César Cervera
Durante un mes, 300 soldados de los Tercios españoles resistieron, en la Bretaña francesa, el asedio de 6.000 protestantes. Solo salieron con vida 15 hombres, a pesar de que en la fortaleza le acompañaban sus familiares.
«Rocroi, el último tercio», por el pintor Ferrer-Dalmau
Envuelto ya en mil frentes, Felipe IItomó también partido en la guerra civil de Francia a finales del siglo XVI. El monarca hispánico pasó de ayudar económicamente a la Liga Católica, que trataba de evitar el acceso al trono del calvinista Enrique de Borbón, a hacerlo también con tropas. Con el fin de justificar sus injerencias, Felipe II llegó a esgrimir que su hija Isabel Clara Eugenia, «la niña de sus ojos», tenía derechos sobre la Corona francesa como nieta de Enrique II, mientras entraba en contactos con el gobernador de Bretaña para usar este territorio como base de operaciones contra los franceses protestantes.
El gobernador de Bretaña quería emplear a los españoles para independizar este territorio del resto de Francia, aunque por el momento se contentaba con compartir objetivos con las tropas de Felipe II, que serían encabezadas por Don Juan del Águila, un veterano oficial de los Tercios. Tras una infinidad de retrasos y una durísima travesía, el abulense logró desembarcar en Saint Nazaire a principios de octubre de 1590 al frente de 2.100 (500 de ellos enfermos). Mientras se disparaban las deserciones con cada día que pasaba, Del Águila tuvo que lidiar con el gobernador de Bretaña, que, al no hallar un oficial sumiso, lo tachó de un arrogante «de carácter difícil» y torpedeó su misión.
La trabajosa conquista de la Villa de Hennebont, en la que los soldados franceses apenas colaboraron, convenció al abulense de que lo único que se podía sacar de aquella expedición era, además de una pulmonía, una base para «meter el fuego en casa» del inglés. Los asuntos franceses resultaban demasiado laberínticos para un grupo de españoles harapientos sin buenas armas. Lo más sensato era pasar de puntillas para centrarse en la verdadera oportunidad.
Isabel de Inglaterra también estaba implicada en la causa de Enrique de Navarra, a la postre Enrique IV, por lo que lanzar ataques españoles desde Francia se englobaba dentro del mismo conflicto. Mientras seguía combatiendo en el interior de Bretaña contra mercenarios alemanes e italianos al servicio Enrique de Navarra, Juan del Águila tuvo que hacer frente el 12 de mayo de 1591 a la amenaza de 2.500 ingleses desplegados en la costa, al mando de John Norris, el mismo general que había conducido a los británicos en la Contraarmada de 1589.
El maestre de campo concentró sus esfuerzos en crear un fuerte en Blavet, desde donde dominaba una de las entradas al Canal de la Mancha. Los españoles contribuyeron desde esta base a las conquistas católicas del castillo de Blain, el puerto de Brest, Morlaix y Saint Malo. Aquel mítico fuerte recibiría el nombre de Castillo Del Águila y fue el hogar para miles de españoles.
La gesta olvidada del Castillo del León
Durante dos años, los españoles se concentran junto al fuerte de Blavet, todavía hoy en pie gracias a las sucesivas remodelaciones francesas. Hasta que Felipe II mandó refuerzos y fondos en la primavera de 1591, los soldados españoles tuvieron que sobrevivir a las epidemias, al hambre, al frío y a las deserciones con ropas harapientas y barcos mal adaptados a aquellas aguas hostiles. Para evitar que su unidad pereciera, el maestre de campo abulense escribió «suplicando a su majestad que envíe aquí otra persona que sea más valiente que yo y a quien asista con más cuidado que a mí para que se encargue de esto y a mí me dé licencia para irme».
En mayo de 1592 el abulense y 2.500 católicos acudieron a levantar un asedio de las tropas de Enrique de Navarra sobre Craon, en la frontera de las provincias de Maine, Bretaña y de Anjou. Los ingleses nutrían cada vez en mayor número las tropas protestantes y Del Águila temía que la caída de Craon fuera el principio del fin de la presencia española en Bretaña. Así, dando gala de la visión táctica que le habían dado los años, el abulense logró en un rápido movimiento trasladar la impresión a los protestantes de que un enorme ejército de socorro se abalanza sobre sus líneas.
Valiéndose de los mismos puentes construidos por los protestantes, Del Águila siguió al enemigo y fue ganándoles terreno poco a poco a base de escaramuzas y trincheras. Los hugonotes cedieron sin mucha resistencia, huyendo en una desbandada en la que alemanes, franceses e ingleses se pisotearon entre sí para escapar. La persecución duró hasta el final del día y fue pródiga en crueldad. Los españoles se ensañaron especialmente con los ingleses, a los que les recordaron a gritos, y a puñaladas, la falta de humanidad que ellos tuvieron con los náufragos de la Armada Invencible en Irlanda.
