Manuel P. Villatoro
Miguez Ezquerra concedió una entrevista en 1982 en la que afirmó que el «Führer» le condecoró antes de suicidarse por «el valor probado por usted y su unidad» en la defensa de Berlín.
Hitler, durante sus últimos días frente al búnker de Berlín
La marcha de la División Azul a la URSS para combatir el comunismo es un hecho conocido a nivel popular. En los últimos años han empezado a resonar contiendas como la de Krasny Bor o el cruce del lago Ilmen. Dos gestas que (más allá de que se considere a estos hombres héroes o villanos) demostraron la resistencia hispana en batalla. Sin embargo, lo que los libros suelen olvidar es que, después de que aquellos voluntarios arribaran de nuevo a España, un solo hombre atravesó la frontera con Francia, se unió a las SS y recibió el encargo por parte de los nazis de crear una unidad de combatientes hispanos. Aquel curioso personaje era Miguel Ezquerra, un aragonés que, según narró en sus memorias, defendió el búnker de Adolf Hitler durante la ofensiva final de los soviéticos en Berlín.
Si se analizan pormenorizadamente, sus proezas son más propias de una película de Hollywood que de la vida real. Sus memorias, escritas tras la Segunda Guerra Mundial, hablan de la infinidad de carros de combate T-34 soviéticos que cayeron ante los «Panzerfaust» de los últimos españoles que defendieron el «Führerbunker» en 1945. También explican, por ejemplo, el increíble periplo de este soldado para regresar hasta España, un viaje digno de Homero y su «Odisea». Pero Ezquerra no se hizo famoso por escribir su biografía en «Berlín, a vida o muerte». Ni mucho menos. Lo que le hizo saltar a la fama fue una entrevista concedida a la revista Interviú en 1982 en la que, sin moderación alguna, desveló que había creado una unidad al más puro estilo de los «Malditos bastardos» de Quentin Tarantino.
Tal y como explicó en la mencionada entrevista, tras unirse a los nazis descubrió que «el objetivo de las SS era formar un grupo de españoles de los que pudieran servirse para operaciones especiales». Aunque esa finalidad cambió de forma drástica tras el Desembarco de Normandía. El 6 de junio de 1944 la mayor operación terrestre, naval y aérea de la historia hizo que sus hombres (conocidos como la «Unidad Ezquerra») fueran trasladados hasta Francia y comenzaran otro tipo de lucha. A partir de entonces fueron unos de los muchos tentáculos de las SS dedicados en cuerpo y alma a evitar el avance aliado hasta Alemania. Acabaron sus días defendiendo al líder nazi en su último reducto mientras los carros de combate soviéticos asolaban Berlín.
Curiosos inicios
El periplo del aragonés Miguel Ezquerra (nacido en Huesca allá por 1913) como oficial español en el ejército nazi comenzó después de que la División Azul y la Legión Española de Voluntarios (posterior a la primera) regresasen a nuestro país repatriadas por el gobierno. A partir de entonces, y al menos a nivel oficial, Francisco Franco cerró las fronteras y prohibió que ningún soldado se uniera a las filas germanas. Con la decadencia del nazismo, su objetivo era calmar los ánimos y evitar sacar de quicio a norteamericanos e ingleses, cuya victoria parecía solo cuestión de tiempo según avanzaba la década de los cuarenta. Sin embargo, nuestro protagonista (al igual que tantos otros), convencido de que debían luchar por el Reich, prefirió saltarse las normas y atravesar la frontera.
Según desveló a Interviú, «los pasos de la frontera estaban vigiladísimos» y «había que pasarlos clandestinamente o a la brava». Él eligió el segundo método. Ezquerra se dirigió a Francia a través de Irún. «Me acerqué al Guardia Civil que estaba de puesto y le coloqué mi pistola en los riñones mientras le decía: “Levanta las manos o te mato”». El sistema fue efectivo. El agente, conmocionado, no tuvo tiempo de sacar su arma antes de que el aragonés comenzase a correr y a disparar al aire para llamar la atenciones de los germanos que le observaban desde la lejanía. «Aquel fue mi mejor pasaporte», añadía. Así consiguió lo que quería, volver a luchar contra los hombres de Stalin. «Yo he sido y soy un ferviente anticomunista y se el daño que los comunistas pueden hacer a Europa», explicaba.
