A. Rojo
La interpretación este fin de semana en el Auditorio de dos de los cuatro «Himnos de Coronación» de Händel bien pueden considerarse una ventana a un pasado luminoso del que quizá puedan obtenerse muy sabrosas lecciones.
Coronación de Jorge II en Westminster Abbey
Es preciso reconocer que, a pesar de haber sido enemigos nuestros infatigables durante siglos y a pesar de la apostasía en el XVI y la persecución que vino después, Inglaterra sigue siendo, muy en el fondo de su corazón, una nación cristiana hermana. Y esto se deja ver especialmente en la manera tan admirable que tienen de amar y hacer honor a sus tradiciones, señaladamente las que tienen que ver con su monarquía. En este sentido, la interpretación de dos de los cuatro «Himnos de Coronación» de Händel este fin de semana en el Auditorio bien pueden considerarse una ventana a un pasado luminoso del que quizá puedan obtenerse muy sabrosas lecciones.
Georg Friedrich Händel, ese alemán compositor de música italiana naturalizado en Inglaterra, escribió cuatro himnos para que fueran tocados durante la solemne ceremonia de coronación de Jorge II el 11 de octubre de 1727 en la Abadía de Westminster. Este lugar es desde hace siglos como la pirámide central de la memoria de Inglaterra ya que todas las ceremonias de coronación desde la conquista de Guillermo el normando en 1066 tienen lugar aquí, junto a las tumbas de todos los reyes y de todos héroes que ha dado esta noble nación. Por supuesto esta «abadía» ya no es una abadía. Ya no hay monjes sino clérigos más o menos protestantes al tratarse del templo central del anglicanismo bajo la directa protección del soberano. Pero hasta los tiempos de la apostasía de Enrique VIII lo fue, concretamente una abadía benedictina, una de las primeras en ser robadas por el rey (y sus nobles) en todo el país.
Pues bien, fue en esta preciosidad gótica, el citado 11 de octubre 1727, cuando se escucharon por primera vez los cuatro «Coronation Anthems» de Händel: Zadok, the priest (HWV 258), My heart is inditing (HWV 259), The king shall rejoice (HWV 260) y Let thy hand be strengthened (HWV 261). Por lo visto fue un completo desastre la coronación de Jorge II porque, por ejemplo, «Zadok», que estaba pensado para el momento en el que se unge al rey con el Óleo Santo, se cantó en un lugar que no era porque se habían olvidado de cantar otro de los himnos anteriormente. Pero poco importa porque desde entonces los cuatro himnos se han cantado en todas las coronaciones que han venido teniendo lugar desde entonces y miles de veces, además, en teatros y salas de conciertos de todo el mundo. Concretamente Zadok es casi un himno nacional británico junto a «Rule, Britannia!» y el oficial, «God save the Queen». Curiosamente cuando el monarca es un hombre se cambia el himno a «God save the King» pero Zadok no se cambia y siempre se canta «God save the King! Long live the King! May the King live for ever!» incluso cuando ocupa el trono una mujer, como ocurre actualmente. La razón es que se trata de un pasaje tomado de la Biblia, concretamente del primer libro de los Reyes donde se narra la unción del rey Salomón por Sadoc (el primer Sumo Sacerdote del Primer Templo) y -muy interesante detalle- también por el profeta Natán, que fue el que le echó en cara al rey David, padre de Salomón, su pecado con la mujer de Urías, el hitita.
Es conocido que Händel escribía de una determinada manera o de otra teniendo en consideración la cantidad y la calidad de los músicos que iban a interpretar su música. Poco puede sorprender que echara el resto con estas cuatro composiciones magistrales ya que sabía que tendría a su disposición todo el coro de la Capilla Real y, además, 47 cantores adicionales. La orquesta pudo estar compuesta de un total de 160 músicos, algo que pasaba en contadísimas ocasiones en aquel entonces. Fue también una oportunidad que tuvo Händel de demostrar su gratitud al rey que acababa de morir, Jorge I, que le firmó un decreto de naturalización poco antes de morir. Esto último no deja de tener su gracia porque los dos Jorges (el que acababa de morir, Jorge I, y el que se iba a coronar en Westminster, Jorge II, eran tan poco ingleses y tan alemanes como el propio Händel.
Se trata de una música que eleva el alma. Es fácil entender su tremenda popularidad y que se interpretara sin descanso en todas las repeticiones de la ceremonia de Jorge II que se realizaron en teatros de Londres y de todo el país para que el pueblo tuviera oportunidad de disfrutar, al igual que los pares del reino, del espectáculo. Ahora, sin embargo, las ceremonias de coronación -y las bodas- se televisan. La última de las coronaciones, la de Isabel II en 1953, se puede ver casi íntegra aquí (https://youtu.be/52NTjasbmgw). Puede verse que los ingleses se toman bastante en serio el ceremonial. Uno no puede evitar una punzada de envidia al recordar, en comparación, el soso trámite jurídico de la proclamación en el Congreso de nuestro Felipe VI. No era así en los días de Händel. Por ejemplo, la ceremonia de coronación de el tercero de los Jorges Hannover, el loco, tuvo lugar en septiembre de 1761, en Westminster de nuevo, y se repitió sin cesar con el mismo coro y la misma orquesta en el Covent Garden durante 3 meses.
Para potenciar al máximo la experiencia de escuchar «Zadok» de Händel es conveniente imaginarse el momento exacto en el que suena durante la ceremonia de la coronación. Se trata de uno de los más solemnes y de más trascendencia religiosa: la unción del nuevo monarca con el Santo Óleo, un eco de la unción de los monarcas del Antiguo Israel que prefiguraba la del mismo Cristo (que significa literalmente "el ungido"), quien dijo a Pilato: «Tu lo dices, yo soy Rey». En ese momento de la ceremonia el rey o la reina se sientan en el Trono de la Coronación, que se ha situado en el centro mismo de la Abadía de Westminster sobre un podio de varios escalones. Bajo el Trono está colocada la mágica Piedra del Destino de Scone, en Escocia, sobre la que se coronaban todos los reyes escoceses hasta que Eduardo I Longshanks (sí: el malo de «Braveheart») la robo en el siglo XIII y la trajo a Londres. Cuatro caballeros de la Orden de Jarretera sostienen una tela dorada para que nadie salvo el rey y el arzobispo de Canterbury vean la unción. Esto se hace porque se considera que este momento es sagrado y nadie debe verlo. El clérigo toma el Santo Óleo con la Cuchara de la Coronación de un recipiente en forma de águila y hace la señal de la cruz en la frente, en las manos y sobre el corazón del soberano. La Cuchara de la Coronación es la única Joya de la Corona de la época medieval que se conserva. Y mientras todo esto ocurre, el coro canta Zadok y los ojos de los presentes, es de suponer, se llenan de lágrimas. El hecho de que esta música sea la misma que siglos más tarde, en nuestros apagados días, sirvió de base para el himno de la UEFA Champions Leage define nuestra época tan eficazmente como la pompa y circunstancia de las ceremonias de Westminster encarnan el pasado de Inglaterra.
P. S. El concierto es también especialmente atractivo por tener la oportunidad de ver a William Christie, una leyenda andante, jerarca del historicismo, césar del repertorio barroco, fundador del conjunto «Les Arts Florisants».
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