Benjamín G. Rosado
- La investigación de una filóloga que descubre, en una abadía italiana, 500 cartas de amor de cinco damas españolas a un clérigo.
- Las firman, con pseudónimo para no ser identificadas, Henarda, Castalia, Lisarda, Marfira...
La investigadora ha podido identificar a una marquesa, Juana Álvarez de Toledo. Quedó prendada de los encantos de su pariente, Ascanio Colonna
Sirvió como abad de Santa Sofía de Benevento y llegó a profesar como caballero en la Orden de Malta antes de que Sixto V le nombrara cardenal, pero en la intimidad Ascanio Colonna (1560-1608) vestía otros hábitos: los del amado. Y despertaba pasiones. Cientos de cartas confirman que el prelado italiano no siempre fue obediente ni casto.
Desde su estancia vaticana, cortejó a varias nobles españolas, algunas casadas, que corrieron el riesgo de corresponder su amor epistolar. No escatimó el cardenal en adjetivos ni renunció a la más elevada retórica amorosa para confesar sus sentimientos por estas damas. A una de ellas, cuya identidad desvelamos hoy, le escribió desde Roma: «Ámame y cree que ordena Dios no nos tratemos, porque de mí sé que, ausente y sin haberos gozado en este infierno que vivo de ausencia, casi que no conozco otra gloria».
Una carambola del destino llevó a la investigadora Patricia Marín Cepeda (Madrid, 1981) a descubrir la correspondencia privada que el cardenal Colonna intercambió con al menos cinco mujeres españolas a finales del siglo XVI. La filóloga madrileña había acudido a la abadía romana de Santa Escolástica en busca de algún documento que acreditara la posible relación epistolar que Cervantes pudo mantener con diversos escritores de la corte de Felipe II.
«Me desplacé hasta el monasterio benedictino sin muchas esperanzas de encontrar información relevante, pero guiada por una corazonada», confiesa a Crónica. «Sabía que Cervantes había intentado ganarse el favor de Colonna dedicándole La Galatea, su primera novela. Pero jamás imaginé lo que acabaría encontrando».
Visitó por primera vez la abadía una fría mañana de invierno de 2007. Después de subir a pie por uno de los montes de Subiaco, se dejó conmover por la belleza del paisaje nevado que domina las gargantas del río Aniene. La biblioteca del monasterio es un lugar silencioso y solitario donde, de vez en cuando, se acerca algún historiador para consultar los fondos documentales de familias nobles italianas. «Lo curioso es que nadie hubiera reparado hasta entonces en docenas de cajas con escritos y papeles de Colonna».
Allí comenzó a estudiar las 20.000 cartas del cardenal, entre las que se encontraban unas 500 catalogadas aparte. «Lo primero que me pregunté fue por qué esas cartas de mujeres no se hallaban entre las demás, catalogadas por año y remitente», recuerda la investigadora. La razón era tan sencilla como inesperadas las muestras de cariño que el cardenal profesaba por varias admiradoras de la época. «Eran cartas de amor y estaban escritas en español por el propio Ascanio o por sus secretarios y también por mujeres que firmaban con seudónimos».
Gracias a una beca Leonardo de la Fundación BBVA, Marín puede dedicarse a desentrañar el contenido de estas cartas. Por fin, después de varios meses de investigación, está en condiciones de desenmascarar a la primera de las remitentes. Se trata de Dórida, con quien Ascanio se intercambió más de 250 cartas entre 1586 y 1593. Tras conectar pistas y cruzar datos dispersos en el epistolario, la investigadora ha concluido que se trata de Juana de Toledo y Colonna (1550-1593), pariente de los Toledo (ducado de Alba) y prima carnal del cardenal.
«Aunque sabemos que nació en Villafranca del Bierzo (León) y que pasó largas temporadas entre Madrid y varias ciudades de Italia, la correspondencia nos permite situarla en su residencia de Valladolid», asegura. «Se casó con Enrique Bernardino Pimentel Enríquez, lo que la convirtió en la tercera Marquesa de Távara».