Todos los voluntarios españoles que lograron saltarse las restricciones franquistas fueron reunidos en dos unidades dentro de las Waffen SS (el brazo armado de las SS, en las que solían introducirse a los combatientes extranjeros que se unían al ejército nazi por una mera cuestión de comodidad). «El Alto Mando quería formar una unidad exclusivamente española. Había veteranos de la División Azul, de la Legión Azul, hombres provenientes de las brigadas de trabajadores de la Organización Todt... Aquello era una amalgama», explicó Ezquerra.
Tras un periplo por varias unidades, y siempre en palabras de Ezquerra, «un incidente» hizo que los germanos le enviaran hasta la frontera española para «coordinar y agrupar a todos los españoles que la pasaran para enrolarse en el ejército alemán». Allí, en San Juan de Luz, fue contactado por primera vez por un oficial de las SS que le envió, nada más y nada menos, que a entrenarse como comando a París. «Me enseñaron durante semanas todas las técnicas de sabotaje, transmisiones de radio, conocimiento de barcos, envío de mensajes cifrados, etc.». Según su opinión, el objetivo de los germanos era «formar un grupo de españoles de los que pudieran servirse para operaciones especiales, posiblemente en Sudamérica».
Defensa de Francia
Pero de poco le sirvió todo aquel entrenamiento. Al menos, no para viajar hasta Sudamérica. Y es que, cuando los aliados iniciaron el Desembarco de Normandía (el 6 de junio de 1944) Ezquerra fue puesto al mando de un centenar de españoles y enviado al norte de Francia para evitar el avance de las legiones lideradas por Eisenhower. A su vez, también pusieron a cargo del aragonés a «algunos franceses de Doriot (fascistas)» y a algunos soldados rusos díscolos. Unos combatientes estos últimos que el español definió como «unos hijos de Satanás» por su cobardía. Aunque sus instrucciones eran muy concretas (luchar hasta la muerte y evitar que los ingleses avanzaran hacia el interior del país), al final Ezquerra no tuvo más remedio que ordenar la retirada. «Entonces la unidad se desbandó», añadió en la entrevista.
Sin más ayuda y compañía que su fusil, Ezquerra llegó a la frontera alemana y se reenganchó como el rayo en el ejército germano. A partir de entonces fue enviado a un sinfín de países como Austria o Checoslovaquia. Así, hasta que dio con sus huesos en Berlín. Y fue precisamente en la capital del Reich donde el general Faupel (antiguo embajador de Alemania y director del Instituto Iberoamericano) le ordenó reclutar a todos los españoles que pudiera para crear una unidad que se enfrentara al invasor. El aragonés se convirtió entonces en un personaje similar al que interpreta Lee Marvin en «Doce del patíbulo». Y es que, mediante un salvoconducto emitido por Heinrich Himmler (líder de las SS) se dedicó a sacar a compatriotas de la cárcel para formar con ellos un grupo de renegados dispuestos a dejarse la vida por él.
Así lo confirmó el propio Ezquerra para Interviú: «He sacado españoles de todas partes, de las cárceles, de los campos de concentración. Cuando sabía que había algún español en apuros, allí iba yo, lo sacaba y, una vez en la calle, le daba a elegir entre unirse a mi unidad o marcharse».
