David Granda
Anna Hackl (segunda fila, en el centro), con su familia y los dos oficiales soviéticos a los que salvaron, Nikolaj y Michail (segunda fila, a la derecha). ÁLBUM PERSONAL DE ANNA HACKL
Anna Hackl evoca en el campo de concentración nazi cómo su madre escondió a dos oficiales soviéticos en 1945.
VIENE DE WINDEN, un pueblo austriaco junto al Danubio a 10 kilómetros del campo de concentración de Mauthausen. Anna Hackl tiene 87 años y le gusta conducir. Dos oficiales soviéticos recorrieron esa misma distancia, pero en sentido opuesto y a pie, con unas galochas robadas, la noche del 2 de febrero de 1945. Mientras Nikolaj Cemkalo se ocultaba, Michail Rybčinskij se presentó en su granja como un intérprete de Linz y pidió algo de comer. Aunque un sombrero raído ocultaba la cabellera con una franja afeitada desde la frente hasta la nuca típica de los presos peligrosos de Mauthausen, la madre de Anna supo al instante quién era. Si le dejaba entrar, los Langthaler pasaban a convertirse en traidores del III Reich y se enfrentaban a la pena de muerte; si cerraba la puerta, Michail y Nikolaj solo serían dos muertos más entre los 27 millones de soviéticos que cayeron en la II Guerra Mundial.
En ese momento, las SS ya habían desatado la caza de los 419 oficiales del Ejército Rojo que habían logrado evadirse tras un ataque insólito a la comandancia del campo. Eran presos K, condenados a muerte por su fuga de otros campos. Para su captura, las SS reclutaron a los vecinos de Anna, que entonces tenía 14 años. Muchos participaron con gusto. Su madre decidió abrir la puerta.
“Cuando esa mañana mi hermana Maria fue a misa, vio pilas de cadáveres en las cunetas. En la granja de nuestros vecinos, sin que ellos lo supieran, se descubrió poco después a un grupo de presos. El tendero del pueblo los mató sin esperar a que llegaran las SS. ‘Hoy puedes estar orgulloso de tu marido’, le dijo a su mujer. A mi hermano Alfred, que no estaba en la Wehrmacht porque había perdido un ojo, lo reclutaron para la cacería e incluso entraron en nuestra granja. Todavía me pregunto cómo fue posible que los perros no olieran nada. Mi padre se había opuesto a esconderlos, pero mi madre no dudó. Mis otros cuatro hermanos estaban en el frente. ‘Tú también tendrás una madre que estará rezando para que vuelvas a casa’, le dijo a Michail, ucranio con seis hermanos en la guerra. Solo él regresó”, recuerda Anna Hackl en el Memorial de Mauthausen. Hoy le escuchan 43 alumnos del Pirámide, un instituto de Huesca que desde 2015 prepara un viaje anual a Auschwitz, Terezín y Lídice, además del campo de muerte austriaco, que incluye el testimonio de supervivientes y que ha convertido a más de 500 adolescentes en guardianes de la memoria del Holocausto.
Los ocultaron en el granero durante tres meses hasta el final de la guerra. De 419 presos fugados hay registros de 8 supervivientes. Con el Ejército Rojo a las puertas de Berlín, Michail, que acabó pidiéndole matrimonio a su hermana Maria —le respondió que no y se recluyó en un convento—, reveló a Anna su esperanza de que fuera el Ejército de EE UU el que liberara Mauthausen, como así pasó. La lógica estalinista imponía el Gulag a los oficiales soviéticos capturados en un campo de concentración alemán. Diecinueve años después se reencontraron, pero Michail nunca le habló de su destino tras la guerra. Las SS le pusieron a la operación un título de película, Mühlviertler Hasenjagd, La caza de la liebre de Mühlviertler (región fronteriza con Alemania de Alta Austria). La cinta se rodó en 1994. El año que viene será una novela gráfica.
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