Alberto Rojas/Santiago Diéguez/Fernando G. Calero
Sólo los lagartos y las ratas son libres de cruzar por donde quieran, así que atraviesan la frontera invisible entre ellos y nosotros en busca de comida. Para Salma, eso ya es imposible.
- ¿Dónde te secuestraron?
- Allí.
Salma, de unos 25 años, cubierta con una tela color dorado y tatuaje de jena en las manos, alarga su brazo al horizonte.
- Allí.
- ¿A unos kilómetros?
- No, no. Allí.
"Allí" es un campo reseco que una vez fue un huerto para plantar verduras a unos 800 metros de la que ahora es su casa. Por casa entendemos un plástico sujeto por unas ramas y una esterilla como suelo, de unos seis metros cuadrados, en la que viven ella y sus cuatro hijos. Ese "allí" indica un lugar muy cercano y a la vez, inalcanzable. Ese "allí" está fuera del círculo trazado por el Estado nigeriano como susceptible de ser protegido. Ese "allí" es el horizonte de Boko Haram.
Dos mujeres salen del hospital de Pulka al atardecer vestidas con sus habayas musulmanas.
lugar como éste, las palabras resultan mutiladas e inservibles. Porque la palabra "miseria" define la Cañada Real de Madrid, pero la Cañada Real es Beverly Hills en comparación con el lugar en el que nos encontramos. La expresión "violencia machista" jamás se acercará a lo que sufren mujeres violadas cada día durante las semanas, meses o años que dura su secuestro, en el que además de humillarlas, les obligan a casarse con sus captores. La expresión "subdesarrollo" no se inventó para describir sus condiciones de vida, que harían sonrojar a una familia de la Edad Media. Esto es Pulka, el lugar en el que este reportero fracasa al usar el lenguaje.
Intentemos definir Pulka sin adjetivos. Es mitad aldea, mitad campo de desplazados. Está en medio del territorio que ocupa Boko Haram, un grupo yihadista que lucha por crear un estado basado en la sharia. Desde 2014 su población ha crecido de 26.000 a 69.000 habitantes y la mayoría de los recién llegados vienen huyendo de esta milicia integrista. Algunos viven aún en el llamado campo de tránsito, donde llevan ocho meses sin ducharse y sin cambiarse de ropa porque no hay suficiente agua. Allí, las enfermedades respiratorias, las infecciosas y las violaciones son comunes.
Residen en grandes tiendas de campaña donde caben 100 personas, pero en las que duermen 400. Tienen que ser alimentadas por la ONU porque la comida no alcanza. Y aun así, pasan hambre y tienen que arriesgarse a salir y cultivar fuera, al territorio donde nadie está a salvo. Todos los días secuestran a decenas de mujeres y hombres. A ellos los reclutan o los matan, a algunas de ellas les cortan las orejas y el clítoris o las venden para financiarse. La autoridad la ejercen los militares. No hay otra autoridad. No hay terreno neutral. O estás conmigo o estás contra mí. El perímetro defensivo está compuesto por posiciones defensivas cada pocos metros con una guarnición de 700 soldados. Cerca de Pulka comienza el bosque de Sambissa, donde se esconden muchos de los 6.000 miembros que componen las dos facciones de Boko Haram.
Sólo hay nueve organizaciones en Pulka porque la mayoría de ellas no sale de la protección de la capital del estado de Borno, Maidiguri, donde hay otras 89 haciendo un trabajo que no tiene demasiado impacto en el resto del estado, en aquellos lugares donde las necesidades son más acuciantes. Ninguna de ellas emplea aquí a trabajadores blancos para evitar secuestros. Y sólo MSF tiene presencia permanente de expatriados. Los pocos occidentales que trabajan para las demás organizaciones suelen irse horas después de llegar en el mismo helicóptero que les trajo.
Cuando aterrizas te enfrentas a la visión de una celda con barrotes al aire libre donde meten a los sospechosos de pertenecer al grupo yihadista, que son básicamente todos los hombres adultos y algunos niños también. ¿Cuántos de ellos son realmente miembros del grupo rebelde? Puede que todos o puede que ninguno. Los soldados del ejército nigeriano son en su mayoría del sur del país, así que no son los mejores identificando a los posibles insurgentes.
