César Cervera
El doctor en Historia Agustín Ramón Rodríguez González, autor de 37 libros de Historia Naval, publica «El león contra la jauría: batallas y campañas navales españolas (1621-1640)» (Salamina series), una obra para redescubrir el siglo XVII y combatir la mentira de que España perdió el dominio de los mares tras la mal llamada Armada Invencible.
Defensa de Cádiz contra los ingleses, de Zurbarán, 1634
La historiografía europea organizó, de forma precipitada y chapucera, un funeral a la superioridad española sobre los mares tras el desastre de la Grande y Felicísima Armada enviada por Felipe II a invadir Inglaterra. La mala pata de las escuadras inglesas, holandesas y francesas a principios del siglo XVII, mientras aumentaban las victorias navales de los ibéricos en esas mismas fechas, ponen en cuarentena la afirmación de que las armadas españolas cayeron en debacle en los mares. El doctor en Historia Agustín Ramón Rodríguez González, autor de 37 libros de Historia Naval, publica «El león contra la jauría: batallas y campañas navales españolas (1621-1640)» (Salamina series), una obra para combatir estas mentiras y redescubrir el siglo XVII.
El libro parte de la premisa de que no hay tal victoria inglesa en 1588, que no hay tal superioridad naval de los protestantes.
Es que no hubo victoria. ¿Qué batallas navales habían ganado ellos hasta entonces? ¿Por qué pierden la Normandía inglesa y otras tierras en esas fechas si eran tan buenos? Resulta que esa panda de novatos, que nunca habían ganado nada, se convierten de golpe, según la historiografía y la literatura inglesas, en el colmo de la perfección a partir de la Armada Invencible. Es una afirmación insostenible.
¿Quién ganó entonces la Guerra anglo-española (1585-1604)?
Que no hubo victoria inglesa se demuestra en el Tratado de Londres de 1604, donde renunciaron a tratar con piratas holandeses y atacar a los españoles en América. No es casualidad que ese período coincida, precisamente, con la mayor llegada de barcos cargados de plata y ora a puertos españoles. Aparte de que los ingleses no consiguieron en esta época colonizar ningún territorio fuera de sus islas. No sé dónde está el triunfo.
En cualquier caso, España perdió en esa guerra, concretamente en la empresa de 1588, a algunos de sus mejores marineros. ¿Encontró sustitutos para algo tan irremplazable?
No se puede hablar de derrota como tal, sino de fracaso estratégico, pero sí es cierto que siempre es difícil de superar algo así. Un año después holandeses e ingleses también perdieron gran capital humano durante la Contraarmada y nadie ha dicho nunca que no fueran capaces de levantar cabeza. No es una excusa: las necesidades del Imperio español eran muy grandes y también las oportunidades. Para muchos españoles de la época, la oportunidad de su vida pasaba por Iglesia, mar o casa real. En ningún momento faltaron voluntarios, salvo por lo enorme de la tarea, de Manila a Estambul.
¿Qué victorias se han perdido los que no saben que España siguió siendo un poderoso rival en el siglo XVII?
Sin ir más lejos, en 1625 ocurre lo que la Monarquía española llama el año milagroso. Lo tenemos delante de nuestros ojos, en el Museo del Prado: la Conquista de Breda, la Defensa de Cádiz, la Defensa de Puerto Rico, la Recuperación de Salvador de Bahía y el Socorro de Génova. Todos ellos éxitos navales y anfibios, salvo Breda, solo 37 años después de la Armada Invencible. Nadie parece conocer estas victorias, a pesar de tener aquellos episodios representados en cuadros estupendos.
Define en el libro a España como un león frente a la jauría.
Nuestra Armada era en el siglo XVII un león que ha aprendido de sus fallos, lo cual que pasa tarde o temprano a todas las potencias. Un león más sabido, que se ha llevado heridas y no tiene aliados, que sigue luchando contra una multitud de enemigos: los berberiscos, el Imperio otomano, Venecia, Suecia, Inglaterra, Holanda, los piratas japoneses y los chinos... España libró una auténtica guerra mundial contra todos.
¿A qué nuevos retos debe enfrentarse este león hispánico?
En primer lugar, España tiene que hacer un gran esfuerzo por adecuarse a un escenario nuevo como era el Atlántico y el Pacífico, así como a la aparición de nuevos enemigos. Hasta esas fechas, la amenaza en las aguas tan remotas como esas eran los piratas, pero en el XVII se encuentran allí escuadras holandesas e inglesas, mejor organizados y más peligrosas.
¿Cómo se defiende frente a enemigos cada vez mejor preparados?
La Armada española tiene muchos recursos aún. La profesionalidad de los marinos españoles era imposible de replicar por parte de otros países. Cada año salía un flota hacia América y regresaba otra. Aquello era la mejor escuela para aprender a navegar en escuadra, ya no solo para los capitanes del Rey, sino para los capitanes mercantes que podían ser movilizados en caso de guerra. El resto de países no contaban con ese aprendizaje constante, más allá de las misiones patrullando la costa. Además, y aunque faltan estudios técnicos aún, está claro que hay una renovación tecnológica impresioante en pocas décadas.
¿A qué renovación técnica se refiere?