Por su parte, los alemanes también le enviaron a todos los hispanos que hallaban desperdigados por el ejército alemán. «Los efectivos totales llegaron a alcanzar los 450 hombres», completó. De este grupo, el aragonés escogió a tres centenares y envió el resto a los Alpes para defender el « Nido del Águila», la residencia de verano de Hitler. La unidad incluyó también a soldados republicanos y hasta los máximos enemigos del «Führer». «¡Llegue a reclutar a para las SS a un judío sefardita que saqué del campo de Oranemburg!».
Combate a muerte en Berlín
El resultado de todo este reclutamiento fue la formación de la llamada «Unidad Ezquerra». En palabras del aragonés, ya con el grado de comandante de las SS lideró por primera vez a este grupo en la defensa desesperada que los germanos hicieron del río Oder. «El combate contra los tanques rusos fue terrible y sirvió para foguear a mis soldados», destacó en las declaraciones. Tras ser sobrepasados, fueron enviados a Berlín. La última fortaleza del «Führer»... O eso creían ellos ya que, cuando arribaron, las «vanguardias soviéticas ya habían llegado a los suburbios» y «aquello era horroroso».
Según el mismo Ezquerra, su unidad se especializó en acabar con los carros de combate soviéticos gracias a su experiencia como líder de un grupo anti tanque en la División Azul. Los nazis, sabedores de su valía, convirtieron a los soldados españoles en una fuerza de reserva capaz de sellar las brechas que se produjeran en el frente. «¡Vaya reserva! Cada vez que se abría una brecha o había una situación comprometida en el sector, allí nos mandaban. Actuábamos conjuntamente con una unidad letona de las SS», desveló.
El aragonés definió los combates contra los soviéticos como «una lucha cuerpo a cuerpo casi continua entre los escombros de las calles» y en los que, cuando oscurecía, «ya no sabías si matabas a los tuyos o los matabas a ellos». Sin embargo, su mayor enemigo siempre fueron los T-34, los carros de combate que el Ejército Soviético sacaba a docenas de las fábricas y con los que asaltó Berlín a sangre y fuego.
«Los tanques rusos aparecían por todas partes y aprendimos a destruirlos disparando desde los sótanos, a donde no llegaban sus armas por encontrarnos en su ángulo muerto», completaba Ezquerra. En sus memorias, el soldado afirmó que decenas de blindados volados a base de los temibles «Panzerfaust» (una suerte de «bazucas» de un único uso), aunque parece algo exagerado.
Ezquerra continuó su particular lucha contra la URSS incluso cuando Hitler se retiró al «Führerbunker». De hecho, allí fue donde, siempre según su testimonio, conoció al mismísimo líder nazi. Tal y como narra en sus memorias y en la mencionada entrevista, a finales de abril (poco antes del suicidio del dictador) un oficial de las SS acudió al frente y le pidió que le acompañara. Ambos recorrieron una infinidad de túneles y escombros hasta que accedieron al interior del último refugio del que, en su momento, había sido el hombre más poderoso de Europa. Tras entrevistarse de forma breve con el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, nuestro protagonista fue llevado a presencia del mandamás.
«Era un hombre de una personalidad tremenda. Eso que tantas veces se ha dicho de la extraña fuerza magnética que de su mirada, debo reconocer que era completamente cierto. Era como si hipnotizara. Tenía una mano extraña, grande y carnosa, y yo le encontré normal, con las preocupaciones lógicas del caso y cansado, como estábamos todos. A través del intérprete me dijo: “En recompensa al valor probado por usted y su unidad, le condecoro con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro y le concedo la nacionalidad alemana”. Yo me quedé como helado y le respondía agradeciéndole el honor que me hacía, pero renunciando a la nacionalidad alemana por cuanto la mía no la cambiaba por ninguna. Hitler sonrió, me dio la mano y nos despedimos».
Poco después, Hitler se suicidó junto a Eva Braun. Ezquerra trató de defender el sector que le había sido asignado en el Ministerio del Aire. Sin embargo, ante la caída del Reich intentó escapar con sus hombres hacia España. Lo logró, aunque las peripecias que vivió durante ese trayecto son dignas de otro artículo.
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