Rodrigo Alonso
Durante la Guerra de Cuba poco más de 520 encorajinados soldados, bajo el mando del general Vara de Rey, pusieron en jaque a más 6.000 estadounidenses.
«El valor de los españoles superó todo lo imaginable. Las granadas hacían explosión en las calles, los blocaos saltaban por los aires, esquirlas de plomo barrían las trincheras, penetraban en cada rendija, en cada esquina, en cada aspillera, pero los soldados de aquel incomparable héroe, el general Vara de Rey, serenos y decididos, no dejaban de emerger de las trincheras para lanzar descarga tras descarga contra los atacantes».
Estas fueron las palabras del coronel estadounidense Sargent -recogidas en el Nº21 de Desperta Ferro Contemporánea: «Cuba 1898»- a propósito de la encomiable defensa del fuerte «El Viso» y de la posición estratégica de El Caney. Heroica labor llevada a cabo por un puñado de encorajinados e incólumes soldados españoles frente a un enemigo que los superaba más de diez veces en número.
Las muchas horas de combate en las que los poco más de 500 soldados de Vara de Rey se mostraron persistentes en su defensa trocaron la inevitable derrota en gesta imborrable. Este es el relato de un episodio que forma ya parte de la gloriosa historia española y cubana.
Cuba: objetivo yanqui
Parece ser que, como señalan no pocos autores, el interés que despertaba Cuba, la perla del Caribe, en Washington D.C se remonta hasta principios del siglo XIX. Ya desde tiempos del presidente Thomas Jefferson el recién nacido país habría realizado infructuosos intentos de comprar la isla. Transacción a la que siempre se dio la negativa por respuesta desde la Península.
Sin embargo, los intentos de lograr la dominación de la codiciada ínsula no quedaron ni mucho menos aquí. En el año 1823 -como señalan Miguel del Rey y Carlos Canales en « Breve historia de la Guerra del 98»- el embajador estadounidense en Madrid le trasladó al ministro de Exteriores español, Evaristo Fernández de San Miguel, una nota en la que se aludía a la «anexión de Cuba como indispensable».
Fue con la firma del tratado de Ostende de 1850 (realizado por tres embajadores norteamericanos en Europa) que el interés del país por dominar este territorio caribeño se hizo explícito. En este informe -como relata Luis Navarro en « Las Guerras de España en Cuba»- «se declaraba que la anexión era necesaria para la seguridad de los Estados Unidos, por lo que se debía obligar a España a vendérsela por ciento veinte millones de dólares. De no aceptar España esta fórmula, la isla podría serle arrebatada a cualquier precio».
Definitivamente, a partir de 1895 -momento en que Estados Unidos había logrado situarse como potencia económica e industrial- el país norteamericano decidió lanzarse a ocupar aquellos territorios que tenía más a mano, entre los que destacaban las islas ubicadas en el Caribe y el Pacífico (como Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Motivación que llevó a la (teórica) nación amiga de España a invertir gran cantidad de recursos en la construcción de un ejército (especialmente una armada) acorde a la empresa.
El gobierno español, lejos de plantar cara a la injerencia anglosajona, se limitaba a tratar de satisfacer las demandas yanquis con el fin de apaciguarles. Sin embargo, el embajador estadounidense en Madrid -cuyas palabras aparecen recogidas en la obra Rey y Canales- no parecía estar satisfecho con los esfuerzos realizados desde la capital por normalizar la situación: «Un solo poder y una sola bandera pueden imponer la paz en Cuba. Ese poder es Estados Unidos y esa bandera nuestra bandera».
Washington contaba además a su favor, en lo que a la toma de la codiciada ínsula se refiere, con la falta de un sentimiento de nacionalismo «per se» tan difícil de lograr en una sociedad multirracial como la caribeña. Parece ser -según relata Navarro- que en Cuba existía «una fuerte tendencia al mantenimiento de la unión con España, o a la anexión a los Estados Unidos».
Con todo esto, el hundimiento (probablemente intencionado)del acorazado «USS Maine» el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana acabó por provocar la entrada en la guerra de los yanquis (25 de febrero). Contienda que de hecho ya se estaba librando entre españoles y cubanos independentistas desde 1895. Como explican Del Rey y Canales, desde entonces Estados Unidos siempre ha justificado sus intervenciones militares internacionales en base a una provocación. De este modo, como afirma Luis Navarro en su obra, entre el 8 y el 9 de junio, se produjo en la bahía de Guantánamo el primer desembarco de soldados yanquis en la isla.
Parece ser que -como señalan Del Rey y Canales- a los oficiales yanquis les preocupaba la imagen que estaban dejando las tropas estadounidenses en los inicios de la contienda. El sonoro ridículo que implicó para los norteamericanos la batalla librada el 24 de junio en Las Guásimas (sonrojante episodio en el que los españoles infligieron un elevado número de bajas a unas tropas mejor equipadas y superiores en número), ejemplificaba la «inexperiencia y falta de preparación» del contingente anglosajón.
