Manuel P. Villatoro
El brigadier vasco se negó a abandonar el puente del «San Juan Nepomuceno» a pesar de que una bala de cañón le arrancó parte de la pierna durante la batalla de Trafalgar. Su navío se enfrentó a seis bajeles ingleses hasta que no tuvo más opción que rendirse.
Muerte de Cosme Damián Churruca
La batalla de Trafalgar, acaecida el 21 de octubre de 1805, supuso la máxima gloria y el peor infierno para la todavía poderosa armada española (aliada entonces con «La France» de Napoleón Bonaparte). Aquel día, los bajeles rojiguados demostraron que iban sobrados de naso para enfrentarse a la Pérfida Albión del intrépido (o temerario, dependiendo de las fuentes a las que se acuda) Horatio Nelson. Sin embargo, y a pesar de que los bravos españoles se batieron como leones, poco pudieron hacer ante el poderío de la «Royal Navy». El resultado fue el esperado: una derrota que escoció en lo más profundo del corazón a nuestro país.
Según algunos, la culpa fue del almirante de la flota combinada Pierre-Charles-Jean-Baptiste-Silvestre de Villeneuve (con un nombre casi tan largo como su ineptitud). Otros señalaron con el dedo acusador a las malas condiciones de los navíos de línea de la armada o, incluso, a la controvertida virada por redondo que -según la mayoría de historiadores- descoyuntó la formación aliada y puso en bandeja de plata la victoria a los Nelsones y Collingwoodes. Con todo, y más allá de a quién haya que colgar el cartel de culpable, la realidad es que tanto la pésima dirección como la táctica británica provocaron que nuestros marinos se enfrentaran a un número muy superior de enemigos en batalla.
Muchos fueron los navíos españoles que pasaron por este peaje. Desde el «Escorial de los mares» (el mítico «Santísima Trinidad», a las órdenes del brigadier Francisco Javier de Uriarte y Borja), hasta el «Neptuno» de Cayetano Valdés. Pero el más recordado a día de hoy es el «San Juan Nepomuceno», un navío de línea más que velero que el brigadier Cosme Damián Churruca dirigió con valor después, incluso, de que una bala de cañón le arrancase parte de la pierna en pleno combate. Más castizo que un botijo, este vasco se negó a retirarse de cubierta a pesar de sus heridas y ordenó disparar salva tras salva de cañón para mantener a raya a los seis buques de la «Royal Navy» que le cercaban. Así pues, el también científico dejó este mundo saboreando el honor que da morir como un héroe en mitad de una tragedia.
La ciencia y la espada
Cosme Damián Churruca y Elorza sentaba sus reales aquel 21 de octubre en el «San Juan Nepomuceno» después de haber dedicado una vida entera, 30 primaveras para ser más concretos, a la ciencia y a la Armada. Nacido en Motrico un 27 de septiembre de 1761, el vasco dejó el camino del sacerdocio tras estudiar en un seminario y se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol. A partir de entonces pudo demostrar sus dotes como marino en múltiples acciones, algunas tan destacadas como el intento infructuoso de España de recuperar Gibraltar iniciado en 1781 o la no menos destacable expedición a Sudamérica para estudiar el Estrecho de Magallanes en 1788.
«Cuando aún no había cumplido los 21 años, y como alférez de fragata, mostró su valor al mando de un bote de la fragata Santa Bárbara en el desdichado episodio de las baterías flotantes de Gibraltar, en el asedio de 1782, salvando a los náufragos entre el cañoneo enemigo, la mala mar, los incendios y las explosiones de aquellas malhadadas embarcaciones», explican Miguel Perales Garat y Agustín R. Rodríguez González en su dossier «La artillería naval española, homenaje a Churruca».
Churruca se convirtió así en uno de los máximos exponentes de los marinos españoles. Hombres duchos tanto en las artes de enviar a los barcos enemigos al fondo de las aguas, como en el estudio de la cartografía. Así lo corrobora María Dolores González-Ripoll Navarro en su obra «A las órdenes de las estrellas. La vida del marino Cosme de Churruca y sus expediciones a América». Texto en el que afirma que el de Motrico se apartó de los militares «adocenados» para acercarse, cuanto más pudiera, a la figura del «oficial científico» inspirada por el ingeniero Jorge Juan en el siglo XVIII.