El cardenal, por su parte, pertenecía a una de las familias más poderosas de Italia. Fue el sexto hijo de Felice Orsini y de Marco Antonio Colonna, militar de alto rango al servicio de Felipe II, que ejerció de virrey de Sicilia y de capitán general de la flota de don Juan de Austria en la famosa batalla de Lepanto. «Ascanio tenía encomendada una carrera eclesiástica, lo que en aquella época no siempre equivalía a saber renunciar a ciertos privilegios... », comenta la investigadora.
Tras un largo y provechoso erasmus de la época con su paso por las universidades de Alcalá y Salamanca, el joven romano hizo en España todo tipo de amistades, cultivó las relaciones cortesanas y se supo rodear de escritores de incuestionable talento: Luis de Góngora, Lope de Vega y el mismísimo Cervantes.
«Así hasta que, en 1586, fue nombrado cardenal y hubo de regresar inmediatamente a Roma, donde tardó en aclimatarse a su cargo, tal y como se desprende de sus cartas, donde encontramos numerosas expresiones de sentida nostalgia sobre sus años de juventud en España».
No ha sido fácil llegar hasta Juana de Toledo, toda vez que la letra de Dórida resulta especialmente enrevesada e ilegible. «Ya en la época era proverbial la mala fama de la caligrafía de las mujeres nobles que sabían escribir, pues por muy esmerada que fuera su educación en el seno familiar rara vez se hacía hincapié en este aspecto». Las cartas de Dórida recogen el testimonio de un amor imposible y apasionado, quizá el más doliente y anhelado por parte de Ascanio. En fecha incierta le escribe:
Si los que están con pesar se obligan a descansar, comunicándole con quien de veras le ha de doler, libre podéis quedar de los que me habéis escrito, que hasta hoy no he sentido cosa con tal ternura. Y quisiera no haberla tenido jamás por nada, para que el sentimiento que late en este corazón tan vuestro fuera solo para vos, como lo es él. En pago desta verdad, os suplico os valgáis de todo vuestro entendimiento para que no sean poderosas las causas que hay para acabar la vida.
El 20 de marzo de 1588, Ascanio le contesta así a otra carta desde Roma:
Mucha razón tuviste de descomponeros con la nueva que os daba de mis órdenes, mas, ¡ay!, cuánta más yo de perder para siempre la esperanza de vivir ordenado, estando sin orden entendimientos, razón, deseo, pensamientos, sentido, gusto, tormento. ¡Ay, qué dichosa es la causa! ¡Ay, qué desdichada ha sido la ocasión desta desorden!
Aunque el rostro de Juana de Toledo no ha aparecido todavía en ningún cuadro o grabado de la época, Marín ha encontrado un retrato al óleo de su hermana, Leonor de Toledo y Colonna (1553-1576), que fue criada en la espléndida corte florentina de los Médici. Gabrielle Langdon la describe en Medici Women como «una mujer alta y joven, hermosa y encantadora, de apropiada presencia y dotada de modales cortesanos y de hábitos virtuosos».
Cuentan las malas lenguas que también a Leonor se le conoció alguna relación extramatrimonial, pero corrió peor suerte que su hermana: con 23 años fue estrangulada por su marido, Pedro de Médici, que vengó así el deshonor de un flirteo indiscreto. «El adulterio de las mujeres nobles se toleraba hasta cierto punto y siempre que tuviera rédito político y se hiciera bajo la más absoluta cautela», explica Marín Cepeda. «De ahí la importancia de los seudónimos cuando las cartas eran interceptadas».
En el caso de las «amantes» de Ascanio, no eran ellas quienes firmaban las cartas sino que el propio cardenal se encargaba de adjudicar un nombre al dorso de cada misiva. De esta manera, las identidades de las cinco mujeres quedaban ocultas tras seudónimos literarios de tradición pastoril: Dórida (Juana de Toledo), Marfira, Lisarda, la ninfa Castalia y Henarda, pastora de Henares (de quien proceden estos encendidos renglones: «Gloria no tengo otra sino ser yo tu esclava»). Por su parte, y siguiendo el juego de máscaras, Ascanio se hacía llamar a sí mismo Arcano.
