Juan Antonio Garrido Ardila
Recreación pictórica del encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma.
Hace unos días, el ministro de Cultura, José Guirao, señaló muy prudentemente que, entre las efemérides que se conmemorarán oficialmente en 2019 dentro del Plan de Acción Cultural en el Exterior, no se contempla el quinto centenario de la llegada de Hernán Cortés a México. "Es que allí ese tema es complicado", adujo.
No bien hubo desembarcado en Mesoamérica, Cortés entendió la realidad política de la región: los aztecas habían tiranizado a otros pueblos exigiéndoles altas tributaciones y sometiéndolos a sangrientos sacrificios. Mediante alianzas con civilizaciones como los totonacas y los tlaxcaltecas, victimizadas por la satrapía azteca, Cortés derrocó a éstos y se esmeró, como ha detallado Christian Duverger, en la construcción de una nueva sociedad, vertebrada por una administración moderna y sustentada en la agricultura. El objeto primero de ese nuevo orden social consistió, como el propio Cortés proclamase al rendir cuentas de la Conquista al emperador Carlos V, en la "conservación y perpetuación de los naturales".
Nacido en un tiempo en que el honor valía algo y los hombres soñaban con emular las hazañas que leían en los libros de caballerías, Hernán Cortés merece asimismo el reconocimiento de haber alcanzado la más fabulosa victoria militar de la Historia. Tras capear milagrosamente un ataque azteca según abandonaba Tenochtitlán, en la conocida como Noche Triste, Cortés se batió en retirada perseguido por un ejército de entre 100.000 y 200.000 mexicas. Aquel destacamento de 539 españoles y sus 800 aliados tlaxcaltecas, blandiendo espadas y picas, con apenas 20 caballos y siete arcabuces, derrotó a los ciento y pico mil guerreros mexicas. Obró Cortés la victoria en Otumba merced al valor sobrehumano suyo y de sus hombres.
Y todo lo relatado es «tema complicado», por volver a las palabras del ministro de Cultura, meramente porque algunos, desde Diego Rivera al escritor Carlos Fuentes, se han obcecado en demonizar a Cortés pintándolo como protervo azote de los pueblos mesoamericanos. Al recoger en 1992 un premio en la UIMP, Fuentes -que se llamaba como el emperador a quien sirvió Cortés y que escribió sus obras en español, y no en ninguna de las 60 lenguas amerindias de México- nos reprochó que la Conquista sumió a las poblaciones nativas en una "desesperación cultural" que acabó por diezmarlas.
Antes al contrario, las etnias mexicanas se conservaron, puras o mestizadas, tal como Hernán Cortés prometió a Carlos V. Los estudios producidos en tiempo de la independencia indican que al menos el 50% de la población mexicana era indígena, y el 20%, mestiza, datos que refutan a quienes, como Fuentes, acusan a Cortés y a los españoles de aniquilar a los pueblos indígenas. Según la Encuesta Interracial de 2015, el 23% de los mexicanos se considera indígena o descendiente de indígenas. Compárese con países del continente como Canadá, donde menos del 6% de la población actual desciende de nativos, y Estados Unidos, donde la cifra no alcanza el 2%. En reconocimiento a la ascendencia indígena de su pueblo, el gran intelectual mexicano José Vasconcelos proclamó el carácter eminentemente mestizo de éste, y Manuel Gamio pidió el reconocimiento de las comunidades indígenas.
Sopesemos, igualmente, que la Conquista no debiera reputarse de tema más "complicado" que otras invasiones de la Historia. Por ejemplo: la de los antiguos romanos, que mermaron la cultura de los pueblos celtíberos y que, como han demostrado desde Antonio García Bellido a José María Blázquez, extrajeron de Hispania más oro y plata que de ningún otro territorio; la de los visigodos que se repartieron España merced al Codex Euricianus; la de los árabes que invadieron la Península Ibérica y que, como argumenta Darío Fernández Morera en The Myth of the Andalusian Paradise, establecieron un brutal régimen de terror; o la de los franceses que en 1808 nos embaucaron para ocupar España, destruir edificios históricos sinnúmero y expoliar nuestro patrimonio artístico.
Y jamás hemos entendido esas influencias exteriores como "temas complicados". Nuestro original sustrato celta e íbero se cruzó con sucesivos pueblos invasores o inmigrantes, fundamentalmente con romanos, visigodos y judíos. En la densa riqueza étnica de nuestra sangre radica la grandeza de nuestro genio. Siempre que hablo con amigos irlandeses les recuerdo que los españoles somos celtas como Viriato. Cuando impartía clases en Suecia, explicaba a mis alumnos que los españoles somos suecos por visigodos, como Ataulfo o el gran Leovigildo. A los italianos les inculco que Roma es la madre patria de España y que los españoles somos medio romanos. Y a mis amigos judíos de varias nacionalidades les repito que ser español es ser en buena parte judío, como lo eran desde Fernando de Rojasa Mateo Alemán, por citar sólo dos nombres.
"De la Conquista nacimos todos nosotros", lamentó Fuentes. Y de esas otras conquistas nacimos los españoles, que somos en mayor o menor proporción íberos, celtas, romanos, visigodos y judíos, florido mestizaje del que nos enorgullecemos. Hoy por hoy, el verdadero "tema complicado" no es otro que articular efectiva y cabalmente la defensa de nuestra Historia, en España y en el exterior. En el caso que nos ocupa: resaltar el amor de Hernán Cortés por México, sus méritos y su diplomacia como militar y gobernante, amén del hecho de que a españoles y mexicanos nos hermanan lazos de sangre. Es decir, como resaltó en 2015 el entonces presidente de México Enrique Peña Nieto al recibir a nuestros Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, apelar a "la historia que nos hermana". Por ello, Cortés merece la conmemoración de sus egregios méritos, en México y en España.
En 2017, Felipe VI, con motivo de un viaje de Estado al Reino Unido, pronunció un discurso ante el Parlamento británico en un inglés de hermosas cadencias y engalanado de la prestancia del más refinado gentleman. Y allí, antes de mentar el tema complicado de Gibraltar, se presentó a las élites inglesas como descendiente de la reina Victoria. Aprendamos de nuestro Rey que la Historia es forjadora de nexos de consanguineidad que robustecen las razones de la diplomacia.
J. A. Garrido Ardila es filólogo e historiador. Su biografía de Hernán Cortés se contiene en su libro Sus nombres son leyenda. Españoles que cambiaron la Historia (Espasa, 2018).
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