domingo, 8 de septiembre de 2019

El archivo secreto de Eulalia de Borbón. 4º ESO

LA RAZÓN CULTURA
José María Zavala

Pasaba penurias y por ello la infanta intentó recuperar unas joyas perdidas durante un largo tiempo.


Eulalia de Borbón fue hija de la reina Isabel II, pero ese linaje no le procuró una vida acomodada


En 2010, y por gentileza de uno de los nietos del secretario particular de la infanta Eulalia de Borbón (1864-1958), hija de Isabel II, pude acceder a un arsenal de documentos inéditos compuesto por dos centenares de cartas y otros legajos de incalculable valor. Con una meticulosidad admirable, el secretario y confidente de la infanta, Ángel Giménez Ortiz, había conservado y clasificado todos aquellos documentos que sacaban a relucir años después extremos insospechados sobre la azarosa vida de la infanta en el exilio.
De su tremenda odisea en el París ocupado por las fuerzas del Tercer Reich ya me ocupé en su día en otro artículo publicado en LA RAZÓN («Eulalia de Borbón y La Gestapo», 31-7-2015), pero reservé para más adelante cuestiones no menos interesantes y desconocidas.
Aludimos así, ahora, a las penurias económicas por las que atravesó toda una infanta de España y a su particular visión sobre la candidatura de Alfonso de Borbón Dampierre, duque de Cádiz, al trono de España. Sin olvidar tampoco otro asunto también ignorado, como era la reclamación de sus alhajas sustraídas durante la Guerra Civil española y valoradas en siete millones de pesetas de 1944, equivalentes hoy a... ¡más de seis millones de euros!
Pero vayamos por partes. Instalada en la capital francesa, en un modesto apartamento situado en el corazón del bosque de Bolonia (Rue de la Faisanderie, número 113), conocemos gracias a este archivo inexplorado la desesperación con que vivió allí la infanta Eulalia durante la Segunda Guerra Mundial.
Heladas y cansadísimas
El 22 de diciembre de 1944, ella misma lanzó este SOS a su secretario particular: «Suplico me saquen de aquí. Estoy helada y Honorata [su dama de compañía] cansadísima. Quizás el Gobierno español se apiade de una vieja española que vive con un abrigo puesto y una manta en los pies y aun así está tiritando [subrayado en el original]. Para comer, la carta de alimentación es insuficiente y no se encuentra nada. Gracias a la leche que Vd. me envió y que me salvó, pero yo otra vez sin nada. La mermelada también me alimentó. Yo creo que si nuestro jefe de Gobierno supiese mi situación daría órdenes a la Embajada para que me dieran madera [para la chimenea]... Aunque sea en una ambulancia me iría. ¡Esta vida de privaciones me mata!».
Hambrienta y muerta de frío, sobrevivía en París gracias, entre otras cosas, a los paquetes de alimentos que le hacía llegar de modo periódico Ángel Giménez, su secretario, desde Barcelona. En mayo del mismo año, confirmó así la recepción del último envío: «Recibí el paquete con leche condensada, limones, harinas, azúcar y miel. Todo esto es lo más necesario y por ello doy a usted las gracias». Pero nada agradecía Eulalia de Borbón tanto como la leche condensada: «Sus envíos –escribía de nuevo el 17 de mayo a su secretario– son una gran ayuda porque la leche no llega la mayor parte de los días y cuando la dan es malísima. La leche condensada que usted me envía es deliciosa y nutritiva». Claro, que también celebraba «las latas de sardinas y de mermelada porque me hacían mucha falta». Los precios estaban allí por las nubes: «Manteca (lo más barato), 800 francos el kilo. Un pollito “tísico”, 450 francos. Carne, no se encuentra ni con dinero. Leche no hay. No hemos vuelto a ver pescado. Los huevos, a 18 francos (ahora que es la época de huevos)... ¡Ya empiezan las manifestaciones de hambre, y la gente envenenada si compra un poco de paté!».
Mientras estuvo en París, la infanta trató también de recuperar sus joyas desaparecidas durante la Guerra Civil española. Eran heredadas de su madre la reina Isabel II, depositadas en una caja fuerte del Banco de España: collares de perlas y brillantes, aderezos, pulseras, encajes, una colección de abanicos... Todas fueron embarcadas en el célebre yate Vita, del cual se apoderó el ex ministro socialista Indalecio Prieto en cuanto el velero atracó en el puerto mexicano de Veracruz. Preocupada por su paradero, Eulalia escribió a su secretario el 10 de junio de 1944: «Ruego a usted que averigüe si es cierto que mis alhajas (evaluadas en 7 millones de pesetas) han aparecido y que nadie se ha ocupado de ellas... Según me dicen, ninguno de mis descendientes ha ido a ver en Madrid la exposición de alhajas robadas durante nuestra guerra y recuperadas ahora».
A día de hoy, no existe constancia alguna de que la infanta recuperase finalmente el contenido de su guardajoyas por más que lo intentó.
Alfonso XIV, con solo 11 años
De regreso a España, la infanta Eulalia se preocupó por las cuestiones dinásticas de su familia. En 1947, promulgada ya la Ley de Sucesión franquista que convertiría también en candidato al duque de Cádiz, escribió a su secretario ironizando sobre el particular: «Veo que el peine ondulador no aparece, en cambio nos aparece otro pretendiente al Trono que tiene 11 años y se llamaría Alfonso 14 de Borbón y Dampierre y... sigue la confusión». Eulalia defendió siempre la última voluntad de su sobrino Alfonso XIII, pese a que éste la desterrase una década entera de su patria. Respaldó por eso a su sobrino nieto don Juan de Borbón como legítimo sucesor a la Corona de España frente a cualquier otra opción válida contemplada en la Ley Sucesoria de Franco de 1947, que exigía al candidato a la Corona dos requisitos principales: ser de estirpe regia y haber cumplido treinta años.

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