Jorge Alcalde
Presentan el primer retrato de una de las especies de homínido más misteriosas de la historia.
alimos a la calle, viajamos en metro, encendemos el televisor, buscamos pareja y allá donde vamos no vemos otra cosa que individuos de la misma especie: Homo sapiens sapiens. Somos la única especie de Homo que queda sobre la faz de la Tierra. Pero este mismo ejercicio (sin metro y televisión, claro) realizado hace 100.000 años habría arrojado un resultado bien distinto. En aquel entonces, nos habríamos encontrado compartiendo espacio con múltiples grupos humanos incluyendo el nuestro, neandertales, hombres de Flores y denisovanos... como mínimo.
Una de esas especies, los denisovanos ha sido una de las sorpresas científicas de lo que llevamos de siglo. Descrita a partir de unos cuantos restos provenientes del dedo de una niña desenterrados en 2008 en los montes de Altai, Siberia, se sabe que debieron pasear por lo que hoy conocemos como Europa al menos hasta hace 50.000 años. Otros fragmentos óseos y ciertas herramientas fueron suficientes para determinar que cultural y genéticamente, aquellos individuos no pertenecían a nuestra especie. El estudio de ADN demostró posteriormente que denisovanos, neandertales y sapiens debimos de compartir un ancestro común hace cerca de un millón de años del que aún no conocemos todos los detalles.
El árbol de la evolución humana se complicó sobremanera. Junto con los homínidos aislados de la isla de Flores al menos cuatro primos cercanos cohabitaron hace unas cuantas decenas de miles de años. Pero seguía existiendo un misterio que la ciencia no terminaba de desvelar. ¿Qué aspecto tenían aquellos escurridizos denisovanos? Ayer, el misterio dejó de serlo. Un equipo de científicos liderado por Liran Carmel de la Universidad Hebrea de Jerusalén, presentó en sociedad el primer retrato del rostro de una mujer denisovana, la reconstrucción de la mirada profunda que escudriñó los paisajes europeos al mismo tiempo que los primeros sapiens y neandertales.
El resultado es evidente: la especie comparte rasgos obvios con los neandertales, pero ofrece intrigantes estructuras faciales únicas, exclusivas, que le confieren una identidad de interesantísimo estudio. En concreto, los investigadores han identificado 56 rasgos anatómicos que difieren entre denisovanos, neandertales y sapiens. 34 de ellos están localizados solo en el cráneo. La cabeza de la denisovana en cuestión era más ancha que la nuestra y su arco dental mucho más largo. La sonrisa de la denisovana debió de ser más amplia que la de ninguna otra especie de homínido de la época. Para llegar a esta conclusión, el equipo de Carmel ha utilizado las más avanzadas técnicas de reconstrucción genética. No había otro modo de hacerlo. La especie Denisovana cuenta con muy pocos restos fósiles para cotejar. En reconstrucciones similares de otras especies, se utilizan moldes de los cráneos y otros huesos hallados para construir sobre ellos los rasgos anatómicos musculados. Pero de los denisovanos solo poseemos un resto de un dedo, tres dientes y un pedazo de mandíbula.
Ahí es donde entra la magia de la genética. Parte de la información genética extraída del material físico puede servir para comenzar una tarea que parece propia de la ciencia forense cinematográfica. El estudio comparado de esos genes con los que nosotros portamos como humanos y los que nos constan de los neandertales permite establecer muchos puntos de conexión y de divergencia. Además, la ciencia moderna ha aprendido a inferir información muy detallada sobre la actividad de ciertos genes. Sabemos qué estructuras anatómicas dependen de procesos como la metilación o de factores de expresión genética y epigenética. En otras palabras, los genetistas pueden saber qué rasgos dependen de qué genes.
Diferencias halladas
Los investigadores primero compararon los patrones de metilación (un proceso natural que modifica la composición química del ADN y provoca cambios de expresión) en el ADN de denisovanos, neandertales y sapiens. Luego trataron de encontrar la razón de las diferencias halladas entre ellos y asignarle a cada una un rasgo físico. Algunos genes, por ejemplo, se inhiben en seres humanos que padecen ciertas enfermedades congénitas que provocan rasgos faciales modificados. Eso da una pista para saber que la expresión de esos genes puede tener que ver con tener la cabeza más o menos ancha o las cejas más o menos protuberantes.
Para probar que el método funciona, se testó antes con dos especies de las que conocemos bien los rasgos: chimpancés y neandertales. Y efectivamente se descubrió que el estudio de las variaciones en la metilación sirve para precedir en un 85 por 100 los cambios en rasgos estructurales. De ese modo, el siguiente paso fue tratar de dibujar el primer rostro jamás observado de una denisovana. El resultado sugiere que aquella especie compartía con los neandertales una cara alargada y una pelvis más ancha. Pero la expansión craneal lateral y el arco mandibular eran mucho más grandes y exclusivos de los hombres y mujeres de Denisova.
El producto final es un retrato que no solo nos sirve para mirar por primera vez a los ojos a una mujer denisovana extinta hace cerca de 40.000 años sino que refuerza el poder de las técnicas de reconstrucción genética en paleontología y fuera de ella. Del mismo modo, en el futuro podrían utilizarse los genes para reconstruir rostros de cadáveres irreconocibles en la escena de un crimen o la faz de personajes históricos de los que no conocemos su apariencia real, como Leonardo DaVinci
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