Judith De Jorge
Los descendientes de los yamnayas tuvieron un gran contacto con las mujeres locales, según un amplio estudio sobre nuestra historia genómica.
Hace unos 4.500 años, grupos descendientes de pastores de las estepas de Europa del Este llegaron a la península Ibérica tras una larga migración por el continente. La irrupción de los sucesores de los yamnayas, la antigua estirpe que montaba a caballo y poseía carros, supuso la erradicación de los varones locales, de forma que su linaje (R1b-M269) sustituyó casi totalmente a los del cromosoma Y presente hasta entonces a finales del Neolítico. Nada parece indicar que la invasión fuera forzosamente violenta. De hecho, el proceso se prolongó durante 400 años. De alguna manera, estos jinetes tuvieron un gran contacto con las mujeres ibéricas. Quizás ellas les prefiriesen por su fuerte jerarquización social y el establecimiento de élites hereditarias.
Esta es una de las conclusiones más llamativas de un amplio estudio coliderado por el Consejo General de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Harvard que dibuja el mapa genético de Iberia durante los últimos 8.000 años. Publicado este jueves en la revista «Science», analiza los genomas de 271 habitantes de la Península de diferentes épocas históricas y los contrasta con los datos de otros 1.107 individuos antiguos, incluido el famoso hombre de ojos azules de la Braña en León, y 2.862 modernos recogidos en informes previos. El capítulo del sorprendente «abrazo» estepario está escrito en el 20% de nuestros genes y a juicio de Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva (centro mixto del CSIC y la Universidad Pompeu Fabra), es fácilmente comparable «a la colonización de América por parte de los europeos».
La llegada en la Edad de Bronce de los yamnayas, originarios de la estepa póntica (Ucrania y Rusia) a lo que ahora es Portugal y España tuvo importantes aportaciones culturales, como la introducción de las lenguas indoeuropeas, origen de muchos idiomas modernos. También provocó cambios genéticos como la mutación de la lactasa, que permite digerir la leche en la vida adulta, o un aumento de la estatura de la población. Pero lo más impresionante es que los recién llegados reemplazaron al 40% de la población local y casi el 100% de los varones.
Qué ocurrió es algo complejo que no puede ser explicado solo por los datos genéticos y que necesitará sin duda de nuevos estudios arqueológicos. Lejos de un aplastamiento súbito, Lalueza-Fox apunta a que la clave puede estar en la fuerte estratificación de las sociedades de los esteparios, una diferenciación social que no existía hasta entonces y que se hace visible, por ejemplo, en las tumbas con adornos y signos de riqueza en las que enterraban a sus caudillos. Su poder (y quizás el castigo de la peste entre los individuos locales) pudo permitirles un mayor acceso a las mujeres y que sus descendientes tuvieran más oportunidades de llegar a la edad adulta.
Una historia de amor
Un ejemplo de estas parejas de distinto origen es una tumba de la localidad de Castillejo del Bonete (Ciudad Real), donde aparecieron juntos un hombre con ascendencia de la estepa y una mujer genéticamente similar a los ibéricos anteriores al Neolítico tardío. «No tenemos por qué imaginar una situación violenta. Puede ser una situación de estratificación social o una historia de amor», señala el investigador. Es posible que yacimientos de la misma época en otras partes de Europa arrojen luz sobre estas hipótesis, ya que podrían visualizarse las desigualdades sociales relacionadas con el ajuar funerario y la estructura de las tumbas y relacionarlas con la genética de sus ocupantes. «Así podría verse si los individuos que tienen más ascendencia de las estepas se encuentran en tumbas más elaboradas y si hay mujeres de otra procedencia que se incorporan a estos clanes familiares», explica.
Según Lalueza-Fox, el reemplazo genético en Iberia es muy parecido al que se produjo durante la colonización de América, en el que después de 300 o 400 años las poblaciones resultantes ya no eran ni amerindias ni europeas sino una mezcla de ambas. En la actualidad, el cromosoma Y de los sudamericanos es casi siempre europeo.
Un africano en Madrid
Otro de los hallazgos que sorprendió a los científicos fue la presencia en el yacimiento de Camino de las Yeseras (Madrid) de un individuo procedente del norte de África que vivió hace unos 4.000 años, así como de un nieto de emigrante africano en un yacimiento gaditano de la misma época, lo que hace pensar que la distribución de la corriente genética desde África hacia la Península es mucho más antigua de lo que se creía. Con todo, los investigadores creen que los contactos fueron esporádicos y dejaron poca huella genética en las poblaciones del Cobre y el Bronce. Eso sí, «como trayectoria personal, es impresionante que alguien de esa época nacido en el norte de África acabe en Madrid», señala el investigador.
El estudio también muestra el impacto genético provocado por los flujos de población provenientes del Mediterráneo oriental. «Para cuando comenzó la Edad Media, al menos un cuarto de la ancestralidad ibérica había sido reemplazada por romanos, griegos y fenicios», explica Iñigo Olalde, investigador en Harvard. Un ejemplo de este fenómeno es la colonia griega de Ampurias, en Gerona, donde un grupo de los 24 individuos analizados tiene una clara herencia griega, mientras el resto es indistinguible de los íberos del poblado cercano de Ullastret. La tradición de los campos de urnas dificultó la investigación de esta etapa, ya que los cuerpos eran incinerados. Por eso, los investigadores utilizaron cráneos enclavados de hombres decapitados mostrados como advertencia y los restos de niños pequeños, que por alguna razón eran enterrados en los suelos de las casas.
El mapa genético alcanza la llegada de los visigodos y de los musulmanes. Entre los primeros se localizó a madre e hijo en Pla de l'Horta (Gerona) con una clara ascendencia del este de Europa y un ADN mitrocondrial típico de Asia. Del período islámico, individuos de Valencia, Castellón, Granada y Vinaroz, enterrados de lado y mirando hacia el sur, donde creían que estaba la Meca, que muestran un componente norteafricano cercano al 50%, mucho mayor que el residual 5% que se observa en la población ibérica actual. Esta ancestralidad fue eliminada durante la Reconquista y la posterior expulsión de los moriscos. En definitiva, un mapa intrincado que demuestra la riqueza de nuestros orígenes y cómo el ADN antiguo se ha convertido en una poderosa herramienta para reconstruir el pasado distante.
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