Vicente G. Olaya
Un estudio de las universidades de Harvard, Fráncfort y Alcalá desvela los secretos de la única ciudad medieval construida de nueva planta por iniciativa estatal en Europa.
Vista aérea de la zona excavada del yacimiento de Recópolis, un 8% del total. UNIVERSIDADES DE HARVARD, FRÁNCFORT Y ALCALÁ DE HENARES
Al cumplir 19 años, Recaredo recibió un inesperado regalo de su padre. Leovigildo —posiblemente el rey visigodo más importante de Hispania— ordenó levantar Recópolis (en lo que es ahora término municipal de Zorita de los Canes, Guadalajara) en su honor. Corría el año 578 y la urbe se mantuvo en pie hasta entrado el siglo IX. No obstante, sus ruinas no fueron halladas hasta 1893 por el arqueólogo Juan Catalina García, excavadas en los años 40 del siglo XX por Juan Cabré, así como en los ochenta, y retomadas en 1992 por el catedrático de Arqueología de la Universidad de Alcalá de Henares, Lauro Olmo Enciso. Un reciente trabajo de investigación, publicado en la revista Antiquity y realizado por las universidades de Harvard, Fráncfort y Alcalá, revela ahora gran parte del excepcional entramado urbano no excavado (30 hectáreas en total) que ha aparecido en las pantallas de los equipos geomagnéticos de prospección.
Estos resultados complementan los obtenidos por las excavaciones de las tres últimas décadas (ocho hectáreas) que han descubierto palacios, iglesias, edificios de hasta 140 metros de longitud, viviendas, talleres y tiendas de artesanos y comerciantes, un acueducto y dos kilómetros de murallas. El conjunto está considerado “uno de los yacimientos más trascendentes de la Edad Media al ser la única ciudad de nueva planta construida por iniciativa estatal en los inicios de la Alta Edad Media en Europa”, explica Olmo.
Durante los años 1944 y 1945 las excavaciones de Juan Cabré desempolvaron gran parte de un edificio identificado como palacio y la consiguiente iglesia palatina. En 1955 el Instituto Arqueológico Alemán hizo públicos los descubrimientos, cuyos resultados se escapaban a todo lo conocido y quedaban fuera de las escalas que entonces definían la arquitectura de la Alta Edad Media. Resultaban demasiado espectaculares. “Los hallazgos no se internacionalizaron”, admite el catedrático.
La trascendencia que iban adquiriendo los descubrimientos, subvencionados por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, se fundamentaban en la aparición de excepcionales espacios. Y entre todos ellos, dos edificaciones separadas unos 60 metros por una gran plaza: una con una longitud de 140 metros, en la parte superior de la ciudad, y otra de 111. “Eran los dos edificios más representativos del conjunto palatino, de la arquitectura de poder y del proyecto ideológico de Leovigildo”, sostiene Olmo, que recuerda que la fundación de Recópolis se llevó a cabo, entre otras funciones, para conmemorar la consolidación y éxito del Estado visigodo; un Estado capaz de organizar en sus momentos iniciales una estructura fiscal exitosa que posibilitó una operación urbanística única en Europa.
La fundación de Recópolis supuso el surgimiento de un paisaje que reorganizó el territorio. La construcción de nuevas infraestructuras, la creación de poblados, granjas y otras edificaciones suburbanas, la organización del espacio productivo agrícola y ganadero, así como la reordenación de todo el sistema viario convirtió a la nueva urbe en un núcleo fundamental de las rutas que unían el centro de la península Ibérica con la costa levantina.
La visita al yacimiento del catedrático de Historia y Arqueología de Harvard, Michael McCormick, hace unos cinco años, motivó la generación de un plan de investigación que ha supuesto un revulsivo para el conocimiento de las zonas no excavadas (solo se ha desenterrado el 8%). Por ello, las universidades de Harvard, Fráncfort y Alcalá de Henares acordaron el gran proyecto hace cuatro años.
Los resultados geomagnéticos y de sondeos mecánicos del estudio ahora finalizado demuestran una “alta densidad de edificaciones” en las 20 hectáreas del interior de la ciudad, con evidencias de conjuntos de viviendas, edificios de grandes dimensiones, iglesias, calles y un plan urbanístico jerarquizado. Asimismo, las prospecciones han revelado como en torno a la urbe amurallada, que llegó a ser capital de la provincia visigoda de Celtiberia (ocupaba parte de las actuales provincias de Guadalajara, Soria, Teruel y Cuenca), se fueron creando nuevos asentamientos que organizaban la producción agrícola, de los que también el magnetómetro deja constancia (10 hectáreas). Estos estudios calculan que la ciudad alcanzó entre 2.500 y 3.000 habitantes, cifra nada desdeñable en la Alta Edad Media.
Recópolis junto con Toledo, unidas por el pacífico Tajo, fueron las dos grandes ciudades del reino visigodo en Hispania. Ambas contaban con cecas para acuñar monedas y ambas eran centros de captación fiscal. “Eran los centros fiscales y económicos de mayor dimensión de la zona central peninsular”, explica Lauro Olmo. En esta ciudad, también se encontró el llamado Tesoro de Recópolis, hoy expuesto en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, un conjunto de 90 tremises de oro en excepcional estado.
La época islámica también marcó su impronta. De ello dan testimonio las prospecciones que han detectado varias capas de edificaciones superpuestas. Entre ellas destaca un amplio edificio orientado al Sureste que podría corresponder a una de las mezquitas más antiguas de la Península.
La urbe, tras la conquista musulmana, entró en decadencia entre el 840 y el 850, momento en que se produjo la definitiva conformación del paisaje urbano de Al- Ándalus.
La urbe, tras la conquista musulmana, entró en decadencia entre el 840 y el 850, momento en que se produjo la definitiva conformación del paisaje urbano de Al- Ándalus.
Recópolis y otras muchas ciudades fueron abandonadas para dar paso a nuevas poblaciones como Guadalajara, Madrid, Albacete, Murcia, Badajoz, Tudela y la propia Zorita de los Canes, que sucedió a Recópolis, cuyas piedras se utilizaron para levantar este nuevo municipio en época del emir omeya cordobés Muhammad I. Hasta ahora, cuando la tecnología ha desaletargado los muros enterrados del complejo palaciego que regía Celtiberia.
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