Dice la filóloga Patricia Marín que «a excepción de algunos datos inusualmente relevantes y referencias más o menos veladas a su propia biografía, estas cinco mujeres de la nobleza se esforzaron por salvaguardar su identidad en caso de que la correspondencia cayera en terceras manos».
Reproche, galanteo...
La investigadora ha organizado las cartas amorosas por temáticas: las hay de reproche, de galanteo, de reconciliación, de rechazo, de desesperación por celos o por ausencia, de agradecimiento y de apasionada exaltación de sentimientos. «El estilo también varía: dependiendo del momento y del lugar, pueden ser dramáticas o juguetonas, irónicas o apasionadas, incluso ambivalentes», sostiene.
«En todas ellas subyace la retórica del amor cortés y el gusto por la literatura de la época». Así, por ejemplo, los saludos iniciales son deudores de dicha tradición: «Fin de mi deseo», «Mi señor y marido alegre», «Contento mío», «Ángel del mismo cielo», «Mi gusto», «Luz mía»...
El purpurado Ascanio no fue inmune a los celos, tal y como se desprende de un sobrescrito de su puño y letra («Quejoso a Henarda») en referencia a los reproches que le dedica a una noble dama de Alcalá de Henares.
«Algunas pesquisas nos llevan a pensar en una relación de juventud entre veinteañeros enamorados», concede la experta. «Las cartas carecen de fecha y de lugar, y fueron intercambiadas a través de conocidos que actuaron de intermediarios». Los manuscritos de Henarda son extensos y, a menudo, insistentes en su devoción por el cardenal. Por su parte, Ascanio carga las tintas contra «cierto género de animal» de la España palaciega que considera «más variable que la luna». Resentido por alguna información, le escribe en un billete(mensaje breve):
Quien tiene lugar para oír sermones de un fraile que yo me sé dirá después que no le tiene para escribir un renglón al que ella misma me dice y me asegura que quiere. Igual era quedarse con él y no buscar rapaces (...)
Mientras que la correspondencia de Ascanio con la ninfa Castalia consta de una veintena de cartas y otras cuarenta lo vinculan con Lisarda, apenas una decena acreditan su relación con Marfira, que fue sin duda una de sus admiradoras más fervientes. En fecha incierta le escribe:
(...) Mi madre os besa las manos, y yo la boca, y dejadme ahora fingir un rato que estoy con vos. ¡Mas, ay, que de tan vana imaginación nos queda, sí, un dolor doblado! Abrazadme, bien mío, que vuestros brazos bien llegarán acá si vos queréis y, si no queréis, lleguen los de mi deseo, y no me aparte yo de vuestro cuello jamás, de ahí cuelgo mi cuerpo y mi alma, pues cuelga mi vida.
Con ayuda de secretarios, el cardenal dio continuidad a los galanteos que dejó truncados en España con mujeres a las que muy probablemente no volvió a ver. «En la vida cotidiana de los hombres y mujeres de aquellos tiempos, sobre todo entre las clases altas, el envío de cartas de amor y billetes era un gesto tan frecuente como hoy puede serlo un whatsApp», sostiene la también profesora de la Universidad de Burgos. «Sin embargo, son pocos los ejemplos en español que conocemos hasta ahora de aquellos escritos íntimos, efímeros y no pocas veces comprometedores».
En los próximos meses, la investigadora seguirá poniendo cara y nombre a las mujeres que se cartearon con el cardenal. «Además, el estudio de las grafías me permitirá identificar a los secretarios, algunos tan ilustres como Luis Gálvez de Montalvo o Pedro Fernández de Navarrete», promete. «Han pasado más de 10 años desde que me topé con estas cartas, pero la investigación no ha hecho más que empezar».
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