José María Zavala
La infanta salvó la vida del hijo de su secretario particular, detenido e interrogado por la Gestapo.
Más de medio siglo después de la muerte de Eulalia de Borbón, tía bisabuela de Don Juan Carlos I, el archivo de su secretario particular y confidente, Ángel Giménez Ortiz, revela muchas historias tan sorprendentes como desconocidas. A semejante arsenal, compuesto por dos centenares de cartas y documentos inéditos, pude acceder en 2010 por gentileza de uno de los nietos del secretario de la infanta.
Entre los inestimables legajos que éste aún conserva como la mejor de las reliquias históricas, sale a relucir la increíble labor humanitaria desempeñada por la propia infanta y por su hijo menor, Luis Fernando de Orleáns, en favor de los perseguidos por el Tercer Reich. Eulalia de Borbón salvó la vida al hijo de su secretario, Lotario Giménez, estudiante de Ciencias Políticas y Económicas en La Sorbona.
Lotario era un joven inquieto, involucrado en asuntos políticos en la universidad. Odiaba a los nazis y sentía gran aprecio por los franceses, despojados de su tierra y de su libertad. Por eso no tardó en unirse a la resistencia francesa. Cierto día, el rector de La Sorbona le llamó a su despacho para hacerle una confidencia: la Gestapo le buscaba para interrogarle. Lotario sabía muy bien que eso significaba su condena a muerte. Habló enseguida con su padre y éste localizó a la infanta Eulalia.
Aquella noche, el muchacho se acostó intranquilo. Sus malos presagios se confirmaron a las tres de la madrugada, cuando la Gestapo irrumpió en su casa y se lo llevó detenido a su cuartel general de la Kommandantur, donde intentó arrancarle una confesión. Su único «delito» había sido ayudar a los refugiados franceses a cruzar los Pirineos camino de Argelia, considerada entonces la «Francia libre» de Charles de Gaulle. Informada de ello, la infanta Eulalia recurrió a su amigo Ramón Serrano Súñer, que más tarde facilitaría su propio regreso a España.
El cuñado de Franco intercedió ante los altos mandos de la Gestapo, logrando al final que concediesen a Lotario Giménez un plazo de veinticuatro horas para salir de la Francia ocupada, hacia la España franquista. Ni que decir tiene que a él le sobraron veintitrés horas...
Luis Fernando de Orleáns, por su parte, fue cortejado en París por los jefes alemanes, respetuosos con los títulos de la nobleza, y no digamos ya con la dignidad de todo un infante de España.
El mercado negro
El propio Ramón Alderete, secretario particular del infante don Jaime de Borbón y periodista de la agencia de noticias Havas de París, daba fe de cómo Luis Fernando se hacía acompañar en algunas ocasiones del coronel Halich, uno de los jefes de la Gestapo en el París ocupado. Cierto día fueron a almorzar los tres, junto con otros jefes y oficiales alemanes, a uno de los restaurantes del mercado negro que florecían por aquel entonces en la ciudad.
Apodado «el rey de los maricas», Luis Fernando se había sometido a una delicadísima operación de ablación de testículos a manos del profesor Gaudard d’Allaines, la cual le llevó finalmente a la tumba.
El periodista Alderete fue a visitarle al hotel Vernet para comentarle un asunto muy delicado: el único hermano de un compañero suyo de la agencia acababa de ser condenado a muerte por un consejo de guerra alemán. El colega de Alderete había recurrido desesperado a él, consciente de su buena relación con el infante, quien a su vez era muy respetado por la jerarquía militar del Tercer Reich en París.
Sin ascensor
En cuanto Alderete le habló de ello, Luis Fernando le pidió que le ayudara a incorporarse de la cama. Tras vestirse con dificultad, se encaminó al descansillo, apoyado en su amigo, para coger el ascensor. Pero éste no funcionaba, lo cual no era extraño entonces. Bajaron por las escaleras. El infante apenas podía andar, arrimado al hombro de su amigo. Una vez en la puerta principal del hotel, repararon en que ninguno de los dos llevaba dinero para un taxi y optaron por dirigirse a pie desde allí hasta las oficinas de la Gestapo en la Avenue Foch, que dirigía el coronel Halich.
El trayecto les llevó una hora, pues el infante debía descansar a veces en los bancos de la avenida. Era la primera vez, desde su embarazosa operación, que pisaba la calle.
Pero gracias a su valentía, el compañero de Alderete pudo abrazar finalmente a su hermano. El coronel alemán le concedió un pase temporal para que pudiese visitarle en prisión, la cual abandonó solamente algunos días después.
La infanta Eulalia y su hijo salvaron así las vidas de algunas personas que estuvieron perseguidas por la Gestapo.
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