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El repunte del odio en Europa representa una advertencia muy seria.
Tumbas judías profanadas en Herrlisheim, en Francia, en diciembre. SEBASTIAN BOZON AFP / GETTY
El antisemitismo es el indicio más claro de una sociedad minada por el odio. Su subida en Europa revela una enfermedad, pero es también el síntoma de algo más profundo y terrible, la ignorancia del pasado. Todas las formas de racismo son condenables, pero desgraciadamente es posible saber con certeza cuáles fueron las consecuencias del viejo odio a los judíos: el mayor crimen de la historia. Los responsables del Memorial Auschwitz difundieron hace poco el siguiente mensaje a través de sus redes sociales: “Cuando miramos a Auschwitz vemos el final de un proceso. Hay que recordar que el Holocausto no empezó en las cámaras de gas. El odio se generó gradualmente a partir de palabras, estereotipos y prejuicios mediante la exclusión legal, deshumanización y una escalada de la violencia”. La exposición sobre el campo de exterminio nazi que se ha podido ver en Madrid durante casi dos años insistía en ese mismo aspecto: en la aparente trivialidad del mal cuando surge, en la repetición de clichés que acaban convirtiéndose en crímenes.
Los datos sobre lo que está ocurriendo no pueden ser más preocupantes. El Gobierno francés anunció esta semana que los actos de antisemitismo (insultos, amenazas, agresiones y homicidios) han subido un 74% en 2018, después de dos años de bajada. Un amplio sondeo de la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales entre los judíos de 12 países revelaba que un 85% creía que la situación había ido a peor en los últimos años.
No se trata solo de la ultraderecha, de radicales islámicos o de movimientos difícilmente definibles desde el punto de vista ideológico como los chalecosamarillos. El problema es que su normalización ha llevado a Gobiernos como el del húngaro de Viktor Orbán a lanzar campañas contra George Soros, que recuperaban los tópicos más siniestros del odio a los judíos. Esta situación solo se puede revertir desde la vigilancia y la educación. Mientras tanto, los países tienen la obligación de combatirlo con todos los medios a su alcance y también de señalar a todos aquellos que no lo hagan.
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