velas", y debe aprovechar esa oportunidad para transformar el Mede en el FME y completar una ambiciosa agenda: dotar un presupuesto de la eurozona para invertir en los países en crisis; reducir los riesgos del sector financiero a la vez que se completa la unión bancaria con un fondo de garantía de depósitos y un respaldo fiscal —quizá vía ese FME— al fondo de resolución de bancos, y, más adelante, empezar "el trabajo exploratorio para crear un activo seguro del euro". Esos eurobonos serían para 2025. "Los eurobonos son una fantasía, pero la UE y el euro también lo fueron", señalan fuentes de la UE.
Los planes alemanes son más prosaicos. Al inicio de la crisis, el ministro Wolfgang Schäuble, amo y señor del Eurogrupo, ya insinuó la conveniencia de crear un FME. La propuesta quedó olvidada bajo el peso de los acontecimientos, pero Schäuble acaba de anunciar que lanzará un plan para transformar el Mede en el FME tras las elecciones alemanas. Esa oferta depende de la coalición de Gobierno: si Merkel se alía con los socialdemócratas todo será más fácil; si elige a los liberales, su idea es acabar incluso (paulatinamente) con el Mede.

LA UE PLANTEARÁ VINCULAR REFORMAS Y FONDOS EUROPEOS

Hay ideas en Europa que aparecen y desaparecen como el Guadiana. La presidencia de la UE, que este semestre recae en Estonia, ha desempolvado uno de los planes alemanes que más urticaria provocó en la fase más profunda de la crisis: la canciller Angela Merkel planteó a los líderes europeos los denominados contratos por reformas, para vincular los fondos europeos a un calendario exigente de reformas. La presidencia estonia plantea "equilibrar las responsabilidades nacionales con la solidaridad a nivel europeo". En otras palabras: "Los fondos de la UE podrían vincularse de manera más directa con la agenda de reformas. Reforzar la condicionalidad, vinculando la financiación a la aprobación y aplicación de reformas", según un documento que se discutirá en Tallin a mediados de mes.
Aún no hay detalles, pero los esbozos que circulan en Bruselas hablan de un approach intergubernamental, para arrebatar a la Comisión la supervisión fiscal y otorgarle el control presupuestario a esa nueva institución. Berlín ha elevado hasta el infinito las críticas contra Bruselas porque considera que la Comisión ha politizado las reglas fiscales. Si triunfan las tesis alemanas, el nuevo FME se encargaría de imponer disciplina, sobre todo en los países que pidan ayuda. Alemania, Francia e Italia podrían tener derecho de veto: tal vez por eso París no ve mal esa propuesta, aunque quiere añadir un presupuesto de la eurozona fuerte, una opción que Alemania no contempla. Macron pretende crear también un superministro del euro, aunque está por ver qué presupuesto tendría.
Está en juego la fisonomía futura de la Unión Económica y Monetaria. El marco actual tiene una dinámica muy rudimentaria: políticas presupuestarias nacionales y un conjunto de reglas y sanciones que nadie se cree. Pero las ideas alemanas, si los franceses no consiguen suavizarlas, darían munición a los ayatolás de la flexiausteridad, la política económica insuperablemente mediocre —salvo por el BCE— que ha caracterizado la gestión de la crisis. A Bruselas le ha faltado tiempo para salir en tromba: el comisario Pierre Moscovici subraya que sería "un escándalo democrático" dejar la supervisión fiscal en manos de una institución "que no rinde cuentas a nadie". En su opinión, "el FME no puede convertirse en otra estructura creada para aplicar mecánicamente reglas fiscales aún más automáticas". Bruselas recuerda que cuando París y Berlín dictan las normas el desastre está asegurado: el error Deauville (un acuerdo entre Merkel y Sarkozy que desató el pánico en los mercados de deuda) aún escuece en Europa.

Más unión política

Los expertos no son optimistas. "El Brexit y Trump eran una amenaza, pero se han convertido en pegamento para la cohesión europea. La UE debe aprovechar para reformar el euro", señala Charles Kupchan, ex asesor de Obama. "Los líderes no saben qué hacer, las propuestas de Macron son simbólicas: sin sustancia. Un FME a medio cocinar sería incluso contraproducente", explica Charles Wyplosz, del Graduate Institute.
Alemania ya ganó la batalla de la política monetaria: el BCE se creó a imagen y semejanza del Bundesbank, y Berlín aspira a utilizar su dominio para imponer su idea de FME. Merkel está dispuesta a sacrificios para tener a Macron de su lado, "pero con límites", señala Peter Hall desde Harvard. Paul de Grauwe, feroz crítico de Alemania durante la crisis, es más duro: "Rebautizar el Mede como FME sin cambios sustanciales no es lo que necesita el euro: la eurozona requiere un mayor grado de unión política y fiscal, pero carece de políticos audaces para conseguirlo. Y la idea de Merkel es, claramente, otra".

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