Juan Carlos Sanz
Un miliciano de las Fuerzas Democráticas Sirias, en el frente de Raqa. DELIL SOULEIMAN AFP
El régimen de El Asad y las milicias kurdas aliadas de EE UU se disputan el noreste sirio.
Su derrota parece inminente. Apenas 300 yihadistas resisten aún en un reducto del centro de Mosul, la capital del califato en el norte de Irak desde donde Abubaker al Bagdadi irradió su poder. Millares de combatientes extranjeros del Estado Islámico han quedado cercados esta misma semana junto a 100.000 civiles en Raqa, la ciudad del noreste sirio que fue cuartel general y centro de planificación del terror. Los bandos en liza en la guerra de Siria pugnan ahora por apoderarse del territorio que el ISIS está abandonando en un rápido declive.
Una coalición opositora encabezada por milicias kurdas de Siria ha cerrado en poco más de tres semanas la tenaza en torno a Raqa, bastión yihadista en el Éufrates. Estados Unidos aporta apoyo aéreo masivo a sus aliados, pero también dirige con fuerzas especiales el avance terrestre.
Después haberse mantenido prácticamente ausente durante más de seis años de guerra en el frente del noreste, el Ejército del régimen del presidente Bachar el Asad se ha movilizado también en esa zona. Respaldado por la aviación rusa y con milicianos chiíes de Irán, Líbano e Irak en sus filas, trata de apoderarse de la región de Deir al Zor y sus yacimientos de petróleo.
La caída del califato suní fundado hace ahora tres años a caballo entre Irak y Siria se aproxima. Eso no significa que el ISIS vaya a desaparecer de la noche a la mañana, pero difícilmente esas siglas servirán ya para denominar a un Estado Islámico sin territorio ni súbditos.
“Mosul ha sido mucho más importante que Raqa para el ISIS, lo que explica que haya convertido su defensa [desde octubre de 2016] en la batalla central”, destaca el profesor estadounidense Joshua Landis, analista experto en Oriente Próximo. “Es improbable que el asedio de Raqa dure tanto tiempo. El Estado Islámico está agotado y ha perdido a sus mejores combatientes en el frente de Mosul”.
El general norteamericano Stephen Townsend, al mando de la coalición internacional contra el ISIS, ha reconocido que la liberación de Mosul y Raqa “no supondrá la derrota del Estado Islámico”. “Son solo objetivos intermedios”, declaró a la BBC. La caída del califato, del Estado Islámico territorial, no implicará la erradicación del yihadismo, que podrá seguir contando con bases en los oasis de la desértica frontera iraquí, ni el fin de la guerra en Siria.
El ISIS ha perdido el 60% del territorio que controlaba en su apogeo expansivo de junio de 2014 (90.000 kilómetros cuadrados) y el 80% de los ingresos que llegó a acumular entonces (80 millones de dólares al mes), asegura un estudio del gabinete de análisis británico IHS Markit. “La pérdida de territorio ha sido el principal factor de su declive, tanto en la densamente poblada Mosul como en las zonas petrolíferas del este de Siria”, precisa el informe.
“Mientras el Estado Islámico se desploma y se debilita de forma acelerada, las fuerzas en liza en Siria pugnan por conquistar sus territorios en el este de Siria”, sostiene el analista Landis, editor de la página web especializada Syria Comment.Entre las consecuencias que pueden derivarse del colapso del ISIS este experto apunta a una “muy probable” corrección de la llamada línea Sykes-Picot, el acuerdo franco-británico que fijó fronteras en Oriente Próximo tras la Primera Guerra Mundial: “Estamos asistiendo a la emergencia de Rojava [Kurdistán occidental], como los kurdos de Siria denominan a su futuro Estado. Todo dependerá de si EEUU apoya sus aspiraciones nacionalistas o les da la espalda tras la derrota de las milicias del ISIS”.
De la misma forma que Irak quedó dividido de hecho tras las sucesivas derrotas del régimen de Sadam Husein en 1991 y 2003, la caída del Estado Islámico puede acabar propiciando la partición formal de Siria. Rusia aspira a garantizar su presencia militar en la región, con bases aeronavales en la costa siria, el feudo del régimen. EE UU y Arabia Saudí, aspiran impedir que Irán consume el llamado arco creciente chií, con una ruta terrestre de comunicación desde Teherán a Beirut pasando por Bagdad y Damasco.
Agenda diplomática
Fiel a su talante, el mediador de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, se muestra sin embargo optimista ante la reactivación en el mes de julio de la agenda diplomática para buscar una salida negociada a la guerra. La conferencia de Astaná (Kazajistán), donde los contendientes debaten sobre el alto el fuego en vigor apadrinado por Rusia y Turquía, está convocada a partir del lunes.
De Mistura ha anunciado que se desplazará después a Hamburgo, donde los días 7 y 8 se celebra la cumbre del G20, para tratar de obtener un compromiso de las grandes potencias en favor de una salida negociada a la guerra civil de Siria. Finalmente, el enviado de la ONU espera recibir el día 10 en Ginebra a las delegaciones del régimen y de la oposición en una nueva ronda de conversaciones de paz.
“El Daesh [acrónimo árabe de Estado Islámico] pasará a ocupar un papel residual en el conflicto actual [tras su derrota en Mosul y Raqa]. No obstante, su capacidad para golpear en territorio europeo sigue siendo notable”, advierte el profesor de Estudios Árabes e Islámicos Ignacio Gutiérrez de Terán en su estudio El colapso del Daesh, publicado por la Fundación Alternativas.
Retorno de los desplazados
Cerca de medio millón de sirios que se habían visto desplazados por la guerra han regresado a sus hogares desde el inicio de este año, cuando comenzó el alto el fuego acordado tras la derrota de la oposición en el este de Alepo, informó este viernes el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Más de 440.000 de los retornados estaban considerados como desplazados internos. Otros 30.000 habían buscado refugio en países vecinos,principalmente en Turquía, Líbano y Jordania.
La mayoría de los civiles han vuelto a sus casas, de acuerdo con la ONU, para poder reunirse con familiares y comprobar el estado de las propiedades que dejaron atrás a causa del conflicto. La mitad de los 22 millones de habitantes de Siria ha tenido que abandonar sus hogares desde que estalló la violencia, en marzo de 2011. De ellos, cinco millones se refugiaron en el exterior. A partir de 2015 los responsables de Acnur han constatado el paulatino retorno a Siria de más de 250.000 exiliados forzosos —en especial a las provincias de Damasco, Homs y Alepo— ante la “percepción de que las condiciones de seguridad han mejorado en algunas regiones”.
El establecimiento de las denominadas zonas de seguridad, en las que no se permiten las operaciones militares, fue planteado el pasado mes de mayo en la última ronda de la conferencia de Astaná, la capital de Kazajistán, patrocinada por Rusia e Irán, aliados del régimen de Damasco, y Turquía, que apoya a la oposición. El cese de hostilidades en vigor no ampara a las filiales de Al Qaeda ni a las milicias del Estado Islámico presentes en territorio sirio, consideradas organizaciones terroristas por Naciones Unidas.
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