Celia Fraile Gil
Desde su rocambolesca llegada al Museo Británico o la belleza de sus dibujos y su escritura jeroglífica hasta la trascendencia de su significado funerario, con numerosas conexiones judeocristianas, todo en esta obra, que se remonta al año 1250 a.C, rezuma el esplendor y el misterio del legado del Antiguo Egipto.
Pasaje de «El Libro de los Muertos. El Papiro de Ani»
La historia del Papiro de Ani comienza a dibujarse hace miles de años. En la época próspera del Imperio Antiguo, en la que la civilización egipcia había alcanzado la cumbre de su desarrollo. «La clase gobernante había logrado un notable esplendor y estaban en paz.Entonces pudieron pensar y, ¿en qué piensa uno cuando vive bien? En que uno no se quiere morir -hay que tener en cuenta que la esperanza de vida de esta clase social no llegaba a los treinta años-. Y los egipcios comienzan a preparar la otra vida», explica Daniel Díaz, director editorial de CM Editores que acaba de publicar una edición única en facsímil del famoso papiro realizada con este material orgánico.
Los faraones son adorados como dioses y se construyen las grandespirámides de Guiza. Tras la muerte del soberano Unas, último de la V Dinastía, en 2350 a. C se construye una pirámide de medidas muy modestas. Sin embargo, sobre sus muros «se extendían cientos de columnas grabadas con jeroglíficos de un hermosísimo color turquesa», escribe el divulgador de la cultura egipcia Nacho Ares en la presentación del libro de estudio que acompaña a esta obra.
Se trata de los denominados Textos de las Pirámides, los escritos religiosos más antiguos de la Humanidad llegados hasta nosotros. Reservados exclusivamente para el faraón y su esposa, estos pasajes, que aparecieron después en otras pirámides, tenían la finalidad era ayudar al difunto a alcanzar con éxito el reino de Osiris, la divinidad más importante del mundo funerario para los egipcios, que aparece aquí por primera vez.
Tres siglos después, en el Imperio Medio las pirámides dan paso a tumbas más pequeñas de reyes y nobles. Al mismo tiempo, el relato funerario experimenta una apertura para que otros individuos (nobles y personas que desempeñan elevados cargos en la administración) pudieran beneficiarse de estas fórmulas mágicas. «De esta forma, el espacio más cercano al difunto, el sarcófago, se cubre de jeroglíficos y, por primera vez, dibujos. Volvemos a ver algunos pasajes idénticos a los de las pirámides, otros nuevos, pero todo con un añadido hasta ahora inédito: viñetas que ilustran los textos», indica Ares.
Quinientos años más tarde, antes del nacimiento del período de mayor esplendor, el Imperio Nuevo, Egipto sufre varias hambrunas y revueltas sociales. En medio del casos se producen «robos y asaltos a tumbas y lugares sagrados para hacerse con sus riquezas ante la ausencia de recursos. Un elemento importante que tiene su reflejo en la apertura y difusión de textos funerarios», se explica en «El Libro de los Muertos. El Papiro de Ani». Estos aparecen ahora también en las clases más humildes y en todo tipo de soportes: en paredes de tumbas, momias, ataúdes y sarcófagos, estatuas y papiros.
El «extraño» hallazgo del papiro
El corpus más importante de conjuros de toda esa profusión de literatura funeraria es el Libro de los Muertos, que se encuentra dentro de los denominados Libros del Más Allá (también están los Libros del Cielo y los de la Vaca Celeste). Esos textos se copiaron casi sin cesar hasta prácticamente la época cristiana. Una de las copias más bellas y de mayor calidad es el Papiro Ani. Descubierto en la tumba de Ani en Tebas (XIX dinastía ca. 1250 a. C.), narra el viaje al más allá de este alto funcionario y escriba real junto a su esposa, la sacerdotisa Tutu.
