Rodrigo Alonso
- El esclavismo de los colonos texanos, así como sus reparos al Gobierno centralista de Santa Anna, fueron los motivos que condujeron al conflicto.
«The fall of the Alamo», por Robert Jenkins
La batalla de El Álamo, librada entre México y los colonos estadounidenses que buscaban la independencia de Texas en 1836, es uno de los grandes hitos del país norteamericano. Una efeméride a la que se han dedicado montones de películas y de páginas, y que, todavía a día de hoy, es recordada como uno de los mayores actos heroicos de la historia estadounidense. Y no es para menos, ya que el relato cuenta con todos los ingredientes para ello: Poco más de 100 hombres resisten estoicamente durante más de 10 días frente a un enemigo que le supera enormemente en número y armamente. Propio de la mente del más brillante guionista deHollywood.
Pero, ¿qué fue lo que motivó esta batalla? ¿Cuáles fueron las razones por las que los colonos lucharon contra México para arrebatarle parte de su territorio? ABC desgrana aquí algunas de las claves por las que se produjo este enfrentamiento.
Esclavismo y religión
En 1819, los Estados Unidos se encontraban inmersos en la mayor crisis económica de su corta historia. Moses Austin, hombre de negocios procedente de Virginia y que se había visto afectado por la situación financiera, tuvo la idea de negociar con España la concesión de territorios en Texas, donde pretendía darle la vuelta a la tortilla y hacer fortuna. El objetivo era acordar la llegada a esta zona poco poblada al norte del virreinato de la Nueva España de centenares de colonos estadounidenses. Algo que no fue visto con malos ojos desde la Península, por lo que el trato terminó cerrándose. Sin embargo, la rebelión mexicana, surgida, al igual que en el resto de Hispanoamérica, a raíz de la ocupación napoleónica de la Península, estuvo cerca de dar al traste con el proyecto.
Una vez México alcanzó la independencia, para la que tuvo que esperar hasta 1821, el nuevo Ejecutivo no estaba conforme con el plan de Moses Austin, que había fallecido ese mismo año siendo sustituido como cabeza de la empresa por su hijo Stephen. Se llegó a la determinación de que era necesario repensar el acuerdo, ya que el recién nacido país temía que una llegada en masa de colonos hiciese pensar a Estados Unidos en la anexión de la zona. Para evitarlo, se decidió que era imprescindible fijar una serie de requistos. De este modo, los nuevos pobladores de Texas tenían la obligación de convertirse al catolicismo y de españolizar sus nombres. También se trató de fomentar los matrimonios con mexicanas.
Un punto que provocó especial división fue el de la esclavitud, que estaba completamente prohibida en suelo mexicano desde hacía tiempo. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las familias que dirigían sus carromatos cargados hasta los topes hacia Texas procedían del sur de Estados Unidos, por lo que, en su mayoría, eran esclavistas. Se calcula que más de 400 afroamericanos acompañaron a sus amos en los primeros impases de la aventura mexicana. Esta cifra ascendió hasta los 2000 en el comienzo de la revolución.
Ruptura
El flujo de migrantes durante los años siguientes fue constante. Tanto, que para comienzos de la década de los 30 en Texas ya había más pobladores originarios de Estados Unidos que de México. La mayoría, además, hizo caso omiso a las obligaciones suscritas con el Gobierno azteca, que había tornado hacia el centralismo con la llegada al poder del militar Antonio López de Santa Anna. De este modo, los colonos seguían teniendo esclavos y se negaban a abandonar sus viejas creencias religiosas. A este respecto, un informe del Gobierno mexicano fechado en 1834, y recogido en el libro de Paco Ignacio Taibo II « El Alamo: una historia no apta para Hollywood» (Planeta), reza lo siguiente: «Los primeros colonos estadounidenses que emigraron a Texas , siendo habitantes de los estados del sur, trajeron costumbres algo grotescas, que aunque puras, no eran acordes a los modales que usan las gentes de buenas costumbres».
A pesar de que estas palabras no están exentas de cierta cordialidad, no terminan de reflejar con claridad los sucesivos desencuentros entre los recién llegados y su nuevo Gobierno. Para 1935, hechos como la detención de Stephen Austin por parte de la policía mexicana, y las sucesivas negativas a la solicitud de los pobladores estadounidenses de respeto a su forma de vida (esclavismo, federalismo y libertad religiosa), acabaron desembocando en una rebelión abierta. El primer enfrentamiento armado tuvo lugar en octubre de 1835 y cayó del lado texano. Esta victoria marcó la tónica general durante los primeros meses del conflicto. Algo que no resulta extraño, ya que la mayoría de los soldados mexicanos reclutados por Santa Anna para poner fin al levantamiento carecían de la experiencia necesaria en el ejercicio de las armas.
