domingo, 5 de noviembre de 2017

President a la fuga

EL PAÍS Editorial-Opinión


Puigdemont pretende seguir alimentando el procés desde Bruselas.




Tras un viaje pretendidamente clandestino a Bruselas con el objetivo de alimentar una épica de proscrito a todas luces ridícula, el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, convocó ayer a los medios internacionales a una rueda de prensa en donde, una vez más, dibujó una realidad alternativa llena de falsedades e incoherencias.
Por un lado, negó haber huido o pretender eludir la acción de la justicia. Una afirmación que sorprende cuando constan tanto sus averiguaciones sobre las posibilidades de acogerse a algún tipo de protección por parte del Estado belga como el pleno rechazo de este a considerar la posibilidad.
Por otro, dibujó una España autoritaria donde no hay separación de poderes y se persigue a la gente por sus ideas políticas en un clima dominado por la violencia de la ultraderecha para así justificar la exigencia de “garantías” de que no se actuará contra su persona.
Para continuar con la confusión y las contradicciones, Puigdemont afirmó aceptar el reto democrático planteado por las elecciones convocadas para el 21 de diciembre pero a la vez llamó a la sociedad civil, sindicatos y funcionarios a resistir contra la aplicación del artículo 155, dibujado como una agresión al pueblo de Cataluña y el Estatuto de Autonomía.
Y no sólo eso: afirmó que la mitad de su Govern - al que parece seguir considerando en funciones - se quedaría en Bruselas para gestionar la búsqueda de apoyos internacionales al procés mientras que la otra mitad - dirigida por el exvicepresidente Junqueras - gestionaría el procés desde el interior, como si hubiera un gobierno catalán en el exilio y otro en el interior.
En sus ensoñaciones, Puigdemont parece aferrarse a la absurda posibilidad de considerar los comicios del día 21 como una elección plebiscitaria con las que legitimar otra nueva huida hacia adelante del independentismo.
Puigdemont parece convencido que desde Bruselas puede dañar la imagen de España y recabar apoyos para una causa que, al contrario, ha cosechado un rechazo unánime. Pero la exportación del esperpento secesionista, con la consiguiente indignidad que añade a la institución que representó hasta el viernes, genera tal malestar en Bélgica que el viceprimer ministro de ese país, Kris Peeters, le ha instado públicamente a regresar a Cataluña a permanecer al lado de su pueblo.
Después de su fracasado salto al vacío del viernes 27, la posterior actuación del Gobierno al amparo del artículo 155 de la Constitución y el retorno de la normalidad a las calles y a las instituciones de Cataluña, el secesionismo tiene que decidir si participa y como en las elecciones del 21 de diciembre. Un sector, encabezado por Puigdemont, parece querer seguir practicando la astucia táctica, los dobles juegos y las medias verdades. Pero como se ha demostrado, el procés, por mucho que pretender seguir instalado en su realidad paralela, ha quedado fuera de la ley. Puede seguir allí haciendo el ridículo y cosechando el rechazo internacional o retornar a las instituciones democráticas y al Estado de derecho. El tiempo se le agota.

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