viernes, 14 de junio de 2019

Oleg Gordievski, el desconocido espía ruso que acabó con la Guerra Fría

LA RAZÓN CULTURA
Toni Montesinos

Espía y agente doble al servicio del MI6 y del Comité de Seguridad de Estado de la URSS, Ben Macintyre rescata las andanzas del personaje y se adentra de manera casi novelesca en la historia del espionaje de la Guerra Fría


Gordievski, el espía doble al servicio del MI6 y a la dcha., como agente del KGB


Hace cuatro años, el magistral investigador Ben Macintyre escribió un libro en el que puso de manifiesto lo apasionante que puede ser otear el pasado desde los intríngulis del mundo del espionaje, «Un espía entre amigos. La gran traición de Kim Philby». En aquel trabajo se asomaba lo político y lo literario a partes iguales a veces, como cuando en 1966 Graham Greene, que fue espía, decidió dejar su país y a la vez cortar su relación con los Servicios Secretos ingleses, más conocidos como MI6, al descubrir que el jefe de la organización era un agente doble en Moscú. El narrador, que se dedicaba también a labores de espionaje, aunque más en relación con asuntos de papeleo que con temas peligrosos desde que en 1941 le fuera ofrecido un empleo por su experiencia en algunas colonias de África, dimitió de su puesto sin confesar a sus superiores tamaña traición.
Este tipo de identidades secretas le inspiraría a la hora de crear, por ejemplo, el protagonista de «El tercer hombre», pues Greene repetía no tener imaginación y basarse, para sus personajes, en la gente de su entorno. Y ciertamente era así, ya que aquel traidor, un «amigo» según el propio Greene pese a todo, tenía nombre y apellido, este Kim Philby que ahora vuelve a cobrar peso en «Espía y traidor. La mayor historia de espionaje de la Guerra Fría» (traducción de Efrén del Valle).
Vidas cruzadas
Este género de ensayo o biografías alrededor de asuntos del espionaje a lo largo del siglo XX está de continua actualidad editorial: Ronald Weber, en «La ruta de Lisboa. Una ciudad franca en la Europa nazi», hizo que se nos apareciera, en el casino de Estoril de 1941, el propio Greene y Joan Pujol, que engañaría a la organización de inteligencia militar alemana prestando sus servicios como un nazi más; el mismo al que Stephan Talty consagró una entretenida biografía, «Garbo, el espía».
Así, de forma inevitable, estas vidas cruzadas coinciden en todos los libros sobre espionaje, y vuelve a pasar con «Espía y traidor», en la que Macintyre –que por cierto dedicó un estudio al autor del agente 007, «For Your Eyes Only: Ian Fleming and James Bond» (2008)– sigue hablando del MI6, la agencia de inteligencia inglesa, pero muy especialmente del KGB, porque se adentra en las acciones de unos de sus altos mandos, Oleg Gordievski, quien a la vez ejercía de informador del MI6. Tal fue la trascendencia de sus intervenciones que filtrando datos y engañando a propios y extraños buscó la manera de advertir a los gobiernos británico y norteamericano para que, en 1985, se pudiera evitar la posibilidad de que se llegara a recurrir a armas atómicas, lo que conllevaría que las aguas se amainasen y se pudiera vislumbrar el fin de una Guerra Fría que daría paso a un orden mundial distinto y a unas relaciones nuevas y hasta conciliadoras.
Macintyre sigue los pasos de este espía que se jugó el pellejo cada día en un lugar, el Komitet Gosudarstvenoi Bezopasnoti, o Comité de Seguridad del Estado, sucesora de la agencia de espionaje de Stalin, que era «opresivo, misterioso y omnipresente, permeaba todos los aspectos de la vida soviética. Erradicaba el disentimiento interno, custodiaba a los líderes comunistas, diseñaba operaciones de espionaje y contraespionaje contra potencias enemigas e intimidaba al pueblo de la URSS para que mostrara una obediencia abyecta». En ese entorno asfixiante y peligroso nos vamos moviendo, con páginas que van desgranando cómo trabajaba este servicio que, «en el cénit de su poder, con más de un millón de agentes e informantes», marcó el día a día de un país como ninguna otra institución.
Deportación histórica
Así, como en una novela de espionaje de John Le Carré, que ha dicho que este libro es la mejor historia real de espías que ha tenido la ocasión de leer, conocemos la identidad de diversos agentes que recorren media Europa en busca de compartir información privilegiada, como Geoffrey Guscott, un joven británico relacionado con el servicio de espionaje checo, o cómo en 1971, el gobierno inglés expulsó a más de cien espías soviéticos, «la mayor deportación de toda la Historia».
Y es que la desconfianza hacia la persona que trabajaba a tu lado creaba un caldo de cultivo de neurosis generalizada por el miedo a la traición, por el miedo a ser cazado estando de parte del bando contrario. En ese clima Gordievski iría recabando datos clasificados para desconcertar a las instituciones occidentales desde su empleo en Dinamarca –como personal agregado de la embajada soviética en Copenhague–, lo cual significaba «buscar, cotejar, reclutar y controlar a espías, contactos e informantes»; de tal modo que va subiendo escalafones dentro del KGB, mientras se va distanciando de la prédica comunista hasta, al fin, como retrata el libro de manera formidable, desertar a Gran Bretaña y ganarse que fuera condenado a muerte en su ausencia por el delito de traición, algo que aún hoy no ha sido retirado por el gobierno ruso.
Oleg Gordievski, el desconocido espía ruso que acabó con la guerra fría
«Espía y traidor. La mayor historia de espionaje de la Guerra Fría»
Ben Macintyre


No hay comentarios:

Publicar un comentario