No en vano, su instrucción sobre punterías, publicada en 1805, se convirtió en un manual básico para la Armada en los años venideros. «Hasta entonces los numerosos cañones de los barcos se apuntaban por raso de metales, es decir, enrasando el metal superior del cañón con el objetivo a batir. La puntería por raso de metales provocaba graves errores de precisión, con “grandes pérdidas de municiones y de tiempo malogrado en los combates navales”», añaden los expertos en su dossier. El vasco logró, incidiendo en que había que huir de la ineptitud, mostrar con sus estudios «un método que mejorara la eficacia artillera, la precisión y redujera el desperdicio de munición y tiempo de los combates».
Empieza el desastre
Pero el gran reto de Churruca llegó durante los primeros compases del siglo XIX, cuando España andaba (por culpa del valido poco válido Manolito Godoy) aliada a la Francia de Napoleón Bonaparte. En aquellos días, nuestro vasco fue llamado a combatir en la contienda naval que cambiaría la historia de España: la batalla de Trafalgar. Un enfrentamiento que se produjo cuando la armada británica (de 27 navíos) a las órdenes de Horatio Nelson cercó a la flota formada por 15 buques españoles y 18 galos cerca del cabo Trafalgar, en aguas de Cádiz.
Por entonces la mayoría de los oficiales hispanos aconsejaban no asomar la nariz y mantenerse al resguardo del puerto gaditano, pero la cabezonería de Villeneuve (al que Napoleón iba a arrebatar el mando por su ineptitud) les obligó a salir a combatir contra una armada mejor preparada, más fogueada y que contaba con marinos más descansados.
Honra y deber obligan, que debieron pensar los nuestros. Si el galo quería fiesta para recuperar su honor perdido, habría que dársela, pues España no se arrugaba ante nada. Pero andar sobrado de valor y conocer el deber como subalterno no obliga a creer en un plan absurdo. Y eso le pasó a Churruca, quién subió al «San Juan Nepomuceno» (de 74 cañones) sabedor de que pintaban bastos para los nuestros y que, salvo milagro, el desastre caería sobre la combinada.
Cosme Damián Churruca salió del puerto de Cádiz sabiendo de antemano la dura tarea que le esperaba y que la armada combinada estaba destinada al desastre, pero convencido de que, aunque las balas enemigas volasen sobre su cabeza, no se rendiría jamás. Así lo demuestra el mensaje que envió a su hermano poco antes de partir: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la defunción.
A la lucha
El 21 de octubre, el «San Juan Nepomuceno» se encontraba a la cabeza de la primera división de la escuadra de observación de Federico Gravina. Lugar de honor para tan ilustre personaje. Sin embargo, la fortuna no sonrió al vasco. Y es que, cuando Villeneuve observó que los ingleses habían formado dos columnas para cortar la línea de la combinada, ordenó a los bajeles virar por redondo (girar 180 grados, aunque puedes ver la maniobra en este enlace) para que su proa quedase mirando hacia el cabo Trafalgar.
Aunque aquello facilitaba la huida hacia casa (parece que el miedo y la sabiduría le llegaron tarde al francés), dejó al barco de Churruca en la última posición del grupo. A nuestro protagonista aquella decisión le sentó como una patada en las partes íntimas. La maniobra provocó que la línea se extendiese todavía más, destrozó la formación y, a la postre, impidió que los buques aliados pudiesen luchar hombro con hombro contra la marabunta de enemigos que les iba a dar en los morros.
El vasco se encontraba tan frustrado que llegó a hacer algo que jamás se le habría pasado por la cabeza: despotricar de su superior. Así lo explica el historiador Cesáreo Fernández Duro en su magna «Historia de la Armada Española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón)». En la misma, recoge incluso las palabras de desesperación que soltó desde la toldilla del «San Juan Nepomuceno» el marino:
«El general francés no conoce su obligación y nos compromete... Los enemigos van cortar nuestra línea por el centro y a atacarnos por retaguardia; por consiguiente, va a quedar envuelta y en inacción la mitad de nuestra línea, si el general francés no pone pronto la señal de virar por avante a un tiempo y doblar la retaguardia para coger los enemigos entre dos fuegos, destruyéndolos antes de que lleguen aquellos nueve navíos, que están muy atrasados».
Pero el galo no lo hizo y, poco después, se cumplieron las predicciones de Churruca. Al cortar en perpendicular la línea combinada, muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Y precisamente eso le sucedió al «San Juan Nepomuceno» del brigadier de Motrico. Las cartas estaban sobre la mesa y no eran buenas. Tan solo quedaba jugar la mano lo mejor posible y con honor...
