Toni Montesinos
Se publica la biografía, en forma paralela, de los dos militares que se enfrentaron y admiraron mutuamente en la Segunda Guerra Mundial
Montgomery y Rommel convirtieron el norte de África en un tablero de ajedrez para sus fuerzas acorazadas / Gtres
Entre finales del siglo I y principios del II, Plutarco escribió sus célebres «Vidas paralelas», con las que pretendió, de forma tan amena como rigurosa, acercar las biografías de grandes personalidades del mundo griego y romano mediante una estructura paralela formada por parejas a raíz de alguna semejanza. Así, comparaba a un personaje griego con otro romano, intentando sacar de ellos alguna enseñanza moral tras exponer el contexto sociopolítico que protagonizaba cada uno de ellos. Pues bien, esa forma de enfocar la trayectoria de determinadas personas influyentes en la historia ha sido la elegida por Peter Caddick-Adams para su libro «Monty y Rommel. La biografía de los dos grandes generales europeos de la Segunda Guerra Mundial» (traducción de Joan Eloi Roca), que acaba de publicarse por parte de Ático de los Libros y que, en su versión inglesa original, tuvo el subtítulo de «Vidas paralelas».
En dicha editorial, este profesor de Estudios Militares y Seguridad en la Academia de Defensa del Reino Unido, especializado en análisis militar, doctrina, liderazgo y campos de batalla, ya publicó la obra «Montecasino» en el año 2017, en el que analizaba una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial, al participar en ella diez ejércitos de todo el mundo que, además de las vicisitudes de toda contienda armada, debieron afrontar un clima terrible e incluso una erupción volcánica. En aquella ocasión, Caddick-Adams relataba la lucha, durante cuatro meses, por hacerse con la monumental abadía que dominaba la ruta de acceso a Roma, dando un libro en el que de forma pormenorizada y vívida se podía sentir el enfrentamiento entre los Aliados y la Alemania nazi a partir de material inédito y testimonios que él mismo había recogido en persona.
Nos hallamos, pues, ante un experto en estas lides: el autor fue el historiador oficial de la OTAN en Bosnia durante los años 1996-1997 y el del Reino Unido durante la guerra de Irak de 2003; también, soldado y reservista, y vivió de cerca las guerras de los Balcanes, Irak y Afganistán. Al fin, su trabajo sobre el terreno en más de cincuenta campos de batalla le ha llevado a construir una serie de investigaciones que abarcan un gran espectro de la historia militar, desde el Imperio romano hasta la actualidad.
Un retrato del rival
Destaca, no obstante, el periodo de la Segunda Guerra Mundial, en el que el autor brilla especialmente gracias a trabajos como este «Monty y Rommel», que brinda una historia en verdad curiosa sobre las vidas de dos generales que tuvieron muchas concomitancias y que, pese a estar en bandos opuestos, se profesaron respeto y hasta admiración: «Nunca se conocieron, pero Rommel prestaría homenaje a la habilidad de Monty. Mientras interrogaba a un oficial británico tomando el té en mayo de 1944, Rommel preguntó por “su viejo amigo, el general Montgomery”», leemos en las páginas del prólogo.
Por su parte, Montgomery, además de bautizar a uno de sus perros y a un caballo con el nombre de su enemigo, «tenía el retrato de Rommel colgado en su propia caravana de combate “para comprender lo que lo impulsaba”». Es más, Monty llegaría a decir que le hubiera gustado hablar con Rommel de la batalla de El Alamein, pero el alemán ya estaba muerto.
Se está refiriendo con ello a la batalla en la que Monty derrotó a Rommel, a finales de 1942, y que marcó un punto de inflexión de la guerra en el norte de África; Montgomery, al mando del VIII Ejército británico, con su victoria anuló el afán que tenían los alemanes por hacerse con Egipto, por entonces protectorado británico, así como por controlar el canal de Suez y los pozos petroleros de Medio Oriente.
Este acontecimiento, que provocó que los derrotados tuvieran que retirarse de toda la costa africana y que muchos soldados germanos fueran atrapados en Túnez, reportó una gran fama al general. Erwin Rommel, en efecto, ya estaba muerto cuando Monty pronunció esas palabras, pues fue obligado a suicidarse ingiriendo veneno, al ser sospechoso de haber participado en un complot para asesinar a Hitler en julio de 1944, tras desobedecer en varias ocasiones al Fhürer con respecto al trato dispensado a los prisioneros y a los judíos. Por su parte, Bernard Law Montgomery disfrutó de una vida larga y falleció en 1976.
