Manuel P. Villatoro
Según la mayoría de los autores, Alois Hitler -un hombre autoritario y mujeriego- maltrató al «Führer» hasta los 13 años.
«Mi padre era un leal y honrado funcionario». Con estas palabras comenzaba a describir Adolf Hitler a su progenitor, Alois, en el «Mein Kampf». Un hombre al que «respetaba», pero que no parecía querer e idolatrar como a su madre. Nadie podría culparle ya que, aunque de él aprendió el amor por la literatura militar y la «resolución», este autoritario personaje también le propinaba habitualmente un sin fin de golpes, solía abandonar a sus hijos para darse a la bebida y contaba a sus espaldas con un extenso currículum de adulterio. A pesar de todo, el «Führer» fue benévolo con él en sus escritos, pues se limitó a sugerir de soslayo su recio carácter y solo le criticó en una cosa: su obsesión porque siguiera sus pasos y se convirtiese en un trabajador del Estado.
La turbia infancia de Alois pudo marcar la relación posterior con sus muchos retoños. Había nacido en 1837, en el interior de un sucio pajar y sin saber quién era realmente su padre. El pequeño creció sin una figura paterna y fue criado por un familiar. Este particular infierno no terminó ni cuando su progenitora contrajo matrimonio con un molinero, pues este no quiso reconocerle jamás como hijo suyo. Eso le obligó a mantener el apellido de soltera de su madre, Schickelgruber, hasta que sumó casi 40 años. A esa edad fue inscrito como hijo de Johann George Heidler, su tío, cuando este se percató de que iba a morir sin herederos. Lo más curioso es que un fallo en el registro (para algunos, premeditado) cambió su grafía a Hitler.
Autoritario y mujeriego
Para entonces Alois ya se había convertido en un funcionario del Servicio Imperial de Aduanas, al que se había unido cuando apenas sumaba 18 años. A partir de ese momento, y a pesar de su origen campesino, logró abrirse camino gracias a su amor propio y a su obsesión por prosperar. Aunque, eso sí, apostando siempre por el trabajo estricto. Así lo afirma el periodista e historiador Jesús Hernández (autor del blog « ¡Es la guerra!») en su obra « Breve historia de Adolf Hitler»: «Poseía una personalidad dominante y se afanaba con impaciencia y sin darse el menor respiro en conseguir sus objetivos. Tenía la capacidad de dominar de forma fría y calculadora a quiénes le rodeaban, sabiendo impresionarles y convencerles».
Esa era la cara de su carácter. La cruz era mucho más oscura. Para empezar, sus mismos compañeros le describían como un sujeto obstinado que estaba obsesionado con el cumplimiento de sus obligaciones laborales. «Era antipático para todos nosotros. También muy estricto, detallista y hasta pedante en el trabajo, además de muy poco accesible como persona», desveló un trabajador de su misma oficina años después. De ese duro carácter no logró escapar ningún miembro de su familia. De hecho, el mismo Adolf definiría en su biografía la relación con él como «una competencia de voluntades» diaria.
Esta rectitud contrastaba, en palabras de Hernández, con la escasa estabilidad personal que demostraba. Para empezar, la mayoría de los autores le definen como un mujeriego que, en el año 1860, ya había tenido una hija ilegítima. En 1873 contrajo matrimonio con una mujer catorce años mayor que él que, casualidad o no, había logrado atesorar una gran fortuna y contaba con un padre adoptivo ubicado en las altas esferas.
Estos datos no habrían tenido mayor importancia de no ser porque, a pesar de estar casado, Alois prefería mantener relaciones con una muchacha mucho más joven: una sirvienta llamada Franziska que residía con él. Y todo ello, mientras conseguía que la futura madre de Adolf, Klara Pölzl (nieta de su tío y entonces una esbelta chica de 16 años), se trasladara a su casa para llevar a cabo las tareas del hogar...