Esa labor, la de decidir quién es amigo o enemigo, recae en el tercer actor armado de esta guerra: los grupos denominados vigilantes, una milicia local de voluntarios armados con escopetas desvencijadas que colaboran manteniendo el orden y vigilando mercados y mezquitas, los lugares habituales para que los insurgentes envíen a niñas con chalecos explosivos.
Estos vigilantes están por todas partes y se muestran simpáticos con los periodistas. Sólo su arma intimida. ¿Cuantos infiltrados de Boko Haram hay en el interior de Pulka? Tanto las autoridades como los trabajadores humanitarios saben que tienen a colaboradores dentro del perímetro que les pasan información, comida o armas. Es un secreto a voces. ¿Cuánto tardarán en saber que tres blancos dormirán esa noche en la aldea? Horas o minutos, pero lo sabrán tarde o temprano.
Hay un colegio donde se hacinan 200 alumnos pertenecientes a la comunidad local por cada aula, sentados sobre piedras porque no hay bancos ni pupitres, ni profesores suficientes, ni clases para todos. Por no haber, no hay ni agua ni letrinas.
Niñas cristianas y musulmanas asisten a clase sentadas en el suelo o sobre piedras en la escuela de Pulka.
Existen dos pozos públicos, semisecos y hasta hace poco contaminados, donde algunos oportunistas venden su agua turbia a precio de oro. La cola para llenar las clásicas garrafas de plástico amarillo dura varias horas bajo el calor doliente del Sahel. Alrededor se han ido perforando otros pozos de manera manual que están secando el manantial. No hay electricidad. Las cinco gasolineras quebraron hace años, por eso la gasolina es un bien preciado, como en Mad Max. Sólo puede traerse por carretera en convoyes militarizados una vez a la semana, en el único transporte que une el pueblo con el mundo exterior. No hay red telefónica porque el Gobierno la tumbó para evitar que los integrantes de Boko Haram se comunicaran entre sí. Por eso la gente sube a la única colina de Pulka y, desde ahí arriba, trata de captar la señal de una compañía de la vecina Camerún, cuya frontera está a 16 kilómetros.
Una muchedumbre saca agua de pozos privados alrededor del pozo público en Pulka, ante la escasez de agua.
Llega por carretera un viejo Peugeot con una familia de 12 miembros y todas sus pertenencias en el maletero. El coche, una ruina abollada al límite, es un lujo en Pulka. Su dueño traslada a la gente desde otros campos hasta el interior del pueblo, atravesando zonas yihadistas, en un servicio de taxi que puede costarle la vida y el robo del vehículo, uno de los pocos que aún rueda.
A diario llegan desplazados que han logrado huir de las áreas ocupadas por Boko Haram. El ejército usa una gasolinera abandonada para registrarlos. Están deshidratados, desnutridos y agotados, sin ganas de hablar. Algunos han pasado años atrapados en sus propias aldeas, aislados del resto del mundo y sin apenas recursos económicos ni alimentos, y otros llevan meses escondidos en los bosques, expuestos a sufrir nuevos ataques y sin posibilidad de recibir ayuda humanitaria. Cuando llegan a Pulka se les proporciona un zumo y un sobre de comida preparada. Muchos hombres acaban en la celda donde interrogan a los sospechosos y las mujeres reciben utensilios de cocina y se van con sus hijos -seis de media por mujer- hasta las tiendas comunales del campo de tránsito. Muchas llegan sólo con niños porque los maridos son parte de Boko Haram y se quedan combatiendo. Conoceremos varios casos así.
En una de las tiendas, una mujer cocina una sopa con hojas de baobab y responde la pregunta.
- ¿Dónde está tu marido?
- Ahí fuera.
- ¿Ahí fuera, con Boko Haram?
- Sí, en el bosque con los chicos.
Los chicos, claro.
