Jacinto Antón
El último de los héroes de Telemark, fallecido con 99 años, evitó en 1943 el gran proyecto militar de Hitler.
Joachim Ronneberg durante una ceremonia en su honor en Londres en 2013. GETTY IMAGES
Ya no quedan héroes de Telemark, y el mundo está más vacío de valor y de aventura. El legendario Joachim Ronnenberg, el último de los miembros del famoso grupo de comandos que saboteó las instalaciones de fabricación de agua pesada de Vermok, en Rjukan, en la región de Telemark (Noruega), fundamentales para el proyecto de bomba atómica nazi, ha fallecido el pasado día 21 en su localidad natal noruega de Aalesund a los 99 años. Ronnenberg, entonces con 23 años y teniente, era el jefe de la pequeña fuerza de valientes que asaltó la planta hidroeléctrica de la empresa Norsk Hydro el 27 de febrero de 1943 y voló con explosivos su equipo para fabricar agua pesada, alejando los sueños de Hitler de conseguir un arma nuclear, a Dios gracias.
Eran nueve, llegaron en una helada noche de invierno vistiendo ropa blanca de camuflaje, enterrados en nieve hasta la cintura, armados con metralletas Thompson, pistolas y granadas, cargados con los explosivos y portando cada uno una ampolla con cianuro just in case —como les dijeron los instructores ingleses—, por si acababan en manos de los alemanes, previsiblemente poco comprensivos con los saboteadores aunque llevaran debajo uniforme militar británico.
La osada operación en la Noruega ocupada, una de las más famosas y exitosas de comandos en la Segunda Guerra Mundial y una verdadera lección de supervivencia en condiciones drásticas, fue recreada de manera bastante libre —demasiado, según el propio Ronneberg— en la famosa película Los héroes de Telemark (1965), de Anthony Mann, con Kirk Douglas y Richard Harris. La reciente serie noruega La guerra del agua pesada (2015), explica los hechos de manera mucho más ajustada a la realidad histórica. No hubo disparos y los comandos no sufrieron bajas ni tuvieron que matar a nadie.
El ataque de Ronnenberg y su grupo, la denominada Operación Gunnerside, montada por las fuerzas especiales británicas del SOE (Special Operations Executive) y la resistencia noruega, era en realidad la culminación de una serie de frenéticos y desesperados intentos para acabar con la amenaza que suponía el agua pesada —óxido de deuterio, moderador de la reacción en cadena para fabricar una bomba de plutonio— que se obtenía, antes de la guerra, al producir fertilizante, en la pequeña localidad del centro de Noruega. En el curso de un intento anterior, la Operación Freshmann, habían muerto, al estrellarse los dos planeadores Horsa que los transportaban para infiltrarlos en la Noruega ocupada o fusilados tras capturarlos los nazis, una treintena de paracaidistas británicos.
La introducción del comando noruego —formado por exiliados en Gran Bretaña— en una de las regiones más salvajes y frías del país escandinavo requirió a sus miembros enormes dosis de coraje y aguante. Un primer grupo de tres (Swallow) se adelantó para preparar una pequeña base en una cabaña aislada. Ronnenberg llegó en paracaídas en el segundo grupo de seis. Tardaron cinco días en encontrarse. Esquiaron (no en balde eran noruegos) hasta el objetivo. A la fábrica (hoy visitable como museo) solo se podía acceder por un vertiginoso puente sobre el río Mana muy vigilado por los alemanes. Los comandos descendieron por uno de los lados de la garganta, cruzaron la corriente por un puente de hielo y treparon esforzadamente por el otro lado. Mientras los demás los cubrían, Ronneberg y Fredrik Kayser, a los que se unieron después otros dos miembros del equipo de demolición, entraron en la factoría, pusieron las cargas y salieron pitando. Una operación limpia. Quien firma estas líneas tuvo el privilegio de revivir la acción durante el rodaje in situ en febrero de 2014 de la serie noruega.Durante unos segundos, en un descanso, en medio de la nieve en el barranco, incluso pude sostenerle la metralleta al actor Tobias Santelmann, que encarnaba a Ronneberg, mientras se comía un bocadillo.
Mientras los demás los cubrían, Ronneberg y Fredrik Kayser, a los que se unieron después otros dos miembros del equipo de demolición, entraron en la factoría, pusieron las cargas y salieron pitando. Una operación limpia.
Ronneberg, un hombre alto y en su madurez con aspecto de Clint Eastwood, decía que solo había entendido la importancia de lo que sus comandos y él hicieron después del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Pensó que, de haber fallado ellos, Londres podía haber quedado como las ciudades japonesas. Sabían que era una misión casi suicida. “A menudo pensábamos que era un viaje solo de ida”. También señalaba que la huida de 320 kilómetros a Suecia tras el sabotaje, con millares de alemanes enfurecidos persiguiéndolos a través de la Noruega cubierta de nieve, había sido “el mejor fin de semana de esquí de mi vida”. Así hablan los valientes. Se salvaron todos, alguno, como Knut Haugland, para luego formar parte de la expedición de la Kon-Tiki, nada menos. Ronneberg, que había escapado a Escocia en un bote tras la invasión alemana en 1940 y se había alistado para regresar a luchar, realizó otras misiones durante la guerra. Recibió numerosa condecoraciones, entre ellas la Cruz de Guerra con espadas noruega y la DSO (Orden de Servicios Distinguidos) británica (sin duda todo el equipo mereció la Cruz Victoria). Tras la guerra trabajó en la radio pública de su país. Siempre se mostró reservado y modesto sobre su papel en la operación en Telemark y advirtió a los jóvenes que hay que estar dispuestos en todo momento a luchar por la paz y la libertad.
La primera ministra de Noruega, Erna Solberg manifestó al conocer la noticia de la muerte de Ronneberg: “Era uno de nuestros grandes héroes. La última de las grandes figuras de la Resistencia”. En 2014 se le había dedicado una estatua (que lo mostraba de manera muy realista y ataviado de comando) en su ciudad.
El esfuerzo de los héroes de Telemark sirvió para detener la producción de agua pesada varios meses, seguramente decisivos para que Hitler no tuviera su bomba. Pero luego, por si acaso, los aliados decidieron bombardear la planta (algo que se había descartado para evitar la muerte de civiles). El ataque masivo de 160 bombarderos estadounidenses en noviembre de 1943 causó la muerte de 22 noruegos. Posteriormente, en febrero de 1944, la resistencia hundió en el vecino lago Tinn el transbordador que partía para llevar a Alemania las últimas existencias de agua pesada. Murieron otros 14 civiles noruegos. Todo lo cual hace más notable la gesta incruenta de Ronneberg y los suyos, esos hombres valientes, inolvidables.
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