Manuel P. Villatoro/Rodrigo Muñoz Beltrán
- Este blindado fue la columna vertebral de las divisiones acorazadas alemanas en la Segunda Guerra Mundial gracias a su diseño y a su versatilidad.
- Disfruta de un recorrido en 360 grados por el interior de uno de los carros de combate más longevos y emblemáticos de la contienda: el Panzerkampfwagen IV del Museo de Medios Acorazados de la Brigada «Guadarrama» XII ubicada en la Base de El Goloso, Madrid.
Si el gigantesco Tigre I fue el rey de los tanques alemanes y el demoledor Pantera la reina, el peón del tablero de ajedrez en el que se convirtieron las batallas acorazadas de la Segunda Guerra Mundial fue el Panzerkampfwagen IV. Conocido como la columna vertebral de las divisiones panzer, este vehículo no fue el más pesado ni el más puntero a nivel tecnológico, pero su versátil diseño permitió que los ingenieros de Adolf Hitler pudieran modificarlo a lo largo de todo el enfrentamiento para paliar sus limitaciones. Gracias a ello, este socorrido decano pudo plantar cara a la mayoría de enemigos que encontró en los campos de batalla a pesar de haber sido ideado a mediados de los años treinta.
Pero el diseño no fue lo único que permitió al Panzer IV dar la talla durante más de un lustro frente a rivales más modernos y mejor armados. Ni mucho menos. Otro de los factores que hicieron que este carro de combate se usase en masa dentro de las «Panzerwaffe» (más allá de que la estandarización en su producción redujera la congestión de la industria germana) fue, entre otras cosas, la experiencia de unas tripulaciones que supieron exprimir cada una de sus ventajas y minimizar sus debilidades. Gracias a que eran como una pequeña familia, aquellos soldados se convirtieron en expertos en el arte de disparar a base de convivir en un minúsculo habitáculo durante semanas.
Para todos y cada uno de estos hombres, su carro de combate era su casa. Y parece que, a pesar de que películas como «Corazones de acero» o «Salvar al Soldado Ryan» han logrado mitificar la figura del Tigre I por su resistencia y por su potencia de fuego (unas características innegables), tampoco estaba nada mal entrar en batalla a lomos de un Panzer IV. «La bondad de este carro de combate es que, con sucesivas mejoras y sin ser especialmente excepcional, fue bueno durante toda la guerra en los tres campos básicos que dictaminan el diseño de un carro de combate (movilidad, penetración y potencia de fuego)», afirma a ABC el sargento primero de la Brigada «Guadarrama» XII (BRI XII) del Ejército de Tierra.
El brigada Ángel Rodas coincide con él: «Se fabricaron unas 9.000 unidades. Con esa cantidad de producción está claro que inspiraba confianza. Era un carro de combate muy equilibrado». Ambos saben bien de lo que hablan ya que, como personal del Regimiento Acorazado «Alcázar de Toledo» 61 destinado en el MUMA (el Museo de Medios Acorazados de la Brigada «Guadarrama» XII) han podido estudiar a fondo uno de los Panzer IV que, en 1943, compró el Ejército Español a Alemania. Una joya que la BRI XII cuida con gran esfuerzo y que se puede visitar los últimos sábados de cada mes en la Base Militar de «El Goloso» (ubicada en Madrid).
Recorrido 360 grados
¿Nunca has entrado en un carro de combate Panzer IV? Si no sabes cómo vivían durante la Segunda Guerra Mundial las tripulaciones de los carros de combate, te invitamos a introducirte en uno de la mano de esta vista en 360 grados. Pasea por los diferentes puestos de los soldados con el puntero del ratón y descubre las estrecheces de uno de los vehículos más versátiles de la historia militar moderna.
Buenos comienzos
Tal y como afirman Bryan Perret y Jim Laurier en su obra «El carro medio Panzer IV» (Osprey), la vida de este tanque comenzó allá por enero de 1934, cuando el «Ejército presentó las especificaciones del nuevo carro de combate de apoyo cercano a la industria, junto con una limitación de peso total de 24 toneladas». Tras aceptarse el diseño de la famosa empresa Krupp, se fabricó la primera versión de este vehículo, la «Ausführung A», en 1936. Así lo afirman los autores aunque, según carristas de la época como el comandante de blindados germano Wilhelm von Thoma, habría que retrasar esta fecha un año.
