Toni Nadal
Deberíamos plantearnos qué está pasando en el mundo del tenis, extrapolable a buen seguro a los demás ámbitos, para que la nueva generación no consiga desbancar a los dominadores más veteranos.
Federer, durante el partido de cuartos contra Nishikori en Wimbledon. MIKE HEWITT GETTY
De los cuatro contendientes que disputaron las semifinales de Roland Garros hace escasas semanas solo hay un cambio respecto a la que se disputa hoy en Wimbledon. Para fortuna de los aficionados españoles, esta vez es Roberto Bautista Agut, en vez de Dominic Thiem, quien va a luchar contra Novak Djokovic para optar a un puesto en la final del domingo.
En su día ya le dediqué una columna al jugador de Castellón en la que destacaba su gran entrega, su capacidad de lucha y su compromiso con este deporte. Buena prueba de ello es el hecho de verle disputar este partido en el que las emociones y el buen tenis están asegurados.
La otra semifinal es ya un clásico y todo en su conjunto es algo más que otro Grand Slam en juego. Federer va a la cabeza con 20 de ellos en su haber. Rafael lo sigue de cerca con 18. Y a no mucha distancia está Novak con 15. Federer está en su terreno, Novak es el número uno del momento y Rafael parece encontrarse en un muy buen momento en el que, sinceramente, lo veo capaz de conseguir la victoria.
Los ingredientes son realmente estimulantes para el espectador, a no ser que este se haya cansado ya de ver a los mismos de siempre. Los que desde hace unos años superan ya la treintena y, ni así, se dejan relevar por la nueva generación. Y cuando un hecho antinatural deja de ser esporádico para convertirse en regular, deberíamos buscarle una explicación.
Deberíamos plantearnos qué está pasando en el mundo del tenis, extrapolable a buen seguro a los demás ámbitos, para que la Next Gen no consiga desbancar a los dominadores más veteranos. Sé que me repito y sé que una columna es demasiado breve para analizar todos los factores, pero yo lo resumiría diciendo que en el aspecto formativo todo lo que facilita en exceso, debilita. Actualmente estamos pagando las consecuencias de haber sido demasiado cuidadosos con lo que les decimos a los chavales y demasiado condescendientes con ellos, consintiéndoles los caprichos como si fueran una necesidad y justificándoles las faltas como si fueran producto de la mala suerte.
Yo creo que nos convendría rectificar y ser capaces de decirle a un chico que no es lo suficientemente bueno, que la pista que está en malas condiciones, o la raqueta mal encordada, son probablemente más de lo que se merece, que el día que no siente bien la pelota y las cosas no le salen bien no puede ni debe bajar los brazos y poner mala cara.
El día en el que Djokovic, Federer, Rafael o David Ferrer juegan bien y se sienten cómodos normalmente ganan los partidos. Los días que no, también son capaces de hacerlo. Jamás se rinden porque les obligaron a no quejarse, a aceptar la adversidad y a aguantar siempre un poco más. Y todo ello, seguro que con el aprecio de los que les ayudaron a formarse. Una cosa no está reñida con la otra. Yo diría que es más bien al contrario.
Este es el gran secreto que, con la excepción de Thiem y alguno otro más, sigue manteniendo aislados a los tenistas más maduros: la capacidad de aguante, la perseverancia cuando las cosas vienen mal dadas, el compromiso y la pasión por lo que uno hace. Todos ellos son valores que bien nos vendría recuperar si fuéramos capaces de no confundir la vida real con Un mundo feliz.
Ya nos lo advirtió Aldous Huxley hace casi cien años.
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