I. Viana
Unos sesenta aviones americanos lanzaron sobre la capital de Checoslovaquia más de 150 toneladas de bombas, el 14 de febrero de 1945, y se justificaron después diciendo que habían confundido la ciudad con Dresde.
Imagen del bombardeo de Praga, el 14 de febrero de 1945
Se cuenta que Hitler, el mismo que arrasó ciudades como Varsovia y Stalingrado, jamás se atrevió a bombardear Praga por el embrujo que le producía. Y eso que amenazó con ello a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, cuando convirtió la capital de Checoslovaquia en uno de sus objetivos principales. «Praga se convertirá en escombros y cenizas en dos horas. Centenares de bombarderos esperan la orden de despegar, que será emitida a las seis de la mañana si usted no firma», aseguró el mariscal Hermann Göring al anciano presidente checo, Emil Hácha, el 13 de marzo de 1939 después de que este se negara a ayudar a los nazis.
Hácha confesó posteriormente que Göring le pareció un energúmeno capaz de arrasar la ciudad y matar a todos sus habitantes, hasta el punto de que, tras escuchar la amenaza, sufrió un ataque al corazón. Tuvo que ser atendido allí mismo por los médicos nazis y, al recuperarse, aceptó la rendición de Hitler para evitar un derramamiento de sangre.
Hácha pidió a su población que, por favor, no se resistiera a la entrada de los alemanes. Y en la noche del 14 al 15 de marzo de 1939, miles de tanques nazis entraban en Checoslovaquia mientras el Ejército checo permanecía en sus barracas. Hitler, incluso, se dio prisa y se alojó en el Castillo de Praga antes de que el presidente regresase de Berlín. La ocupación se prolongó durante los seis años de guerra y su capital vivió en relativa paz pensando que, al menos, había evitado la masacre. Pero nada más lejos de la realidad, porque cuando tan solo quedaban unos meses para la derrota de Hitler, los Aliados bombardearon la capital indiscriminadamente, causando una de las mayores matanzas de civiles durante la Segunda Guerra Mundial en el Protectorado de Bohemia y Moravia. ¿Por qué? Por error, dijeron.
«Sale el humo de las viviendas y las escuelas»
«Ayer entendimos plenamente el sentido de la palabra “terror”. Lo entendimos y lo vivimos, nosotros que nos negábamos a creer que tal horror y tal desgracia podría caernos también a nosotros. En Praga aún no se han apagado los incendios. Aún sale el humo de las viviendas, las escuelas, las iglesias y los hospitales», comentó un locutor de la radio checa en la mañana del 15 de marzo de 1945, aún con el cuerpo paralizado por el miedo y la destrucción.
Un total de 62 aviones B-17 del Ejército estadounidense acababan de arrojar sobre la capital checa más de 150 toneladas de bombas. En apenas cinco minutos, los transcurridos entre las 12.35 y las 12.40 horas, Praga se convirtió en un infierno. Los primeros cráteres aparecieron en el barrio occidental de Smíchov. Los proyectiles cayeron después sobre el sector comprendido entre el convento de Emaús y la estación principal de ferrocarril. El resto de los explosivos fue arrojados sobre el barrio residencial de Vinohrady. En total: 700 muertos, 1.200 heridos, 90 casas aplastadas con sus familias dentro, más de 1.700 dañadas seriamente y un montón de monumentos medievales destrozados innecesariamente. La ciudad ya no representaba ningún peligro, puesto que los nazis estaban de retirada con los soviéticos a punto de entrar para liberarla.
Casi 70 años después, el trágico ataque sigue suscitando discusiones entre los historiadores: unos creen la versión dada por los pilotos americanos, que alegaron haber confundido Praga con la ciudad alemana de Dresde, mientras que otros defienden que no hubo tal error, que fue un bombardeo intencionado que podría ser calificado de crimen de guerra.
Los mandos nazis habían realizado una ruidosa campaña de propaganda para advertir a la población de la presencia de «piratas aéreos norteamericanos», pero los checos, hartos del Tercer Reich, no les prestaron mucha atención. Los praguenses habían escuchado sonar las alarmas muchas veces a lo largo de la guerra y nunca pasaba nada, así que, el 14 de febrero, paseaban tranquilamente por la calle. Tenían la sensación de que ya nada podía ocurrirles con la Alemania nazi agonizando. Incluso salieron a la calle corriendo cuando escucharon acercarse los aviones americanos para verlos mejor, sin imaginar que les iban a lanzar miles de bombas.
