Israel Viana
El avión del comandante nazi belga Lèon Degrelle tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia el mismo día que se anunciaba el final de la Segunda Guerra Mundial. En San Sebastián corrió el rumor que el «Führer» viajaba en él.
El avión de Degrelle, tras estrellarse en La Concha, el 8 de mayo de 1945 - Vicente Martín
«Un minuto después de medianoche ha sido dada la orden de alto el fuego»,titulaba la edición madrileña de ABC el 9 de mayo de 1945. La edición sevillanaanunciaba: «Ha terminado la guerra en Europa». Y en el subtítulo explicaba: «Las fuerzas alemanas de tierra, mar y aire se rindieron al ejército expedicionario Aliado y, simultáneamente, al mando soviético». Así informaba este periódico de la caída de la Alemania nazi en el famoso Día de la Victoria que ponía fin a la Segunda Guerra Mundial (menos en el Pacífico, donde no llegaría hasta agosto con las bombas de Hiroshima y Nagasaki).
El acta de rendición había sido firmada el día 7 por el general de la Wehrmacht Alfred Jodl en el cuartel general de Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, en Reims (Francia). Y refrendada el día 8 de mayo por el mariscalWilhelm Keitel ante los representantes de la URSS en Berlín. Mientras se producía la histórica rúbrica, un grupo de vecinos de San Sebastián que caminaba tranquilamente por la playa de La Concha ajeno a la noticia del final de la guerra – ABC informaría al día siguiente– escuchó un gran estruendo en el cielo. Y al levantar la cabeza, vieron a un avión haciendo maniobras arriesgadas hasta precipitarse en la orilla. En la cola, la esvástica nazi, como puede verse en la imagen tomada por el fotógrafo donostiarra Vicente Martín.
«A las seis de la mañana de ayer, un avión caza alemán, marca Heinkel, se ha precipitado en las aguas de la bahía de La Concha, en el balneario, por la parte más cerca de la orilla. En aquellos momentos la marea no alcanzaba su plenitud. El avión siniestrado dio dos vueltas de campana y se hundió en el mar cerca de la orilla», podía leerse el mismo día de las noticias del fin de la guerra en este diario, uno de los pocos que informó sobre aquel suceso en época de censura. Y añadía: «En los primeros momentos se extendió por la ciudad el rumor de que en el avión viajaba nada menos que Hitler, el cual, según los informadores de la calle, no había muerto. Y que, a pesar de mostrarse desfigurado, había sido identificado por las autoridades».
«Falto de gasolina»
La noticia de la muerte de Hitler ya había dado la vuelta al mundo una semana antes. ABC la publicó el día 2 de mayo de 1945, pero durante aquel día 8 toda la ciudad de San Sebastián llegó a creer que realmente estaba vivo y huía desesperadamente tras su derrota. No era así, aunque uno de los pasajeros del Heinkel-111 de la Luftwaffe que se estrelló en La Concha no era precisamente un desconocido: «El avión llegó a nuestra ciudad –continuaba– falto de gasolina, efectuando un aterrizaje forzoso. De él fueron extraídas hasta seis personas con uniformes militares alemanes. Una de ellas ostentaba alta graduación con distintivo de coronel y lucía en su pecho la Cruz de Hierro. Se trata del conocido rexista, jefe del partido belga, Léon Degrelle. Sus acompañantes eran soldados de inferior graduación».
Degrelle (Bouillon, Bélgica, 1906) fue un oficial de la Legión Valonia, una unidad extranjera adscrita a las SS alemanas en la que destacó como uno de sus mandos durante la Segunda Guerra Mundial. Había sido también el fundador del rexismo, una rama del fascismo en Bélgica que alcanzó gran notoriedad en Europa entre 1939 y 1945. Pero cuando los alemanes vieron que los Aliados ya les habían derrotado y que Hitler estaba muerto, el ministro de Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop, convenció al belga para que huyese. En ese momento se encontraba en Oslo, a donde había llegado desde Copenhague.En la capital noruega se apropió, junto a cinco oficiales, del avión del arquitecto y Ministro de Armamento nazi Albert Speer y emprendió el vuelo de noche.
Cuando se estrelló en San Sebastián tras volar 2.150 kilómetros, tenía 39 años. Él mismo contó el viaje en sus memorias: «Volábamos sin luces huyendo del fuego antiaéreo francés. Cuando divisábamos Irún, a solo unos minutos de aviación, vimos la muerte segura. Yo conocía aquella zona porque de pequeño había veraneado en Lourdes con mis padres algunos años y en dos ocasiones visitamos Guipúzcoa. Pero faltaban algunos minutos y el avión ya no tenía combustible. Aterrizar en suelo francés significaba la guerra. Así que el piloto, para demostrar su pericia, puso el avión vertical, aprovechó las últimas gotas y llegamos hasta San Sebastián. La Vírgen de Lourdes me salvaba en el último momento».
«Varios termos y píldoras vitamínicas»
El aparato chocó con unas rocas en un extremo de la playa, lo que provocó que se desviase contra las aguas y quedara varado, según explicaba después. Según contaba ABC: «Llevaban a bordo gran cantidad de mantequilla, varios termos y píldoras vitamínicas. Carecían de tabaco, que pidieron con ansiedad al llegar a tierra». La noticia se publicaba el mismo día que miles de ciudadanos salían a festejar por las calles de París, Nueva York y Londres el final de una guerra mundial en la que España se había mantenido neutral. El primer ministro británico Winston Churchill saludaba a la muchedumbre congregada en Whitehall haciendo el signo de la victoria., la euforia era menor y la gente hizo vida más o menos normal.
Lèon Degrelle no era un líder cualquiera. La cruz de la que hablaba el redactor de ABC se la había impuesto nada menos que el «Führer» en febrero de 1944, poco más de un año antes de su amerizaje en la playa de La Concha. En agosto de ese año también le otorgó la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, una distinción concedida solo a 883 militares en toda la guerra. En la ceremonia de entrega, el mismo Hitler le dijo: «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted». Aquellas palabras eran un reconocimiento aún mayor que la distinción militar, que reflejaban la gran confianza y complicidad que tuvo con el «Führer». Esa fue la razón de que en el futuro se le conociera como «el hijo adoptivo de Hitler».
Los donostiarras que presenciaron el suceso se quedaron perplejos. Pronto el avión fue rodeado por los vecinos de La Concha, muchos de los cuales se despertaron con el ruido del choque del avión contra el agua y la arena. Algunos, en pijama, se acercaron hasta la orilla para ayudar a los desconocidos pasajeros. Y a lo largo del día cientos de personas se acercaron a ver el Heinkel-111. Ahí fue donde se extendió el rumor de que dentro iba Hitler. Algo a lo que sin duda ayudó la enorme esvástica visible en la cola. Algunos niños incluso arrancaron algunos pedazos del avión de Degrelle, cuyos restos fueron finalmente trasladados a Logroño.
Degrelle resultó gravemente herido y estuvo ingresado durante dieciocho meses en el Hospital Mola, de San Sebastián, aunque en un primer momento ABC solo detallaba que sufría «la fractura del omoplato y la posible fractura de un tobillo». Eran los primeros momentos de una estancia en España que, en el caso del belga se prolongó hasta 1994 entre Madrid y Málaga. Así lo explicaba él mismo en su biografía: «Mis heridas, en realidad, me salvaron, porque Franco quiso devolverme a Alemania. Ví las cosas tan mal que un día le escribí una carta en la que le decía: “Qué poco vale para usted la sangre de un cristiano”. Franco se indignó, según supe».
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