La victoria de los españoles en Craon, a la que le siguieron nuevos éxitos en los meses posteriores, reforzó la posición de los españoles en Bretaña. Del Águila recibió las felicitaciones del Rey pero, en lo tocante a sus reiteradas peticiones para volver a casa, le fueron denegadas de nuevo. El paso de los meses generó una profunda huella en el abulense, cansado, harto y hambriento, lo que no redujo su actividad.
Emulando el éxito del fuerte en Blavet, el maestre de campo ordenó construir otro en Roscanvel, el conocido como Castillo del León, sobre una roca acantilada de 70 metros de altura rodeada casi por completo por el agua y una posición inexpugnable. Aquí los aliados galos vieron demasiados peligros en aquella red de fuertes que estaban levantando los españoles en su propio territorio y, cuando un ejército de 6.000 protestantes se dirigió hacia allí, no movieron un dedo para salvar a los 300 españoles que protegían el Castillo del León.
Durante casi un mes de bombardeo por tierra y mar, los españoles resistieron amparados en que el único asalto posible era una estrecha explanada por la que se accedía a la península donde estaba el castillo español. No solo resistieron asalto tras asalto durante otras dos semanas, incluso realizaron varias salidas nocturnas desde sus baluartes. No obstante, cuando la pólvora y el plomo empezaron a escasear los soldados franceses e ingleses impusieron su enorme superioridad numérica.
De entro los muertos
El 16 de noviembre de 1594 (casi un mes después de iniciar el asedio), los protestantes mataron al bravo capitán de la guarnición en uno de los tres asaltos de ese día. La explosión de una mina dejó al día siguiente a los últimos españoles completamente expuestos y, después de dos horas más de agonizante defensa, masacrados. Del Águila y un ejército de rescate organizado a toda prisa tuvo que dar la vuelta al conocer las malas noticias: solo habían sobrevivido 15 hombres. En un gesto de cortesía, el comandante enemigo, el viejo mariscal D’Aumont, envió al territorio católico a los supervivientes de aquella matanza que afectó también a los niños y mujeres que acompañaban a los españoles en el fuerte. Según el relato novelado, Del Águila interrogó a estos soldados harapientos y demacrados:
–¿De dónde venís, miserables?
–De entre los muertos –contestó uno de ellos–
–Con ellos debisteis quedar –replicó–, que esa orden teníais.
Mientras las pretensiones de la hija de Felipe II sobre el trono se apagaban y los aliados franceses cada vez resultaban más hostiles, únicamente persistió ya la posibilidad de aprovechar la ocasión para trasladar la guerra a la costa inglesa. En 1595, tres compañías a cargo de Juan del Águila perpetraron un ataque relámpago en la zona de Cornualles. Tras saquear varios pueblos y desmantelar dos fuertes, el maestre de campo ordenó regresar a sus hombres. En este viaje de vuelta, dos barcos holandeses fueron hundidos. Don Juan había constatado que una pequeña fuerza española, si conseguía desembarcar, podía causar grandes desperfectos frente al obsoleto ejército inglés. Y el abulense estaba por la labor de demostrárselo al mundo, aunque dentro de poco fuera a quedarse sin su preciada base de operaciones en Bretaña.
Su mala relación con los nobles franceses y con los almirantes españoles en la zona, primero con Pedro de Zubiaur y luego con Diego Brochero, convirtieron a Del Águila en el objeto de varias conjuras contra su autoridad que, si no terminaron con él asesinado, fue por la lealtad de la mayoría de soldados a su cargo. El 4 de junio de 1597, un grupo de soldados amotinados encarceló al abulense en su propio castillo de Blavet.
Después de meses de cautiverio, el experimentado maestre de campo regresó a España para defenderse de las acusaciones de desobediencia al Rey y corrupción lanzadas durante su misión en Bretaña. A tal extremo llegó la campaña de desprestigio que hubo incluso quien le bautizó entre los franceses como Don Juan de la Gallina y propagó el bulo de que había sido tímido en los combates. Todo eso dio ya igual, porque a la salida de Del Águila le siguió la de todos los españoles de Francia. En 1593, Enrique IV, reconvertido en católico, ganó la disputa por el trono, de modo que el Imperio español pasó de combatir en una guerra civil para hacerlo en una contra Francia. La presencia española en Bretaña ya no tenía el menor sentido.
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