Fue adquirido por el polémico Ernest Wallis Budge (1857-1934). Ante las «extrañas» circunstancias por las que se hizo con la pieza, «las autoridades del Servicio de Antigüedades rodearon la casa del egiptólogo para hacerse con las piezas. Pero Budge no se inmutó y, ni corto ni perezoso, como en una película cómica, invitó a los policías a una pantagruélica comida a las puertas de su casa mientras sus hombres fabricaban un túnel en el jardín por el que evadir las piezas. Con el fin de sacar del país más cómodamente el papiro, cortó sus más de 23 metros en 37 fragmentos, que son los que hoy se pueden ver en el Museo Británico de Londres», indica Ares.
El juicio final y las conexiones «judeocristianas»
El Papiro destaca por la belleza de sus ilustraciones y textos jeroglíficos. Todas sus letanías comienzan con «Fórmula para», «que es seguida del correspondiente texto mágico que debía de ser declamado en voz alta por el difunto para poder traspasar una puerta en cuestión, cruzar un peligroso lago de fuego, conocer el nombre del guardián de un lugar o descubrir los entresijos de un complicado laberinto», detalla «El Libro de los Muertos. El Papiro de Ares».
Una de las representaciones más famosas de este corpus es, sin duda, el «pesado del corazón de Ani junto con una pluma que representa a Maat, símbolo de la armonía cósmica en la cultura egipcia», asevera el famoso egiptólogo Zahi Hawass en la introducción. Se encuentra en el pasaje 125, el del Juicio de Osiris, el que más conecta con nuestra tradición judeocristiana, después del otro momento fundamental, el de la Confesión Negativa. Con ella el difunto reconoce las buenas acciones realizadas en vida, en forma de negación de aquéllas que son consideradas intolerables, como «No maltraté a las gentes» Recoge pues «una ética básica que también es común en toda la humanidad. El hecho de que estén agrupadas y sepamos qué entendían qué era correcto y qué no nos permite ver los parecidos que pueden existir con otras leyes básicas como en este caso los Diez Mandamientos», asevera Daniel Díaz.
«Después de confesar que se era puro, llegaba el momento de demostrarlo. Para ello era necesario pesar el corazón del difunto, el lugar en donde quedaban grabadas todas las acciones llevadas a cabo en vida» exponen en «El Libro de los Muertos. El Papiro de Ani». La gran balanza de oro es manejada por Anubis, mientras Thot, el dios de la sabiduría, tomaba nota sobre un papiro, ante la acechante mirada de Ammut, el devorador. En un plato, el corazón del difunto; en el otro; la pluma de la justicia de la diosa Maat. Los dos debían estar equilibrados para que Osiris permitiera el paso de la momia hasta su reino de los muertos, los campos de Ialu. En caso de no ser así, indicaba que su vida había estado cargada de pecados y malas acciones, por lo que era engullido por Ammut.
Asimismo, nos encontramos con la Oración del Ciego que muchos especialistas relacionan con nuestro Padre Nuestro. «Lógicamente estamos hablando de una traducción de texto jeroglífico con lo cual, aunque tenemos una idea bastante aproximada de qué es lo que querían decir, también es fácil que a veces podamos poner de nuestra parte para ver algunas cosas. Pero lo cierto es que estructuralmente sí que se parece, lo cual no deja de ser un curioso», argumenta el director de editorial de CM.
Otras recitaciones interesantes, a juicio de Díaz, son las de «No quité la leche de su madre de la boca de un niño» («se presta a muchas interpretaciones»); «No extinguí la llama en su plenitud» («Apagar un fuego era alto tan terrible como para tener que responder ante los dioses por ello), y «Yo soy el Gato que luchó junto a la persea, en Annu, en la noche en la que fueron destruidos los enemigos de Neb-er-tcher». «En este caso, se trata de una representación de Ra, que le corta la cabeza a una serpiente (lo que de nuevo entronca con la traducción judeocristiana, pues el Génesis describe al Diablo como una serpiente a la que hay que "magullar en la cabeza”)». Ahora que parece que todo el mundo es muy fan de los gatos en Internet me hizo gracia porque estás pensando que hace tres mil trescientos años alguien hizo una recitación dentro de una especie de hechizo en el que el protagonista es uno de estos animales».
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