Óscar Gutiérrez
La muerte en Somalia de un empleado de una compañía emiratí a manos de Al Shabab da una pequeña pista de la batalla de grandes potencias como China, EE UU y las monarquías del Golfo por controlar los accesos al mar Rojo.
Fuerzas de seguridad somalíes examinan el lugar en Mogadiscio en el que al Shabab explotó un coche bomba en julio. SADAK MOHAMED ANADOLU AGENCY
El maltés Paul Anthony Formosa, de 52 años, se dirigía en la mañana del pasado 4 de febrero, como cada día, a su puesto de trabajo en el puerto somalí de Bosaso. Era gerente en una unidad de producción de la firma P&O Ports, responsable de una millonaria concesión portuaria en esta ciudad de Puntland, Estado semiautónomo en el noreste de Somalia. Dos individuos, haciéndose pasar por pescadores, se acercaron a él a punta de pistola y le descerrajaron varios tiros. Formosa murió de las heridas en el hospital. Abdiasis Abu Musab, portavoz del grupo yihadista somalí Al Shabab, asumió en nombre de la organización el asesinato en un comunicado: "Este ataque forma parte de un plan mayor que tiene como objetivo a las compañías mercenarias que saquean los recursos de Somalia", decía la nota. Uno de los terroristas fue abatido; el otro, detenido. Sea o no mayor el plan de Al Shabab, el ataque, inusual en relación con su habitual modus operandi, deja una pequeña pista de la nueva gran batalla que se está disputando en las costas del Cuerno de África, frente al mar Rojo.
Formosa llevaba trabajando para P&O Ports en Bosaso desde agosto de 2017. Unos meses antes, en abril de ese año, esta compañía emiratí, subsidiaria del gigante DP World, con sede en Dubái, se hizo con un contrato por 30 años para la gestión y mejora del puerto, con una inversión estimada de 336 millones de dólares. En marzo de 2018, el Parlamento somalí prohibió a DP World seguir operando en el país por supuesta "violación de su independencia". No tanto debido a cómo la empresa trabajaba en Puntland, sino por lo que estaba pasando más al noroeste, en el puerto de Berbera, en Somalilandia. La región, autoproclamada independiente y por tanto en disputa, había dado luz verde a un proyecto inversor de DP World en el que Etiopía participaría con un 19%.
Pero Mohamed Abdullahi Farmajo, presidente de un país arrasado por el yihadismo, la sequía y la miseria desde hace casi tres décadas, no estaba como para imponerse por la fuerza, y los emiratíes han seguido a lo suyo en los dos puertos.
"Somalia se ha convertido en una especie de tablero de ajedrez", explica en un mail Elisabeth Dickinson, del centro de análisis International Crisis Group, "en el que cada actor se posiciona geoestratégicamente, con frecuencia siendo negligentes con las dinámicas locales". Este tablero, amplio, desde el mar Rojo al golfo de Adén, es sin duda paradójico: el 10% del comercio mundial pasa por allí, hasta un 2,5% del transporte del crudo; los soberanos de las costas reinan a duras penas en una de las regiones más pobres del mundo, lo que hace mayor la arremetida de las grandes potencias, entre ellas, China, Estados Unidos, Turquía y las monarquías del Golfo.
La antigua perla otomana de Suakin, en las costas de Sudán, sirve de ejemplo: una ciudad portuaria de unos 50.000 habitantes, olvidada, que ahora quieren reflotar Turquía y Qatar con inversiones millonarias. O más al sur, ya en Eritrea, en el puerto de Assab, desde donde de nuevo Emiratos Árabes Unidos planea llevar un oleoducto hasta Adis Abeba, en la vecina Etiopía, aprovechando el nuevo acuerdo de paz entre los dos países. Y, en fin, Yibuti, paradigma estratégico de la presencia extranjera en el Cuerno de África, con presencia militar de chinos, norteamericanos, franceses, saudíes...
"Hay incluso indicadores de la implicación de Rusia", señala en un correo Omar Mahmood, del think tank africano Instituto para el Estudio de la Seguridad (ISS, en sus siglas en inglés). "Los movimientos en el Cuerno son vistos como de suma cero, en los que cualquier cosa que hace un país, otro quiere contrarrestarla". Para Mahmood, es evidente, los más rápidos en este tablero de ajedrez son por el momento Turquía -con base militar, puerto e inversiones en programas sociales en Mogadiscio- y Emiratos.
Volvamos a Somalia. La historia del desencuentro entre Mogadiscio y Emiratos es el reflejo africano de la crisis abierta en el Golfo. El presidente somalí Farmajo ha visitado dos veces Qatar desde que accedió al poder, en febrero de 2017. Y Qatar ha comprometido fuertes inversiones en infraestructuras, educación y la administración del Estado. Todo esto en plena ruptura diplomática de saudíes y emiratíes con cataríes por su apoyo a los Hermanos Musulmanes. Esto es, Somalia tuvo que posicionarse. Al menos, el poder político, en favor del aliado Qatar, mientras regiones esquivas como Puntland o Somalilandia lo hacían por sus enemigos diplomáticos. "La disputa local en Somalia ha alcanzado un nuevo nivel gracias a la crisis de Golfo", prosigue Mahmood.
El efecto colateral de todo este juego puede ser devastador. En abril de 2018, las autoridades somalíes se incautaron de tres bolsas con 10 millones de dólares, llegados en un avión oficial emiratí. Ese dinero tenía como aparente destino el pago a soldados somalíes entrenados por Emiratos. Resultado: el rico país árabe cortó la cooperación militar con el Gobierno somalí, cerró un hospital que administraba y abandonó un centro de entrenamiento en Mogadiscio, del que fueron robados y vendidos en el mercado negro cientos de fusiles automáticos.
Y en medio del tumulto económico-diplomático en el Cuerno, Al Shabab y la muerte del empleado de P&O Ports, el maltés Paul Anthony Formosa. "Es un ataque algo inusual", apunta el analista de ISS, "queda por saber si es el comienzo de una tendencia, aunque ellos siempre están listos a atacar a extranjeros en Somalia si pueden". No pareció improvisado. "Le habíamos avisado pero hizo oídos sordos", dijo el grupo terrorista en su comunicado, "[Paul Anthony Formosa] estaba en Somalia de forma ilegal".
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