En el siglo XVII, en España, por ejemplo, se monta cerca de Santander la primera gran factoría de cañones de hierro, lo cual era un gran avance porque los cañones eran, hasta entonces, de bronce. Usar hierro es un modo de superar nuestra carencia de estaño. La primera fundición de cañones de hierro se crea en España y estuvo funcionando hasta tiempos de Trafalgar.
También encuentra la Armada un barco híbrido, entre galera y galeón, que da grandes ventajas a España. Este barco cazacorsarios, que los españoles llevaban buscando desde tiempos de Álvaro de Bazán, lo encuentra a principios del siglo XVII en la fragata, un buque ligero pero bien armado. Un invento español que, desde el puerto de Dunkerque, causó un auténtico desastre a la flota mercante inglesa. Al menos un 20% de barcos ingleses fueron apresadas gracias a esta innovación técnica en 1625.
En 1588 Inglaterra no logró vencer, pero es que precisamente ese año, en 1625, el fracaso fue mayúsculo.
En la época que recoge el libro, hasta 1640, Inglaterra sufrió un enorme fracaso, que está representado por un fantástico cuadro de Zurbarán: la Defensa de Cádiz (1625). Los historiadores ingleses intentan hablar poco de este asunto porque rompe con el discurso de su hegemonía tras la Armada invencible, así que ha caído un poco en el olvido.
Inglaterra no es rival, nada que ver con el caso de Holanda...
Pongo en el libro de relieve que quien es peor enemigo, más inteligente y está pensando realmente en construir un imperio son los holandeses. Los ingleses durante sus guerras con España querían solo saquear sitios, pero eso no te vale de nada. ¿Qué ventaja estratégica o económica tiene saquear algo tres mil veces? En cambio, los holandeses vienen a desplazar a la gente, no solo a saquear. Eran una sociedad mejor desarrollada que los ingleses en todos los sentidos. Desde un punto de vista intelectual, financiero e incluso científico. En este sentido, España y Holanda eran economías complementarias, ellos tenían lo que nos faltaba a nosotros, y viceversa.
¿Cuánto duró este esplendor holandés?
Holanda era un cáncer que le había salido a España, por eso el triunfo del cáncer suponía su propia muerte. El tiempo que España y Holanda lucharon entre sí es la época buena de este imperio. En cuanto vencieron, el resto de potencias se echaron encima suyo y, en el caso de Inglaterra, le robaron hasta sus méritos. Al final, los ingleses se aliaron con el Cardenal Richelieu para machacar a Holanda. ¡Tanto rollo entre católicos y protestantes y luego es mentira! Eso sí es un juego de tronos.
Entonces, ¿cuándo vivió España su auténtica Armada Invencible?
La batalla decisiva fueron las Dunas (1639), con la que finaliza el periodo. Fue la nueva Invencible en el Canal de la Mancha en todos los sentidos. Un desastre no tanto por los enemigos, sino por las circunstancias. Sin un plan realista, sin bases para una flota tan grande y con la mayoría de los marineros muriendo por enfermedades, Antonio de Oquendo tuvo poco margen para evitar el caos. No obstante, a pesar de toda la supuesta superioridad tecnológica de nuestros enemigos, lo paradójico es que la campaña se resolvió una vez más con el primitivo lanzamiento de barcos incendiario contra nuestra escuadra. El objetivo no era tanto hundir a los barcos españoles, sino causar desorden y pánico. Al igual que Medina-Sidonia en 1588, Oquendo tuvo que meterse en un fondeadero inglés, sin comida y sin idea de qué hacer.
¿El león murió agotado o por esta derrota?
Las contiendas tan largas, con suerte alterna, las ganan la capacidad de aguante y de regeneración de los contendientes. Al final las guerras no se ganan en batallas fulgurantes. De ser así Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial. A mediados del siglo XVII, España ya no tenía capacidad de aguante, no tanto por las derrotas, que no son tantas ni tan importantes, sino por la enormidad de la tarea, la baja demografía española, la crisis agraria (Europa estuvo afectado por una pequeña edad del hielo) y la inflación del oro y plata de América.
Se achaca tradicionalmente el deterioro de la economía a una falta de predisposición de los españoles a los procesos industriales, pero es mentira. Los astilleros eran privados y se hundieron no por incapacidad congénita de los españoles, sino porque la Corona pagaba tarde y mal. Los precios en España habían alcanzado cifras imposibles de sostener y era más barato comprar un barco en el extranjero que tratar de fabricarlo aquí.
Usted defiende que, en cualquier caso, el león como poco siguió siendo un tigre.
Cuando terminó la Guerra de los 30 años siguió habiendo un Flandes y una Italia españolas. Sí, había perdido algunos territorios, pero era una derrota a los puntos, no una decisiva como la de Napoleón o la de otros personajes reverenciados. Cosa aparte es que el país quedara hecho polvo y necesitara reformas estructurales. La nueva dinastía quiso hacer su propio labor de propaganda y restó méritos a los últimos años de los Austrias, para así poder atribuirse ellos toda la recuperación. Justamente ahora estoy investigando la presencia de navíos de tres puentes ya con Felipe IV, quien, tras la Paz de los Pirineos (1659, fue a la botadura de un buque de 104 cañones. Apenas se ha investigado el diseño naval en los últimos años de los Austrias.
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