«Estaba paralizada»
«Estaba cerca del hospital. Me encontré con socorristas. Lo que llevaban no era un nudo de trapos, sino un hombre. Una madre herida llevaba en brazos a un bebé recién nacido envuelto en mantillas. Vi a una anciana pegada a una pared. Estaba paralizada. Crucé una calle y vi que a la derecha estaba ardiendo el Monasterio de Emaús. Corrí hacia el malecón. En ese momento se estaba derrumbando el tejado de la catedral. El reloj marcaba la hora del ataque: 12 horas 32 minutos. Entonces se paró», contaba otro testigo en la misma radio al día siguiente.
La explicación dada por las Fuerzas Aéreas Norteamericanas fue que sus aviones B-17 se vieron azotados por fuertes vientos hasta desviarlos unos 120 kilómetros de su destino original: Dresde. En la ciudad germana los bombardeos habían empezado el día anterior, 13 de febrero, y se prolongaron hasta el día 15. Como ambas poblaciones están cruzadas por un río que dibuja varios meandros, el comandante aliado ordenó arrojar los proyectiles convencido de que estaba en Alemania.
«Se trató de un trágico error, de una equivocación, que en una guerra suele ocurrir muy a menudo», defiende Mark Burns, en una declaración recogida por Radio Praha en 2015. El historiador norteamericano aseguraba que esto se debió a que ambas ciudades tienen prácticamente la misma superficie y unas vías de ferrocarril parecidas (la de Praga-Pilsen y la de Dresde-Meissen), además de unos cursos fluviales similares. Explicaba también que los radares del navegador principal de la escuadra yanqui, así como la de su sustituto, fallaron. Y añadía que, además, era un día relativamente nublado y los pilotos no pudieron orientarse correctamente con el paisaje.
Un Praga intacta
Uno de los argumentos principales usados para defender la teoría contraria es que resultaba imposible que los pilotos confundieran desde el aire ambos sitios. Debían ser conscientes, aseguran, de que Dresde estaba ya arrasada por los ataques del día anterior, mientras que la Praga sobre la que volaban debía estar intacta. La urbe germana, a 150 kilómetros de distancia, había sufrido ya el castigo desproporcionado por parte de los Aliados. Un ataque que había respondido a la necesidad de castigar a Hitler y causar el mayor daño posible a la población más grande de Alemania que quedaba sin bombardear. Las fuentes sitúan la cifra de muertos entre las 40.000 y las 22.700. Aún se discute si esta masacre es, como en Praga, un crimen de guerra, pero lo que está claro es que el 14 de febrero Dresde estaba arrasada y la capital checa tenía todos sus edificios en pie. De hecho, esta última sufrió más por el hecho de que, curiosamente, la mayoría de sus bomberos se habían dirigido a la ciudad germana para ayudar en labores humanitarias.
El historiador praguense del Instituto de Historia del Ejército Checo, Jirí Rajlich, comentaba a la misma Radio Praha que, durante mucho tiempo, creyó la teoría del error humano defendida por muchos investigadores, pero que las evidencias le han demostrado lo contrario. «Por eso creo que escogieron Praga como un blanco suplementario. En concreto, la estación principal de ferrocarril y la de Smíchov».
Otras teorías apoyan que los norteamericanos escogieron previamente la capital de Checoslovaquia para bombardearla, con el objetivo de evitar que las grandes empresas industriales –responsables de proveer de armas a los nazis– cayeran en poder de los soviéticos. «Aunque nunca he encontrado documentos de las Fuerzas Aéreas Norteamericanas ni de los Aliados que marquen Praga como blanco de un bombardeo, es verdad que los Aliados habían planeado un ataque a las fábricas checoslovacas que nunca se realizó. También los comandantes estadounidenses planificaron un bombardeo a Praga para el 30 de octubre de 1944, pero finalmente las condiciones climáticas lo impidieron. El único ataque planeado por los norteamericanos surgió el 25 de marzo del mismo año y debía afectar a los barrios de Liben y Vysocany, que eran en estos donde se fabricaba un tipo de tanque», comentaba a Radio Praha el comisario del Museo Técnico Nacional de Praga, Michal Pleva.
Se tardó décadas en reconstruir las zonas bombardeadas de la ciudad. Algunas obras se finalizaron el año pasado. Aún así, los Aliados apenas difundieron la noticia del ataque. La nota de la agencia Efe recogida por los diarios españoles solo apuntaba que «los edificios históricos de Praga han sufrido daños en el último bombardeo aéreo sufrido por la ciudad». No especificaba quién había lanzado las bombas ni los centenares de fallecidos. Algunos cadáveres no serían encontrados hasta treinta años después, como ocurrió en un sótano en el barrio de Vinohrady, donde aparecieron los restos mortales de 23 personas a mediados de los 70.
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