Más allá del año concreto, lo que se sabe a ciencia cierta es que el bosquejo del Panzer IV se llevó a cabo bajo absoluto secreto para poder escapar de las limitaciones del Tratado de Versalles (las reparaciones de guerra impuestas a los alemanes tras la Primera Guerra Mundial que les impedían, entre otras tantas cosas, el diseño de carros de combate). A pesar de ello, el resultado fue un vehículo armado con dos ametralladoras de 7,92 milímetros y un cañón de 75 milímetros (corto) que disponía, además, de un digno blindaje para la época. Este iba de los 30 milímetros en la parte delantera del casco, hasta 8 en las más débiles. Todo ello, acompañado con su clásica (y curiosa) forma de caja.
Como recuerda el sargento primero mientras revisa el exterior del Panzer IV del Museo de Medios Acorazados, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial este carro no era el más extendido dentro de las divisiones germanas. Este honor correspondía a su hermano pequeño, el Panzer I, un minúsculo ingenio de apenas 5,5 toneladas que estaba armado únicamente con dos ametralladoras. Las diferencias entre ambos son insalvables cuando se comparan sus dimensiones a primera vista en la Brigada «Guadarrama» XII (donde también se expone uno de los pocos Panzerkampfwagen Ique existen en la actualidad).
No obstante, y en palabras de Lázaro, el minúsculo Panzer I no estaba pensado para asumir grandes evoluciones. «Una de las grandes bondades del Panzer IV es que se diseñó para que se pudiera mejorar constantemente durante la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, el Panzer I tenía un diseño limitado, casi de exploración, que le permitió unas ligeras modificaciones, pero a nivel muy básico», señala a este diario. El decano de los carros de combate se desenvolvió tan bien contra la mayoría de tanques de la época (desde los Renault FT galos hasta los T-26 soviéticos) que los ingenieros alemanes empezaron pronto a desarrollar una evolución tras otra para el Panzerkampfwagen IV.
Bondades
«Fue el único carro de combate que estuvo en producción desde el comienzo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial», explica Espadas. A su vez, añade que, a partir de entonces, este blindado se benefició de los combates con los diferentes enemigos a los que se enfrentó Alemania durante la contienda. Y es que, cada vez que las tripulaciones se percataban de alguna de sus debilidades, la reportaban inmediatamente para que fuera estudiada y paliada. «El Panzer IV mejoró de forma constante gracias a diez años de experiencia en batalla. El Tigre I, por el contrario, no tuvo una larga evolución, su diseño fue prácticamente inalterable desde el 42», completa el sargento primero.
Así fue como, poco a poco, el Panzer IV se fue transformando en uno de los mejores carros de combate de la época. No por ser un vehículo ultrapesado capaz de imbuir (como otros sí lo hicieron) el miedo en el enemigo con su mera presencia, pero sí por su versatilidad y su infalibilidad y fiabilidad en el campo de batalla. «Un ejemplo de su buen diseño es que tenía tres depósitos por si le fallaba el sistema de abastecimiento (lo que le daba más autonomía y durabilidad) y llevaba un motor auxiliar (el de giro de la torre) para que, en el caso de que se quedara aislado y no contara con la ayuda de otro carro, pudiera autoabastecerse y arrancar él solo», desvela Rodas.
A su vez, y en palabras de Rodas y Espadas, el Panzer IV disponía también de una torreta con una ventaja que no tenían, por ejemplo, los carros soviéticos de 1940. «Este carro tenía una cesta sobre la que pisaban los tripulantes y que, cuando la torreta se movía, permitía a los tripulantes girar al unísono. El T-34/76, por ejemplo no tenía este “piso de torre”, como se llamaba, los tripulantes tenían que ir rotando a la par», desvela el sargento primero. En sus palabras, este era un pequeño detalle que disminuía el cansancio de la tripulación durante las largas horas de batalla y facilitaba mucho su trabajo.
Por si fuera poco, su torreta fue también revolucionaria por otro motivo. «Su diseño preveía que debía poder albergar tres tripulantes. Esto era vital porque, al final de los años treinta y en muchos diseños de carros de la Segunda Guerra Mundial, eran solo biplazas. Los alemanes revolucionaron este concepto cuando introdujeron que en las torres de los Panzer III y IV debían ir el jefe de carro, el tirador y el cargador. De esta forma, la función de cargador, que en los modelos tradicionales la hacía el jefe de carro (lo que le sobrecargaba de trabajo), la llevaba a cabo una persona diferente», añade el sargento primero. Así, el líder de esta pequeña familia podía dedicarse a lo verdaderamente importante: dirigir el vehículo, avistar al enemigo, orientar el fuego y coordinar a la tripulación.