La suerte, sin embargo, fue esquiva con él. En palabras de Hernández, después de que su esposa le pidiese el divorcio se casó con Anna, quien murió al poco debido a una enfermedad. Tras estas dos tragedias Alois contrajo matrimonio con Klara. Adolf Hitler nació fruto de esta relación el 20 de abril de 1889. Fue uno de los cinco hijos que tuvo la pareja y que provocaron que Alois sentara definitivamente la cabeza en lo que a aventuras extramatrimoniales se refiere.
Borracho...
Lo que sí que no abandonó Alois fue la bebida. La mayor parte de los historiadores afirman que era un borracho que no tenía reparos en pasar las tardes disfrutando de una buena copa de alcohol. Así lo desvelan en España el propio Hernández o el también experto Álvaro Lozano (este último, en su obra « La Alemania nazi»).
El historiador británico Ian Kershaw, conocido por sus biografías del «Führer», explica en «Hitler» que es muy posible que el propio dictador dejara patente en el «Mein Kampf» la obsesión de su padre por embriagarse. En sus palabras, es plausible que se refiriera a él cuando describió las condiciones de vida de una «familia de trabajadores» anónima con muchos hijos:
«El hambre destruye todos los proyectos de los trabajadores […]. En los buenos tiempos se dejan acariciar por el sueño de una vida mejor […], después que reciben sus salarios. Así se explica que aquel que apenas ha logrado conseguir trabajo, olvida toda previsión y vive tan desordenadamente que hasta el pequeño presupuesto semanal del gasto doméstico resulta alterado; al principio, el salario alcanza en lugar de siete días, sólo para cinco; después únicamente para tres y, por último, escasamente para un día, despilfarrándolo todo en una noche. A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si el padre de familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera».
«Resulta que en dos o tres días se consume en casa el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el dinero alcanza, para después de todo soportar hambre durante los últimos días. […] Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familia sigue su camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente por amor a sus hijos, se ponga en contra. Surgen disputas y escándalos en una medida tal, que cuanto más se aparta el marido del hogar más se acerca al vicio del alcohol. Se embriaga casi todos los sábados y entonces la mujer, por espíritu de propia conservación y por la de sus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos céntimos, y esto muchas veces en el trayecto de la fábrica a la taberna; y así, por fin, el domingo o el lunes llega el marido a casa, ebrio y brutal, después de haber gastado el último céntimo, y se suscitan escenas horribles».
...y violento
Otra triste característica de Alois afectó directamente al futuro «Führer». En palabras de Hernández, el funcionario no dudaba en golpear a su hijo si consideraba que le había desobedecido. El historiador español es partidario de que el pequeño era «el objeto de la cólera de su iracundo padre». Esta teoría fue corroborada en su momento por una de las hermanas de Adolf, Paula, quien llegó a justificar al bruto funcionario: «Era especialmente mi hermano Adolf quien empujaba con su obstinación a mi padre a la severidad extrema y recibía cada día una buena zurra».
El propio Adolf llegó a admitir años después que su padre solía propinarle severas palizas cuando regresaba enfadado del trabajo. Pero no solo eso. En palabras de Hernández, el «Führer» admitió que su madre sentía pavor ante la posibilidad de que Alois atacase a los niños.
Sin embargo, parece que un día el niño se cansó de recibir palizas y romó una determinación que desconcertó a su padre. «Años más tarde, explicó a su secretaria que, un día, cuando vivían en Leonding, tomó la decisión de no llorar más cuandole azotaba», afirma el experto en su obra. Al parecer, eso sorprendió tanto al funcionario que, a partir de entonces, le dejó de pegar.
Lo que sí han desterrado una buena parte de los historiadores es que esta conducta trastornara a Adolf. La teoría de que los golpes le volvieron loco ha sido expuesta en estudios elaborados por autoras como Alice Miller en «Foryour own good». Sin embargo, ha sido también criticada por otros tantos investigadores como el concienzudo Ron Rosenbaum. Este afirma en « Explicar a Hitler: Los orígenes de su Maldad» que los golpes por parte del «paterfamilias» eran habituales en la época y que reducir las decisiones de un megalómano a una infancia traumática es simplificar y justificar sus actos.
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