Hay un hospital que el Estado abandonó a su suerte, como todo lo demás, y que ahora está gestionado por personal de MSF España. Si no estuvieran allí, la cifra de muertes por enfermedades comunes, ataques, infecciones o partos complicados se multiplicaría. Tiene maternidad, farmacia, quirófano... El cementerio se llenó hace años y la gente entierra a los muertos donde puede.
Un conductor traslada a una familia desde otro campo de refugiados hasta Pulka, atravesando el territorio de Boko Haram.
La vida en Pulka transcurre en esos tres kilómetros cuadrados rodeados por un perímetro militar en los que se han levantado unas fronteras y se han diluido otras. En ese contexto de necesidad extrema, ausencia de dignidad en las condiciones de vida, analfabetismo rampante y subdesarrollo neolítico, nacen y se alimentan fanatismos. La violencia de la desesperación lleva a miles de jóvenes a unirse a un grupo cuyos crímenes son terribles, pero que promete mujeres, dinero y salvación en la otra vida, algo que aquí puede convencer a cualquiera. Y para apuntalar esa sensación de nihilismo, sólo faltaba un ejército que también ha cometido enormes abusos sobre la población.
El Gobierno no lo admite, pero el conflicto se está perdiendo. El Estado sólo controla unos cuantos de estos "enclaves" y sufre para defenderlos. La guerra a veces es invisible, pero nos rodea por todos lados. Durante cuatro días no se escucha un solo disparo, pero uno se siente observado a todas horas.
Eso es, a grandes rasgos, Pulka.
Los habitantes de Pulka suben a una colina para poder captar la señal telefónica de la vecina Camerún.
BOKO HARAM, LA
SERPIENTE CON DOS CABEZAS
Como sucede en cualquier conflicto, los
análisis a distancia resultan simplificados por categorías de buenos y malos,
fanáticos y moderados, rebeldes y milicianos. Sobre el terreno, las fronteras
se diluyen. Para empezar, la guerra del Estado nigeriano contra Boko Haram no
existe porque ellos ni siquiera se llaman a sí mismos así. Boko Haram (La
educación occidental es pecado, traducción aproximada del hausa) es en realidad
como denomina el Gobierno a dos facciones rebeldes de corte yihadista radical.
El grupo primigenio, fundado en 2002 por Mohamed Yusuf, se denomina JAS y se
traduciría como «La yihad de los sunníes». En 2014, ante la brutalidad de las
acciones de JAS, se le desligó una facción que juró lealtad al Estado Islámico.
Por eso se hace llamar Estado Islámico de África Occidental (ISWAP, por sus
siglas en inglés).
El primero de ellos está comandado por
el sanguinario Abubakar Shekau, responsable de innumerables crímenes y famoso
por secuestros como el de las más de 200 niñas de la escuela de Chibok en 2014.
Su objetivo son todos los musulmanes que no forman parte de su grupo, incluso
por encima de los cristianos, ya que para ellos es más culpable un apóstata (de
su visión retorcida del Islam) que un infiel, aunque también a estos los matan
a conciencia. Tienen su base en el bosque de Sambissa y controlan enormes zonas
territoriales del sur y del este del estado de Borno, además de parte de la
cuenca del lago Chad y del norte de Camerún. Suelen usar niñas y mujeres como
bombas humanas en mezquitas, colegios y hospitales.
El segundo está en manos de Abú Musaf
Barnabi y nació ante la pérdida de apoyo popular que sufría el grupo de Shekau
por matanzas indiscriminadas como la de Bama en 2014, en la que el grupo mató a
sangre fría a 2.000 civiles. Barnabi, que juró lealtad al pseudocalifa Al
Bagdadi y a su Estado Islámico en Siria e Irak, atenta contra soldados
nigerianos y aquellos civiles que los ayuden, pero no propugna la muerte
indiscriminada de los musulmanes que no luchen activamente a su lado. Controlan
la zona oeste y norte de Borno y la frontera sur de Níger y no actúa junto a la
facción de Shekau. De momento, ambas no se han mezclado.
En esta serie, hablaremos de Boko Haram
porque así es como lo llaman sus víctimas, pero conviene aclarar qué grupo es
responsable de cada uno de los ataques.
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