Manuel P. Villatoro
Las autoridades de Noruega han confirmado que el sumergible, hundido por un incendio en 1989, emite niveles de radiación 800.000 veces superior a la normal.
Submarino «Komsomolets»
El hermetismo de la URSS ha sido habitual a lo largo de la historia. Los desastres que se callaron los líderes soviéticos después la Guerra Fría se cuentan por decenas; desde la catástrofe de Chernóbil, hasta la agonía de los marineros del «Kursk». Sin embargo, hubo una tragedia que el gobierno ruso logró mantener en secreto durante muchos meses: el hundimiento del submarino «Komsomolets» y el fallecimiento de 42 (entre 41 y 43, según las fuentes) de sus tripulantes en abril de 1989. Todo ello, después de que se declarara un incendio abordo. El desastre fue ocultado de tal forma que, tres años después, el diario ABC publicó que la comunidad internacional seguía sin conocer el devenir de su reactor. «Nadie sabe nada de su situación actual».
Desde entonces, los problemas con el «Komsomolets» no han cesado. Por el contrario, el sumergible se ha convertido en una suerte de Chernóbil submarino que (según han informado esta misma semana las autoridades de Noruega) sigue emitiendo radiación. Tal y como ha explicado en un comunicado la Autoridad Noruega de Radiación y Seguridad Nuclear del país, en la actualidad los restos «no suponen un riesgo». No obstante, también han detallado que algunas de las muestras que han tomado del pecio «revelan que el nivel de cesio radiactivo es mucho más alto que los niveles hallados de forma normal en el mar de Noruega».
Tragedia olvidada
Los sucesos acaecidos en el «Komsomolets» requieren que retrocedamos en el tiempo hasta el año 1989, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín. Tal y como desveló el diario ABC en un artículo publicado a finales de 1992, el submarino ruso (de la clase MIK-SS) «se hundió en llamas tras un aparatoso incendió que duró más de seis horas». La tragedia, siempre según las fuentes del diario, ocurrió en abril, cuando el sumergible se hallaba en las cercanías del mar de Noruega, «190 kilómetros al norte de la isla de Björnöja (Ojo del Oso)».
El pánico cundió rápidamente entre la tripulación, pues sabían que cargaban misiles nucleares «SS-N-15, SS-N-16 y SS-N-21, con un alcance de 1.600 millas náuticas, además de torpedos y más de 60 minas». Es decir: un verdadero arsenal radioactivo que podía provocar una catástrofe similar a la acontecida poco antes (el 26 de abril de 1986) en la central nuclear de Chernóbil.
Aunque el submarino no explotó, se fue al fondo de las aguas con aquella carga nociva. «En el accidente murieron 43 marinos, según afirmaron las autoridades soviéticas de aquel tiempo, aunque se piensa que la cifra era más elevada: la tripulación era de 93 hombres y fueron salvados 22», añadía el diario. No obstante, en la actualidad se ha asumido que en su interior había tan solo 65 hombres. A su vez, el artículo incidía en que el lugar en el que se fue a pique este coloso de 9.700 toneladas (en el «mar Ártico, relativamente cerca de la costa noruega, y a 1.700 metros de la superficie») dificultaría las labores de rescate de los explosivos y reflote del aparato.
Grandes mentiras
Aunque el mayor problema fue el oscurantismo con que los soviéticos trataron esta tragedia. El propio ABC explicó en sus páginas que «ya entonces hubo sus más y sus menos entre las autoridades noruegas y soviéticas» debido a la «habitual forma de ocultar este tipo de accidentes por parte de los rusos». En todo caso, cuando el presidente Mijail Gorbachov desveló al final el suceso explicó también que los reactores habían sido apagados en el momento en que se declaró el incendio y que los riesgos de contaminación eran «mínimos».
Lo cierto es que sus palabras se desdibujaron en 1992, cuando el sumergible empezó a expulsar Cesio-137 y las autoridades noruegas informaron de que, si el ritmo de emisiones era el mismo, podía producirse una tragedia natural.
Los científicos locales informaron en su momento de que «la catástrofe que se avecina si no se toman medidas urgentes será cien veces mayor que Chernóbyl», algo que ya había asegurado el experto Nikolái Nosov. «El experto afirmó que el Cesio-137 había empezado a escaparse por la acción erosiva del mar», explicó por entonces el diario. El director del Instituto noruego para las Prevenciones y Previsiones Atómicas, Knut Gussgard, se unió a esta teoría y desveló que «cierta radiación proviene del submarino», lo que suponía que un organismo oficial soviético confirmaba las preocupaciones.
Los hechos parecían tan graves que los técnicos propusieron «momificar» el casco con un sarcófago elaborado con una sustancia extraída del caparazón de los crustáceos y compuesto también por quinina pura. Pero todo ello quedó en nada y las autoridades noruegas se limitaron a controlar, de forma períodica, las emisiones de este coloso hundido.
Chernóbil submarino
Estos días, la Autoridad Noruega de Radiación y Seguridad Nuclear de Noruega ha desvelado que la cifra de emisiones llega a ser, en ocasiones, 800.000 superior a la normal. «A pesar de ello, lo que hemos hallado en esta expedición no tendrá ningún impacto para los peces y el marisco de Noruega. Los niveles de radiactividad en el mar de Noruega son muy bajos y las emisiones del 'Komsomolets' se diluyen rápidamente, dado que el submarino está a 1.700 metros de profundidad», ha recalcado la entidad en un comunicado.
En este sentido, Hilde Elise Heldal, del Instituto Noruego de Investigación Marina, ha indicado que «por supuesto, es un nivel más alto de lo que suele haber en el mar», si bien ha dicho que «los niveles no son alarmantes». En sus palabras, los niveles de radioactividad se «reducen» rápidamente a estas profundidades. Así pues, parece que este Chernobil submarino sigue controlado. De momento, solo cabe esperar y estar alerta, pues dos ojivas nucleares descansan todavía en el interior de su casco.
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