Amalio Telenti
Algunas formas de obesidad trastornan gravemente las trayectorias metabólicas que nos mantienen sanos.
Un médico realiza una exploración abdominal en el Hospital de la Vall d’Hebron de Barcelona.
Nuestra sociedad parece haber aceptado que el aumento de peso es la consecuencia inevitable de vivir en un lugar con fácil acceso a las calorías y en el que la actividad física desempeña una función cada vez menor en nuestra vida privada y profesional. El envejecimiento dificulta aún más la pérdida de peso.
A corto plazo, las consecuencias del exceso de peso parecen lejanas o carentes de importancia; un problema de estética, una limitación menor a la movilidad. Pero puede acabar provocando tasas más elevadas de diabetes o enfermedades cardiovasculares, y suponer un problema importante a la hora de disfrutar de un estilo de vida activo.
Mi trabajo y el de mis colaboradores aquí y en Reino Unido muestra que la obesidad no es solo una cuestión de grasa bajo la piel: es una verdadera modificación de nuestro metabolismo. Altera nuestra forma de absorber los nutrientes y modifica las relaciones químicas que sostienen nuestra existencia. Nuestro trabajo más reciente, publicado en Cell Metabolism, examinaba las consecuencias de la obesidad sobre nuestro metabolismo. Mis compañeros y yo emprendimos este proyecto porque reconocimos que hay muchos tipos de obesidad, cada uno de ellos con diferentes consecuencias para la salud de la persona. Es lo que llamamos “heterogeneidad” de la enfermedad. Si entendemos la heterogeneidad, podemos personalizar los tratamientos contra la obesidad y –esperemos- tener más posibilidades de éxito.
Mi obesidad, mi metaboloma
Somos un equipo de investigadores de diferentes campos, entre ellos la medicina, la tecnología y el análisis de datos complejos. Estudiamos a casi 2.500 personas obesas con dos potentes tecnologías nuevas: secuenciamos todo el genoma de cada participante en el estudio y analizamos más de 1.000 sustancias sanguíneas, o metabolitos. Esta colección de metabolitos es lo que ahora denominamos “metaboloma” e incluye compuestos tan conocidos como la glucosa y el ácido úrico, y también trabalenguas como el 1-estearoil-2-dihomo-linolenoil-GPC.
Incluimos el análisis del genoma para entender cómo los genes predispones a una persona a la obesidad. Escogimos el metaboloma para captar en tiempo real el impacto del sobrepeso. Muchos de los participantes del estudio fueron objeto de un seguimiento durante más de 10 años; esto permitió la evaluación de las consecuencias de nuestras observaciones a largo plazo.
La noticia sorprendente e inquietante es que las subidas y bajadas de peso provocan cambios en los niveles de muchos cientos de metabolitos específicos. Algunos de estos cambios se esperaban: las grasas o lípidos –incluido el colesterol– aumentan rápidamente con la subida de peso. Sin embargo, también observamos cambios de otros tipos de metabolitos y procesos corporales: el metabolismo de las proteínas y los carbohidratos, la producción de energía y las concentraciones de hormonas.
La imagen general es que el peso trastorna drásticamente el metabolismo corporal. La buena noticia es que las alteraciones pueden revertirse con la pérdida de peso.
El obeso sano y el delgado enfermo
Otra observación fundamental fue que las alteraciones metabólicas comportaban más consecuencias para la salud que el mero aspecto físico: algunos de los participantes tenían lo que denominamos un metaboloma “obeso” a pesar de su peso normal. Por otra parte, algunos individuos obesos tenían un metaboloma muy normal, similar a los de individuos con un índice de masa corporal saludable.
No tenemos claro por qué una persona obesa puede tener un metaboloma normal. No sabemos si los responsables de mantener a este grupo de individuos más sanos son los genes o el entorno. Será necesario investigar más para determinarlo.
No tenemos claro por qué una persona obesa puede tener un metaboloma normal. No sabemos si los responsables de mantener a este grupo de individuos más sanos son los genes o el entorno. Será necesario investigar más para determinarlo
Al disponer de información médica en el momento de efectuar los análisis metabólicos, y de datos de seguimiento a largo plazo, pudimos ver las consecuencias del metabolismo anómalo.
Los individuos obesos que sufrían mayor trastorno del metabolismo desarrollaron diabetes, enfermedad cardiovascular e hipertensión. Estos mismos participantes fueron también los que acumularon tejido graso dentro del abdomen y en el hígado –las localizaciones “malas”– en lugar de añadirla sin más bajo la piel de la cintura o de los muslos. Así, la obesidad física era importante, pero la forma en la que el exceso de peso afectaba específicamente al funcionamiento interno de cada individuo constituía una medida más exacta de su salud general.
El informe sobre el metaboloma podría decir más que el IMC
Podría ser tentador pensar que la obesidad es consecuencia de los genes heredados de nuestros padres. Y es cierto, pero el impacto de nuestros genes palidece en comparación con el impacto abrumador de la ingesta calórica y la vida sedentaria.
Había una excepción. Detectamos algunos individuos muy obesos con cambios en un gen que controla el apetito, el denominado receptor de melanocortina 4 (MC4R). Estos pacientes sufrían una mutación genética que les hacía sentir permanentemente hambre y los llevaba a comer más de lo necesario. Hay muchas esperanzas de poder tratar pronto a estos pacientes con fármacos específicos. Como se preveía, esta forma de obesidad trastornaba gravemente el metabolismo de la persona afectada.
Vemos constantemente que la ciencia aporta nuevos conocimientos sobre importantes problemas de salud, y que dichos conocimientos parecen desaparecer una vez terminado el ciclo de noticias. Pero después del bombo publicitario viene la incubación de nuevas estrategias que podrían acabar haciéndose un hueco en la práctica médica.
En el terreno específico de la obesidad, creo que llamar la atención sobre los importantes cambios que produce en el metabolismo proporciona una sensación de urgencia. Este trabajo aporta también una nueva forma de medir las repercusiones perjudiciales de la obesidad y de cribar las poblaciones para determinar quiénes podrían beneficiarse más de la participación en ensayos clínicos de nuevos fármacos. En esto se incluyen individuos delgados con un metaboloma insalubre, pero que no son conscientes de su estado de salud y a quienes les beneficiaría una intervención preventiva.
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