Enemigo soviético
A pesar de todo, el del Panzer IV no fue un camino de rosas. Este versátil tanque pasó su primera prueba de fuego tras el comienzo de la Operación Barbarroja (la invasión alemana de la URSS) en junio de 1941. Y es que, en la gélida estepa rusa tuvo que medirse a un enemigo una década más moderno y, a priori, mucho más letal: el T-34/76. «Este carro ruso tenía conceptos revolucionarios como un motor diésel, cuando el resto estaban equipados con motores de gasolina. Además disponía de un blindaje inclinado que, sin aumentar radicalmente el espesor del mismo, le hacía ganar en protección y en capacidad de rebote de los proyectiles», añade el sargento primero a ABC.
Por si fuera poco, tenía además un cañón de 76 milímetros capaz de perforar la coraza del Panzer IV. La partida parecía perdida desde los comienzos para los alemanes. Sin embargo, y en palabras de Espadas, la experiencia de las tripulaciones germanas, así como su coordinación en el campo de batalla, les hizo sobreponerse a ellos hasta que llegaron las nuevas actualizaciones. «Los soviéticos disponían de muchos más carros de combate que en principio eran mejores, pero los utilizaban como si fueran grandes rebaños. Atacaban de forma desorganizada. Los alemanes, siendo muchos menos, pudieron plantarles cara mediante organización y experiencia», desvela el brigada Rodas.
Tras toparse con aquellos ingenios acorazados (aunque también con fallos que se fueron paliando con el tiempo), los alemanes iniciaron el diseño de un nuevo carro de combate basado en el T-34: el mítico Pantera. La idea inicial era que tanque de 45 toneladas sustituyera de forma definitiva al Panzer IV como blindado medio en las divisiones germanas. Sin embargo, al final no pudo jubilar a este pionero.
«El Panzer IV seguía teniendo una mayor capacidad de proyección. El modelo era lo suficientemente bueno como para que, modificándolo, se pudiera mantener. Además, el hecho de tener que cerrar de forma drástica la producción de un carro para abrir la de otro hubiera implicado un parón en un momento en el que, sobre todo a partir de junio de 1941, se necesitaban muchos en el frente del Este», añade Espadas.
Más y más mejoras
La principal mejora consistió en aumentar de forma progresiva el blindaje añadiendo en su barcaza planchas de acero con un espesor de 80 milímetros. A su vez, también se añadió un cañón más largo lo que, en palabras de Rodas, «generó más velocidad en el proyectil y le hizo ganar en daño». No les debió ir mal, pues las versiones sucesivas (nombradas mediante letras de la «A» a la «J») siguieron en activo durante toda la Segunda Guerra Mundial. «El Panzer IV se benefició de los combates contra los rusos. Eso hizo que modelos como el “H”, y antes el “G”, usaran el blindaje espaciado (Schürzen) en la torre y en la barcaza. De esta forma la protección no añadía demasiado peso al carro y le permitía aguantar proyectiles de carga hueca», incide Espadas.
De todos ellos, el más producido fue el modelo «H», el mismo que se puede visitar en la colección museística del Museo de Medios Acorazados de Madrid. «De los aproximadamente 8.000 que se fabricaron, 3.700 correspondían a este modelo», completa el sargento primero. Entre sus modificaciones destacaban las «planchas de blindaje adicionales en el frontal de la barcaza, del habitáculo y de la torre»; la posibilidad de añadir la popular coraza «Schürzen»; el respetable cañón de 75 milímetros y 48 calibres o (entre otras tantas) el famoso «Zimmerit». «Era una pasta antimagnética con la que se recubrieron los vehículos alemanes desde el año 43 hasta septiembre del 44 que servía para evitar que en las superficies verticales se les adosaran minas contracarro», completa Espadas.
En 1944, cuando los aliados se dispusieron a destrozar la fortaleza europea de Adolf Hitler, el Panzer IV todavía seguía siendo la columna vertebral de las divisiones acorazadas alemanas en Normandía. Por entonces ya era más que veterano, pero todavía tenía la capacidad de dar algún que otro susto a los carros de combate medios y pesados estadounidenses y británicos. Y, por descontado, no sufría para hacer saltar por los aires al mitificado Sherman americano (el vehículo más extendido en el ejército de Eisenhower). «No podían enfrentarse contra un M26 Pershing, un Comet o un IS2, pero tenía la capacidad de, llegado el momento, poder ponerles en aprietos», destaca el mismo militar.
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