Exactamente igual que hoy vemos a Cristiano Ronaldo exhibir con orgullo su Lamborghini Aventador o a Neymar presumiendo de su Ferrari Spider 458, también en los años 20 del siglo pasado a los deportistas y actores de cine les gustaba presumir en público de sus carísimos coches. En Europa, las celebridades repartían sus gustos entre Rolls-Royce, Bugatti o Mercedes, pero en el Hollywood de la era dorada del cine no eras nadie si no conducías un Kissel.
El mismísimo Douglas Fairbanks y su esposa Mary Pickford –algo así como los Brad Pitt y Angelina Jolie de la época–, el cantante Al Jolson, el cómico Fatty Arbuckle, el campeón del mundo de los pesos pesados Jack Dempsey, la aviadora Amelia Earhart, la legendaria Greta Garbo, la estrella de los western William S. Hart, la diva de Broadway Gladys George…

Prácticamente todas las grandes estrellas del momento pugnaban por hacerse antes que nadie con uno de esos coquetones coches de característico color amarillo limón y fabricados en una relativamente pequeña instalación de Wisconsin.

UNA BREVE HISTORIA

Louis Kissel y sus hijos George y William crearon la Kissel Motor Car Company en Hartford (Wisconsin) en junio de 1906 y un año más tarde ya pusieron en la calle su primer modelo: el LD9 ‘Baby Tonneau’, un cuatro cilindros de 40 CV al que seguiría un par de años después un seis cilindros de 60 CV. Se trataba de una potencia más que considerable en aquel momento así que, casi desde el principio, los coches de su casa se ganaron la reputación de automóviles potentes y rápidos.
En cualquier caso, la fábrica de Wisconsin no habría pasado de ser una pequeña empresa familiar que construía automóviles casi por encargo de no mediar la Primera Guerra Mundial. La compañía ganó tantísimo dinero construyendo camiones para el ejército que, al acabar el conflicto bélico, ya estaba en condiciones de aumentar la producción de sus coches.
Los tres propietarios eran tipos con una visión realista del negocio y tuvieron claro casi desde el principio que para esa nueva etapa necesitaban una identidad propia, una imagen corporativa que los diferenciara de las marcas más generalistas. Lo primero que hicieron fue cambiar el nombre de la empresa, que hasta 1919 se denominaba Kissel Kar con K, al modo germánico; tras la guerra, para evitar suspicacias ‘germanófilas’, fue sustituida por la variante inglesa ‘Car’.
Un Kissel de 1923.
A continuación se hicieron con los servicios de quienes estaban considerados los más modernos y atrevidos en el floreciente arte del diseño de automóviles; el ingeniero Herman Palmer y los carroceros Friedrich Werner y Conover T. Silver.
El resultado fueron unos modelos sorprendentes cada uno de los cuales era prácticamente una pieza de art nouveau sobre ruedas –el estilo que hacía furor entre la ‘gente guapa’– con un cuidado por el detalle casi de orfebrería y un tratamiento artesano de toda la parte no mecánica.
Evidentemente, como es fácil imaginar, los Kissel eran unos automóviles extraordinariamente caros incluso para los estándares de los locos años 20, así que la compañía no pudo sobrevivir a la Gran Depresión y en 1931 cesó su producción. Hasta ese momento había fabricado 35.000 bellísimos coches –de los que únicamente se conservan 150 en todo el mundo– y había logrado algo que muy pocas marcas consiguen: deslumbrar a Hollywood.

EL ‘BICHO DORADO’ MÁS BONITO DEL MUNDO

El Kissel Speedster Gold Bug (o Bicho Dorado) fue también el modelo más conocido y deseado de los Kissel; un deportivo capaz de alcanzar los 115 km/h que apareció en 1917 y permaneció en el catálogo de la marca hasta 1927. Diseño del mencionado Conover T. Silver, se trataba de un biplaza con carrocería de línea elegante y equipado con un motor de 6 cilindros en línea de 65 CV de potencia y cambio de tres velocidades.
Posteriormente, este motor fue sustituido por otro de 8 cilindros Lycoming de 4.883 cc y capaz de entregar ya 126 CV y superar los 130 km/h. Su éxito fue tal que Kissel tuvo que desarrollar varias versiones de cuatro puertas, coupé, cabriolet, falso cabriolet y torpedo de doble parabrisas…, todos pensados para la clientela más superexclusiva.
Kissel Speedster Gold Bug.
La leyenda del Bicho Dorado fue tal que incluso llegó a aparecer en la película Melodía inmortal, con Kim Novak y Tyrone Power, y a ser el protagonista de una popular canción de baile de 1937 titulada Gipsy Road y cuya letra decía, ni más ni menos, así: “Escucha, mi amor, en coche saldremos a pasear… a toda velocidad… sin miedo vas a estar porque conduzco un Kissel Car… giramos en las curvas sin maniobras bruscas… con cien caballos de fuerza… parece una avioneta”.

LA PRECIOSA ‘ÁGUILA BLANCA’

En 1929, cuando la Gran Depresión ya golpeaba a la Kissel, la marca lanzó el White Eagle en un último intento desesperado por salvar la situación de la empresa. Una vez más, en Wisconsin decidieron hacer las cosas a su manera: mientras las grandes marcas generalistas de Detroit intentaban capear el temporal con modelos supereconómicosque se vendían casi a precio de coste (por el simple hecho de mantener las cadenas de producción operativas), Kissel ofrecía exactamente lo contrario, aumentando todavía más la exclusividad y fabricando un automóvil considerado unánimemente por los especialistas como uno de los coches clásicos más bonitos jamás diseñados.
La idea de la marca era tan clasista como transparente y venía a decir que aunque el mundo capitalista se hubiera venido abajo, siempre quedaría alguien con mucho dinero que en el caos querría un coche elitista y ellos se lo iban a vender.
Kissel Car White Eagle.
El maravilloso Kissel White Eagle Modelo 126 Speedster de 1929 heredaba las líneas de los bólidos de los años 20 y lo impulsaba el mismo bloque motor de ocho cilindros en línea Lycoming de 4.883 cc, equipado para la ocasión con una culata de aluminio. Su diseño estaba cargado de detalles avanzadísimos para su época como unos frenos Lockheed hidráulicos regulables o un asiento escamoteable detrás de la capota.
Una joya de la que solamente quedan dos únicos supervivientes conocidos, ambos en manos de coleccionistas privados y que son el Santo Grial del género. Los detalles de alta calidad llegaban tan lejos que incluso la estatuilla montada sobre la tapa del radiador –un águila americana con las alas extendidas– ocultaba un resorte que le hacía batirlas cuando atravesaba el aire… como si quisiera remontar un vuelo que, lamentablemente, no pudo remontar la empresa que lo fabricó.