Gracias a la retirada de los españoles de la zona de Sevilla -una vez acabaron con todos los yanquis que pudieron- el general estadounidense Shafter (al mando del V Cuerpo de Ejército), se encontraba ya a poco más de diez kilómetros del importante enclave de Santiago. Ante el previsible ataque norteamericano, el teniente general Arsenio Linares -gobernador de la ciudad- se dispuso a preparar la defensa del importante enclave, para lo cual -como expresa Puell de la Villa en « El desastre de Cuba, 1898: Las Guásimas, El Caney, Las Lomas de San Juan»- procedió a reforzar las posiciones cercanas relativamente fortificadas.
Con ese objetivo, la defensa de El Caney (posición ubicada a escasos seis kilómetros de Santiago) fue puesta bajo el mando del general ibicenco Joaquín Vara de Rey por el mismo Linares. La misión del oficial y de sus poco más de quinientos efectivos (391 miembros del Regimiento de infantería de la Constitución, 41 del de Cuba y 95 voluntarios) era la de frenar en la medida de lo posible el avance estadounidense dirigido hacia la ciudad cubana. Shafter por su parte destinó la mayoría de las fuerzas, pertenecientes al V Cuerpo del ejército, al principal foco de resistencia ubicado en las Lomas de San Juan.
La posición escogida por Vara de Rey para dirigir la defensa del enclave fue el fortín «El Viso», una construcción facturada durante la Guerra Grande (1868-1878) y ubicada sobre un montículo. Además, las tropas españolas también contaban con seis blocaos (construcciones defensivas de madera) distribuidos en torno a El Caney: Norte, Río, Asia, Matadero, Izquierdo y Cementerio. Con el fin de dificultar aun más el avance yanqui también cavaron líneas de trincheras, desplegaron alambradas de espino y abrieron aspilleras en las casas y la iglesia.
Como explica Matt Casado en « La Guerra Hispano-Estadounidense de 1898», Shafter se desplazó a una posición cercana a El Pozo, desde donde tenía una buena perspectiva de las tropas enemigas. El ataque sobre El Caney, según lo entendía el general yanqui, era meramente secundario. La principal motivación del mismo era evitar que los hombres de Vara de Rey tratasen de entorpecer el avance estadounidense sobre Lomas de San Juan, posición hacia donde los soldados norteamericanos debían dirigirse una vez que hubiesen acabado con la resistencia española. Para llevar a cabo la misión, se escogió al oficial Henry W. Lawton, el cual contó desde el momento de su salida de El Pozo (30 de junio) con un contingente superior a los 5.000 efectivos.
Encontrándose ya cerca del Caney, el ejército se dividió en tres brigadas. Como señala Puell de la Villa, la 1ª (dirigida por Ludlow) se ubicó al sur del enclave español, la 2ª (general Miles) en la retaguardia de la anterior y la 3ª (comandada por Chaffe) en el nordeste. El tiempo que Lawton consideraba necesario para acabar con la resistencia era de dos horas escasas.
500 contra 6.000
La batalla tuvo su inicio en torno a las 6 de la mañana del 1 de julio. Las tropas yanquis comenzaron empleando su artillería con el fin de ablandar la posición lo máximo posible. Sin embargo, como explican Del Rey y Canales en su obra, el ataque estadounidense -concentrado en los blocaos- no tuvo prácticamente ningún efecto en las defensas, ya que por lo normal los proyectiles se quedaban largos o cortos de su objetivo.
Tras el fracaso de este primer intento de acabar con el pequeño contingente por la vía rápida las unidades de infantería tomaron la iniciativa. Fue en este punto en el que los hombres de Vara de Rey dejaron claro que no pensaban dar un paso atrás. Desde El Caney los soldados españoles comenzaron a realizar descargas una y otra vez sobre los desventurados estadounidenses. Por más hombres que Lawton enviara el resultado era siempre el mismo: una carnicería. La cadencia de disparos desde las posiciones hispanas era tan breve que, según explica Puell de Villa, el general norteamericano llegó a pensar que solo en «El Viso» debía haber más de 500 efectivos. Del Rey y Canales señalan que después de cinco horas de batalla (más del doble de lo previsto) los atacantes a penas habían logrado hacer mella en el poblado.
Sin embargo, con la llegada de la brigada independiente de Bates (enviada por un general Shafter que ya estaba harto de esperar) la heroica defensa española estaba a punto de llegar a su fin, aunque de hecho aguantó aun bastante tiempo. Todo esto a pesar de que, una vez arrivaron los refuerzos -como señala Puell de la Villa en la revista Nº 21 de Desperta Ferro- los escasos 520 hombres de Vara de Rey hacían frente a 6.453 yanquis y 200 independentistas cubanos. Una desproporción numérica considerable.
Vara de Rey acabó muriendo víctima de un disparo en la cabeza cuando era transportado en camilla fuera de El Caney. El general ibicenco había sido herido en las piernas tras la destrucción del fortín desde el que dirigía la defensa. Mientras era conducido fuera del poblado, varios estadounidenses abrieron fuego al avistar la comitiva destinada a trasladar al maltrecho militar. Como explica Puell de Villa, la desmoralización ante la pérdida del oficial al mando cundió entre los españoles. Fue este el momento en el que se inició la desbandada hacia Santiago.
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