Michael Stürmer
El proyecto de gasoducto Nord Stream 2 que atravesará el mar Báltico enfrenta a la UE y la OTAN. El debate se centra en el equilibrio político y militar, así como en el grado de dependencia de Europa frente a Rusia.
Vladímir Putin, durante una ceremonia militar en al sur de Moscú. ALEXANDER ZEMLIANICHENKO AFP
En la última reunión celebrada entre Angela Merkel y Vladímir Putin, los líderes conversaron sobre Siria y Ucrania Oriental, aunque también figuraba como punto destacado en la agenda el tema Nord Stream 2. Un consorcio formado por Gazprom y varias empresas de Alemania, Holanda y Francia tiene previsto tender bajo el mar Báltico un segundo gasoducto entre Rusia y Alemania, que se sumará al ya existente. El proyecto ha tropezado con la firme oposición de Ucrania, que no está dispuesta a perder sus derechos de tránsito sobre el gas procedente de Rusia. Al igual que Donald Trump, Polonia y los países bálticos critican el proyecto porque temen que podría generar una dependencia excesiva del gas ruso por parte de la UE.
El debate gira en torno al equilibrio político y militar, aunque no es el único tema que suscita controversia. Para Europa gira, primero y ante todo, en torno a estas dos opciones: gas natural ruso a través de un gasoducto desde Siberia Occidental, o gas natural licuado (GNL) procedente de EE UU mediante fractura hidráulica o por transporte marítimo, siendo este significativamente más caro. Europa va a seguir necesitando proveerse de ambas fuentes durante muchos años. Los gasoductos actuales como el Nord Stream 1 ya rinden a su máxima capacidad.
“Todo depende del precio del crudo”, asegura Putin. El tendido de Nord Stream 2 y su conexión a la red habilitaría técnicamente al Kremlin para reducir e incluso cortar los ingresos por importe de miles de millones que Ucrania recibe en concepto de derechos de tránsito y de los que tanto depende. ¿Qué valor puede concederse a las promesas rusas de que esto nunca va a suceder? Las crónicas de la Guerra Fría demuestran que el Kremlin siempre ha sabido separar la política de la economía: no importa lo heladas que estuvieran las relaciones, el gas siempre llegaba a quienes lo habían pedido.
Entretanto se han producido numerosos acontecimientos, aunque la geografía y la geología siguen teniendo la misma consideración. “Poder” es el quid de la cuestión. No obstante, detrás de este poder, y mucho más allá de las fronteras establecidas en 1991, lo que está en juego es el perfil político y económico de Europa del Este y, dentro del mismo, el futuro de Ucrania en particular: ¿parte de la zona de influencia de Rusia o estribaciones de la UE, con reaseguro en EE UU? La anexión de Crimea y la pequeña guerra en Ucrania Oriental demuestran que Moscú aún no ha dicho la última palabra. La economía rusa, afectada por las sanciones impuestas por la política llevada a cabo en Ucrania, Crimea y Siria, necesita asegurarse los ingresos procedentes del negocio del crudo. Putin es predecible en lo que al petróleo se refiere. China, en calidad de mercado alternativo de consumo para Siberia Occidental, solo puede considerarse de momento como una opción a largo plazo; de entrada, por motivos de distancia y, además, por los elevados costes que implicaría. Y cuando resulta difícil negociar hasta con los propios socios de Europa Occidental, conscientes del respaldo por parte de EE UU, las dificultades se acentúan aún más en el caso de los chinos, que no se andan con sentimentalismos a la hora de abastecerse de energía en cualquier lugar del mundo.
Todo es muy complicado, y casi todo está conectado a casi todo. El GNL estadounidense compite en los mercados con el gas natural ruso; y ambos, a su vez, con las grandes fortunas de la región del Golfo. Si sube el precio del crudo, baja el del gas natural y el transporte se abarata, las opciones de ganar las elecciones al Congreso en otoño aumentan para Trump. Occidente podría contemplar y aprovechar el juego de las fuerzas del mercado de forma más relajada, si los gasoductos y la geografía del gas natural no hiciese caer al Kremlin, una y otra vez, en la tentación de mostrarle a Ucrania su debilidad, dependencia y condenación geográfica.
No puede descartarse que Putin finalmente aproveche estas debilidades para revertir las consecuencias del gran cambio de 1989/1991 (en su opinión, el mayor desastre geopolítico del siglo XX). Tampoco podemos afirmar que la UE y la OTAN hayan logrado forzar una estrategia pacificadora y sostenible a largo plazo en lo que a Ucrania se refiere. Se requiere cierto arte de gobernar. Un bien escaso, ya sea en Washington, Berlín, Bruselas o Moscú.
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