viernes, 14 de junio de 2019

75 años del desembarco de Normandía. IV

EL MUNDO 
Alberto Rojas



Colleville sur mer (Normandía)


n conocido videojuego te permite desembarcar en una playa de Normandía, escuchar tiros, bombas, las órdenes de tu sargento y tus propios lamentos cuando te hieren. Pero sigues adelante. Te hieren más y más, pero el juego continúa. Si te matan, vuelves al mismo punto y arrancas de nuevo. Hasta te condecoran cuando cumples tu misión.
Califican la experiencia en combate de "muy realista". Pero una bala de una MG42 como las que usaron los alemanes en Omaha no te permite seguir corriendo. Simplemente te siega la pierna, te arranca un brazo o te parte en dos. Un cañonazo de una pieza de 88 milímetros mata todo lo que encuentre a 30 metros a la redonda y mutila mucho más lejos.

Una granada de mano introduce en tu cuerpo trozos de metal incandescente del tamaño de nueces que atraviesan todos los tejidos humanos como un cuchillo entra en la mantequilla. Una mina antipersona alemana, más conocida como 'bouncing Betty', salta un metro y estalla a la altura de tus caderas, dejándote sin piernas de por vida. Clic. Pum. El sonido de todas esas armas a la vez es tan aterrador que el dicho "me cagué de miedo" se vuelve real y tangible. Decenas de miles de jóvenes se enfrentaron a ello. Normandía está llena de cementerios que atestiguan que la guerra no es ningún videojuego.
Cementerio americano en Colleville sur mer, sobre la playa de Omaha, en Normandía. / ALBERTO ROJAS
El más impresionante de ellos está sobre la playa de Omaha, el lugar que más contribuyó a llenarlo. Lo retrató Spielberg en 'Salvar al soldado Ryan'. Sobre la alfombra verde se alzan miles de cruces y estrellas de David de mármol blanco con el nombre, el rango y el lugar en el que murió el militar. La muerte los ha igualado a todos. El soldado raso ocupa el mismo sitio que un general. Lo mismo sucede en el cementerio alemán de La Cambe o en el polaco de Urville-Langannerie. Toda Normandía es una inmensa necrópolis de guerra. Algunas tumbas mantienen flores frescas. Familiares y compañeros de armas lloran ante las tumbas y recuerdan sus historias. Eso, en cuando a los muertos.
Los que quedan vivos no lo estarán por mucho tiempo. Es una cuestión biológica. Quizá sea la última oportunidad de escucharles. Quedan pocos y serán muchos menos los que lleguen al próximo aniversario redondo del Día D. Ahora tienen 95 años, pero muy pocos llegarán a los 100. Asegura el historiador Antony Beevor que sus testimonios ya no sirven, que se han contaminado tras décadas de mezclar sus recuerdos con películas, libros y experiencias de otros. Pero se pierde algo más: la presencia de una generación que honró la palabra sacrificio.
En Varaville se han vuelto a ver tres amigos que no se veían desde el final de la guerra: Phil Ward, Tom Hughes y Fred Glover, del noveno batallón paracaidista. Han puesto flores a las tumbas de sus caídos. La experiencia en Normandía marcó su vida para siempre y a veces también la muerte. Gordon Newton, de esa misma unidad, murió hace unos días con 96 años. En este día D ha sido enterrado en el lugar en el que él deseó. Junto a sus compañeros muertos hace 75 años. Los lazos de unión entre ellos son inquebrantables.


No sólo debemos preservar su memoria. En la actualidad, cientos de museos y asociaciones luchan por sacar del óxido y del abandono el material bélico de la batalla de Normandía. Hasta 400 jeeps coinciden estos días en las playas del Día D, recuperados y rehabilitados con mimo. Lo mismo sucede con los rugientes 66 Dakota DC3, que han llegado volando de todo el planeta para volver a hacer lo que hicieron hace 75 años: sobrevolar Normandía para soltar a cientos de paracaidistas profesionales a los que ahora sólo dispararán fotos. Dos veteranos del Día D lo hicieron junto a ellos: Harry Read, de 95 años, y John Hutton, vestidos con el mismo uniforme de entonces. Harry ya es bisabuelo.
Asociaciones de todo el mundo se esfuerzan para mantener un legado que no es eterno. Sobre los vuelos de Duxford se escucha el motor Rolls Royce de un Spitfire, uno de los cazas más precisos y veloces de la Segunda Guerra Mundial. En sus talleres poseen varios modelos es perfecto estado de vuelo, incluso una versión biplaza para aquel que quiera vivir la aventura de sobrevolar el canal de la Mancha sobre esta magnífica montura (y pueda pagarla).
Un veterano de la IGM saluda a un regimiento canadiense el 20 de julio de 1944. / George A. Cooper/Canada Dept. of National Defence
Hay heridas que no cicatrizan en 75 años. Emilie Corteil, paracaidista británico de 19 años nacido en Watford, murió sobre Normandía durante la noche previa a la invasión. No viajaba solo. Junto a él descendió su perro Glen, al que había conocido de cachorro durante su instrucción. Juntos se formaron, él como soldado, Glen como buscador de minas terrestres, durante dos años. Como sucede con los perros guía, pasaban las 24 horas juntos.
El 5 de junio saltaron unidos, llegaron a territorio enemigo unidos, murieron unidos por un desafortunado fuego amigo cerca del puente Pegasus, en los alrededores de Caen. Cuando los encontraron, la mano del soldado aún agarraba la correa de Glen. Emilie descansa en el cementerio de la Commonwealth en Ranville, en una tumba que contiene una inscripción de su madre, pero nadie sabe dónde enterraron a su perro: "Si hubieras conocido a nuestro chico, también lo habrías amado. Glen, su perro paracaidista, murió junto a él". Su familia quiere saber dónde se enterró al perro para que descanse junto a su amo.
Supermarine Spitfire, caza británico que participó en el Día D, en perfecto estado de vuelo en Duxford. / ALBERTO ROJAS
Durante esta serie, hemos seguido los pasos de algunos protagonistas de la batalla por Normandía. Volvemos al reportero Capa y a su amigo Hemingway, que se ha procurado un pequeño ejército personal y pretende tomar alguna ciudad con ellos. Finalmente no tendrán que hacerlo porque ese enclave es Mont Saint Michel y los alemanes se han ido. Aunque está minado, deciden entrar en la fortaleza en solitario y cenar como obispos en uno de sus restaurantes, que aún conserva vino no saqueado por los nazis. Hoy apenas podrían moverse entre los turistas.

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