Mientras las hostilidades se recrudecían, los Estados Unidos se frotaban las manos. Su Gobierno llevaba ya tiempo haciéndole ofertas a México para la compra de Texas. Incluso, según apunta Taibo, se llegaron a ofrecer prestamos económicos al país que tendrían como garantía dicho territorio. Estaban convencidos de tener derecho sobre la zona. «Muchos americanos consideraban la provincia de Texas como legítimo territorio americano desde la compra de la Luisiana», explica Isaac Asimov en su libro « Los Estados Unidos desde 1816 hasta la Guerra Civil» (Alianza Editorial).
Con estos precedentes no resulta descabellado el hecho de que, una vez comenzaron las hostilidades, el flujo de estadounidenses que dirigían sus pasos hacia Texas para enfrentarse al gobierno de Santa Anna no hiciese más que crecer. Los combatientes rebeldes se encontraban bajo el mando de Samuel Houston, un virginiano con experiencia militar y de gobierno, ya que había ocupado el cargo de gobernador de Tennesse entre 1824 y 1829.
El Álamo
Gracias a las victorias tejanas, los soldados de Santa Anna tuvieron que replegarse y dejar la provincia en manos rebeldes. Era necesario reunir fuerzas suficientes para asestar un golpe que cambiase el curso de la guerra. El presidente mexicano confiaba en la capacidad de su cuñado, el general Martín Perfecto de Cos para darle la vuelta a la situación. Incluso a pesar de que este mismo oficial había sido expulsado de la región de Béjar, donde se encontraba San Antonio, poco antes.
Al mismo tiempo, el presidente decidió tomar una serie de medidas que, según esperaba, minarían la moral de los estadounidenses. Entre estas se encontraba la orden de ajusticiar a todos los rebeldes que cayesen en manos de sus soldados. No había lugar para la clemencia, aunque, lo cierto es que tampoco afectó demasiado al devenir del conflicto. Según explica Mary Deborah Petite en « 1836. Facts about the Alamo and the Texas War for Independence», la mayoría de los combatientes estadounidenses desconocían que el Gobierno hispanoamericano hubiese puesto en marcha esta iniciativa.
Tras la salida de los mexicanos de San Antonio, unos 180 estadounidenses se encontraban a la espera en la cercana misión española del siglo XVIII llamada El Álamo. Santa Anna, consciente de la vulnerabilidad del enclave, decidió conformar un importante ejército compuesto por varios miles de soldados (las fuentes no se ponen de acuerdo acerca del número exacto, pero parece ser que estuvo conformado por entre 1.000 y 6.000 efectivos) comandado por él mismo. Las tropas mexicanas partieron hacia el norte y, tras recuperar Béjar, iniciaron el asedio del fuerte improvisado el día 23 de febrero de 1836. A pesar de los intentos de conseguir más hombres y de mejorar las defensas de la posición, era un hecho que el Álamo no estaba en condiciones de aguantar el empuje mexicano.
Al mando de los defensores de la misión se encontraba William Barret Travis, quien había ocupado el puesto casi de rebote tras la salida del resto de oficiales de rango superior en los días anteriores. El cargo lo compartía con Jim Bowie, quien no tardó en morir dejando a Barret como única cabeza de la defensa y principal encargado de motivar a sus hombres para la lucha; cosa difícil viendo los miles y miles de soldados y las piezas de artillería que cercaban la posición. Los primero días del asedio transcurrieron con relativa tranquilidad. Los mexicanos estaban más pendientes de prepararse que de atacar El Álamo. Hubo que esperar hasta el 24 para que la primera sangre fuese derramada, un par de hombres de Santa Anna que fueron alcanzados por los tejanos.
Mientras los mexicanos continuaban asegurando el entorno de San Antonio, Barret estaba cada vez más desesperado. A pesar de sus peticiones de auxilio, parecía que los refuerzos necesarios para defender el enclave no llegaban, o, al menos, no en número suficiente. Mientras tanto, el ejército de Santa Anna no dejaba de crecer. A principios de marzo el presidente llegó a la conclusión de que la fruta estaba madura, solo tenía que sacudir un poco el árbol para que El Álamo cayese. De este modo, ordenó ablandar las defensas empleando artillería para que el día 6 de marzo se llevase a cabo el definitivo asalto al fuerte.
Los mexicanos decidieron atacar por la noche aprovechando el descanso de los estadounidenses. Pero la algarabía en el exterior acabó despertando a los defensores, que se decidieron a plantar cara a los hombres de Santa Anna. La defensa tejana fue la propia de un animal acorralado. Lucharon bien dentro de sus limitaciones. Sin embargo, según pasaba el tiempo resultaba más complicado contener la incesante avalancha que se les venía encima. Tampoco contaban con la munición necesaria para contener al enemigo, que finalmente acabó superándoles. Uno de los primeros en perder la vida fue, precisamente, William Barret. Los supervivientes se vieron obligados a abandonar el fuerte. Allí fueron diezmados sin demasiado problema por los mexicanos.
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