Sergio Vila-San Juán
La estadounidense Barbar W. Tuchman (1912-1989) enlaza como pocas la vida y la cultura
Cien años del fin de la primera guerra mundial (Pablo González)
En los últimos meses he oído de varias personas la siguiente reflexión: “No entiendo cómo una sociedad próspera, internacionalmente prestigiada y con todo a favor, puede convertirse en menos de diez años en una colectividad dividida, mirada con recelo por los territorios más próximos, que ha dañado considerablemente su propia economía, y marcada por la confrontación”.
No diré a qué sociedad se referían, ni daré necesariamente por buena su descripción respecto a alguna transformación concreta. Pero la pregunta me ha hecho reflexionar sobre una cuestión histórica de calado. Existe abundante literatura sobre los procesos de ascensión y caída de imperios y naciones, donde los factores externos suelen resultar determinantes. Pero ¿qué ocurre cuando esos factores son de orden interno; cuando las sociedades, por así decirlo, deciden autoperjudicarse? Y me he acordado de Barbara W. Tuchman.
El ejemplo de esta historiadora estadounidense (1912-1989) enlaza como pocos la cultura y la vida. Tuchman publicó en 1961 el estudioLos cañones de octubre, sobre el inicio de la Primera Guerra Mundial, que según su análisis se puso en marcha sin que ninguno de los contendientes la quisiera realmente, pero en la que se vieron obligados a entrar por los tratados firmados. Ganó el premio Pulitzer en 1962 y entre sus lectores contó con John F. Kennedy. Cuando el joven presidente de EE.UU. se vio frente a la crisis de los misiles en Cuba, tuvo muy presente a Tuchman para no embarcarse en una contienda con la URSS que nadie deseaba y hubiera sido destructiva.
La historiadora cuenta en otro libro cómo ciertos gobernantes embarcaron a su gente en proyectos o situaciones desastrosas, emprendiendo “políticas contrarias a sus propios intereses”. Los troyanos aceptando el caballo de madera; los papas que provocaron la secesión protestante; Moctezuma evitando enfrentarse a Cortés; la revocación del edicto de Nantes; los británicos que dejaron perder las colonias americanas; EE.UU. enfangándose en la guerra de Vietnam. Son algunos episodios abordados en La marcha de la locura, publicada en EE.UU. en 1984 y aquí por RBA en 2013. Tuchman cita como factores comunes de estas opciones que muchos observadores las consideraron contraproducentes ya en su propio tiempo, se llevaron a cabo pese a existir una vía de acción alternativa y factible, y fueron habitualmente obra de un grupo (no de un dirigente individual). Jugaron en ellas un papel importante la cabezonería, el autoengaño, la negativa a aprovechar la experiencia, la persistencia de los gobernantes en el error, “como hechizados por algún Merlín que guía sus pasos con ciertos poderes mágicos”. Salvando entre estos casos y otros más recientes las muchísimas distancias, Nihil novum sub sole!
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