Estas vidas paralelas las irá conociendo el lector de la primera a la última página, y es que, ciertamente, las concomitancias entre uno y otro son abundantes. Como dice Caddick-Adams, nacieron casi el mismo día, con solo cuatro años de diferencia, y ambos fueron heridos y condecorados con pocos tiempo diferencia en 1914. Además, «eran “advenedizos” en muchos sentidos: ninguno procedía de familia con tradición militar, y habían nacido en provincias lejos de la capital: Úlster y Suabia. Sus vidas correrían paralelas, combatirían como comandantes de división en bandos enfrentados en 1940, luego dirigirían sus respectivos ejércitos durante grandes batallas en el norte de África y Normandía, lo que hizo que ambos ascendieran al vertiginoso rango de mariscal de campo». Incluso desde el punto de vista físico y familiar, y de hábitos personales, tenían coincidencias: «Enjutos y de baja estatura, procedían de familias numerosas, pero ambos tuvieron hijos únicos el mismo año, 1928. Los dos eran notablemente ahorradores en su ámbito doméstico y ninguno particularmente sofisticado. Sus vidas giraban en torno a su trabajo, que ambos antepusieron a la familia».
Lo más interesante, con todo, es comprobar cómo tales nexos comunes se desarrollaron hasta hacer de ellos verdaderos líderes, a menudo enfrentados a sus superiores o colegas extranjeros y aliados –Monty no soportaba a Eisenhower, por ejemplo, y discutió con otros generales y políticos; a Rommel tal cosa le costó la vida–, y siempre tan ariscos como motivadores.
Primeras batallas
Preferían a los soldados que a los cargos superiores, y hasta «se convirtieron en faros de esperanza para sus respectivas naciones y en líderes icónicos para sus tropas». Su gran inteligencia en la estrategia militar se reflejaría en diversos escritos: manuales tácticos y diarios durante la Segunda Guerra Mundial que estaba previsto que se publicaran tras la guerra. Rommel había alcanzado la gloria pronto, cuando ganó la cruz de hierro en 1914 por capturar 1.500 enemigos con cinco soldados, en la Gran Guerra; Monty también intervino en esa contienda, pero fue herido y pasó ese periodo como oficial a cargo de la formación de soldados, en lo cual se hizo un nombre de prestigio.
Este perfil de figuras controvertidas y audaces se respira en el libro de Caddick-Adams, tanto en lo que respecta al Zorro del Desierto (el mote que Goebbels le puso a Rommel) como al individuo que pretendió llegar a Alemania a través de Holanda, en una operación que le costó a la 1ª División Aerotransportada Británica (los valientes «Red Devils») quince mil bajas, como ha explicado el historiador británico Anthony Beevor en «La batalla por los puentes» (Crítica, 2018). En estas páginas se podía seguir la tozudez de un Montgomery que, en su control obsesivo por llevar a cabo todas las operaciones militares a su manera, se negó a hacer un plan de ataque coordinado con el comandante del Primer Ejército Aerotransportado Aliado, algo que había sido una orden expresa de Eisenhower.
Seguramente, su afán por triunfar en solitario pesó demasiado, con nefastas consecuencias para su bando; un asunto del que Beevor habló en los pasajes dedicados a explicar que Monty padecía el síndrome de Asperger –un dato que ya sugirió en su libro «Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler» (Crítica, 2015)–, lo que le hacía centrarse únicamente en sí mismo, deso-yendo cualquier consejo que viniera de los demás.
Sin embargo, estamos ante unos soldados que casi parecían de acero. Ambos estuvieron en excelente forma física siempre, relata Caddick-Adams, apenas probaron el alcohol, sobrevivieron a graves accidentes y no temían estar en primera línea de combate, pero sobre todo demostraron una actitud vencedora: «Tanto Monty como Rommel poseían grandes reservas de determinación a las que podían recurrir para fortalecerse mentalmente; ninguno de los dos se rindió nunca». Y fue tal su forma de entender el belicismo y analizar al enemigo, de motivar a las tropas cuando andaban desmoralizadas antes la opresión de sentirse que podían morir o salir derrotadas, que aparte de célebres generales hoy son un referente para los gurús del liderazgo empresarial.
Montgomery: «Con el corazón fuerte y con entusiasmo hacia la victoria final»
El autor habla de que los dos generales, Montgomery y Rommel, fueron sobre todo ases de la comunicación: eran hijos de un clérigo y de un profesor, y no en balde. Monty, en concreto, demostró una gran psicología y habilidad a la hora de encararse con los soldados para insuflarles coraje. Fue el caso de un mensaje «lleno de terminología bíblica y cinegética, apropiada para el hijo de un obispo que además era un buen jinete». La ocasión fue el desembarco de Normandía, la operación que dirigió junto a Eisenhower, y en ese mensaje personal del comandante en jefe para ser leído en público a todas las tropas, Monty dijo que iban a «asestar al enemigo un golpe fenomenal en Europa Occidental». Enviaba «en la víspera de esta gran aventura mis mejores deseos a todos los soldados del equipo aliado». Estaba convencido de que se le había concedido «el honor de dar un golpe en nombre de la libertad que perdurará en la historia y, en los mejores días que están por venir, los hombres hablarán con orgullo de nuestras gestas». Y acababa arengando a que, «con el corazón fuerte y con entusiasmo por el reto, avancemos hacia la victoria».
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