Seis navíos
Tal y como se afirma en la obra de 1806 «Elogio histórico del brigadier de la Real Armada Don Cosme Damián de Churruca y Elorza, que murió en el combate de Trafalgar en 21 de octubre de 1805, escrito por el amigo más confidente que tuvo», el «San Juan Nepomuceno» empezó a escupir balas a eso de las doce y media del 21 de octubre contra los bajeles ingleses que se lanzaban contra él:
«Cinco navíos enemigos, uno de ellos de tres puentes, cayeron sobre el San Juan, que rompió el fuego cerca de las doce y media, recibiendo sucesivamente el de todos ellos por la mura de babor».
Dos lograron, en palabras del mismo autor, pasar por delante del «San Juan Nepomuceno» mientras continuaban lanzándole bala tras bala. Los otros tres se quedaron batiendo al navío español a sangre y fuego. Dos de ellos por babor y uno, un bajel de tres puentes, por la mura de estribor. Así lo confirma también en su informe posterior Vicente Burugal, oficial del barco hispano:
«El combate se fue empeñando con más viveza a proporción que los enemigos se iban acercando, a los que llegaron a situarse a tiro de pistola en esta forma: un navío de tres puentes para nuestra mura de babor, otro de igual clase para la aleta de igual banda y otro sencillo por la de estribor, sin contar otros dos que también nos hicieron fuego, aunque no con tanto empeño».
El fuego vivo de todos estos buques continuó sin cesar hasta las dos de la tarde. Pero a esa hora llegaron dos nuevos invitados a la sangrienta fiesta, según recuerda el autor anónimo de la obra.
«A dicha hora estaba ya el navío inglés Dreadnought al costado del San Juan, a medio tiro de pistola por la aleta y popa, habiendo vuelto a agregarse los dos navíos que al principio del combate se habían adelantado. Ni esto bastó: todavía otro navío quiso participar de esta desigual batalla, y el San Juan tuvo la gloria de batirse contra seis navíos á la vez».
Épica muerte
Mientras los ingleses disparan, aunque no a placer (pues el vasco les estaba haciendo sudar sangre), Churruca dirigía valiente la defensa desde la toldilla. Lejos de esconderse, y acorde a lo que se esperaba de un oficial con su historial, se mantuvo siempre al lado de sus hombres tratando de evitar que el enemigo se acercara lo suficiente al «San Juan Nepomuceno» como para asediarle. Así lo recuerda el autor de la obra anónima:
«El valeroso comandante que dirigía una defensa tan heroica, desplegando talento y denuedo a proporción de los riesgos, acudía a todo con una serenidad y firmeza inalterables: hacia él mismo la puntería mandando las maniobras con la vecina de combate. Ni la lluvia de metralla que cubría el navío, ni la imposibilidad del socorro movía su ánimo intrépido, superior a los reveses de la fortuna; y sino podía batir a cada uno de los enemigos por su número, con una sabia economía de sus tiros y una actividad proporcionada, tuvo siempre en respeto fuerzas tan considerablemente superiores, sin que los ingleses pensaran un momento en intentar el abordaje».
Sin embargo, al «volver de proa, donde acababa de apuntar un cañón cuyo tiro desarboló a un navío enemigo que le batía por aquel punto casi impunemente», una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Así lo corrobora también Emilio Aléman de la Escosura, director de la Fundación del Museo Naval.
Pero ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era segura. «Además, se dice que al perder la pierna y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad», explica José Luis Corral, autor del libro «Trafalgar».
Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y que se mantuvo estoico hasta el final. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida. De hecho, ordenó clavar la bandera para evitar que a algún desesperado se le ocurriese arriarla, se cayese o fuese arrebatada por los ingleses.
Según afirman la mayoría de las fuentes, las últimas palabras de Cosme Damián Churruca fueron para su cuñado, Jose María Ruiz de Apodaca. Aunque no iban dirigidas a él, sino a la mujer que esperaba al vasco en tierra:
«Pepe, di a tu hermana que muero con honor en la fe que profesa la santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, amando a Dios de todo mi corazón y estimándola mucho; que se acuerde de mí, como yo me acuerdo de ella».
Cosme Damián Churruca dejó este mundo sabedor de que la derrota llegaba a su buque. Y no andaba falto de razón. Posteriormente, tras contar aproximadamente 100 muertos y 150 heridos, el «San Juan Nepomuceno» arrió la bandera.
Con todo, Corral afirma que el de Motrico todavía protagonizó un acto de valentía después de muerto. Este se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del avío que entregara la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, deberían partir el arma en seis trozos
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